Andrés Reynaldo
Viernes, 17 de febrero de 2012
Jefe de Información de El Nuevo Herald, Estados Unidos
Hoy los venezolanos eligen al candidato presidencial que desafiará a
Hugo Chávez. Si las encuestas dan en la diana, el ganador será Henrique
Capriles Radonski o Pablo Pérez. Muchos creen que entonces la oposición
tendrá su última oportunidad en las urnas. Yo creo, más bien, que será
la última vez en que veremos a Chávez con la sofocante máscara del juego
democrático. A la evidente ecuación de que el chavismo no quiere
abandonar el poder, hay que agregar el factor de que Cuba no puede darse
el lujo de perder al chavismo. En rigor, la oposición venezolana se
enfrentará en octubre por persona interpuesta a Fidel y Raúl Castro.
La debilidad de los demócratas venezolanos reside en su virtud. Con sus
naturales fragmentaciones y sus arraigados escrúpulos, conforman el
género de oposición que históricamente ha sido barrida por líderes como
los Castro y los Chávez. En esencia, es una oposición que parece incapaz
de llevar sobre sus hombros la mala conciencia de provocar un baño de
sangre. Otro ejemplo de la incapacidad de la sociedad civil para superar
por medios pacíficos un asalto totalitario desde el poder. Toda vez que
ese asalto se lleva a cabo contando con la limitación ética y legal del
contrario para recurrir a la violencia.
Dado el carácter de Chávez, la probabilidad de que reconozca una derrota
ronda el milagro. Dado el carácter de los hermanos Castro es francamente
acientífica. La supervivencia del castrismo no será dejada al albedrío
de Capriles, Pérez u otro inesperado ganador. Tampoco, por cierto, al
albedrío de Chávez. La cubanización de Venezuela apenas deja espacio
para conjeturar en el cercano futuro la existencia de una oposición
confinada a una intermitente función lírica. No hay en Venezuela una
estructura opositora que resista una represión fulminante y
minuciosamente planificada en caso de que al oficialismo se le vayan los
votos de las manos.
A los opositores venezolanos les espera tarde o temprano el dilema de
dejarse exterminar o asumir la grotesca paradoja moral de cometer actos
atroces en nombre de una justa causa. Dicho de manera literal: si
pierden las elecciones presidenciales, serán reducidos a la minima
expresión; si ganan, tendrán que alzarse en armas. El pellejo de tres
generaciones de los Castro depende de la continuidad del chavismo. Más
que la supervivencia de un monstruoso modelo político, aquí lo que está
en juego son las riquezas nacionales y extranjeras, la integridad
personal y el santuario de la familia gobernante en la isla y sus mafias
vasallas. Considerado ese detalle, si la situación se torna
insoportablemente tensa en los próximos meses, tanto Chávez como el
candidato opositor harían bien en dormir de espaldas a la pared y con
los ojos abiertos. Chávez por si se necesita un mártir; y el otro por si
sobra un héroe.
Esto no quiere restar importancia al proceso electoral. Al contrario,
ese indispensable ejercicio ciudadano ayudará a los venezolanos a cruzar
el umbral de una trascendental definición. Sobre los hombros del
candidato que hoy gane las primarias opositoras pesará la misión de
darle a Venezuela un renovado discurso político y un rumbo de
resistencia. Tal como ocurrió en Cuba, los venezolanos cometieron la
suicida estupidez de entregar una próspera y prometedora nación a un
sangriento payaso. Luego, apostaron por verlo caer víctima de sus
errores. No advirtieron (todavía los cubanos no advertimos) que estos
hombres encarnan un perverso principio de identidad inscrito en nuestro
brutal (y en algunos casos mutilador) nacimiento como repúblicas. Un
principio que nutre la incomodidad de nuestras culturas frente a la
razón, el mérito, la solidaridad y el compromiso, es decir, la
civilizada modernidad.
La democracia venezolana rendirá su fatigado aliento el domingo 7 de
octubre. A las buenas o a las malas. El destino de la nación dependerá a
partir de allí, como nunca ha dependido de nadie, del temple, la
sabiduría y, sobre todo, la buena estrella de los opositores que recojan
el acta de defunción.
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/6807301.asp
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