Obcecación y agonía
Fabio Rafael Fiallo
Suiza 30-11-2011 - 6:04 pm.
Los 'Lineamientos': ¿Iniciadores de un despegue económico o estertores
de un castrismo moribundo?
Un campesino siembra lechugas en una granja hidropónica. (AP, La Habana,
noviembre de 2011)
Tarde o temprano, a toda dictadura le llega la hora en que se ve
obligada a cuestionarse y reformarse. Con frecuencia, esto ocurre cuando
el déspota que la dirige o encarna, llámesele Caudillo, Líder Máximo o
Gran Timonel, desaparece o, por razones de salud o de edad, esté por
desaparecer de la faz de la tierra. El proceso de cuestionamiento y
reforma no está exento de peligro, pues nada ni nadie puede garantizar a
estos regímenes que el pueblo no aprovechará la ocasión para exigir una
apertura democrática. Por ello tienden a retardar el momento fatídico de
una reforma, hasta que las circunstancias (malestar económico, presión
popular) les impiden seguir aplazándola.
China es el ejemplo más conspicuo de un régimen dictatorial que ha
logrado sobrevivir a la muerte de su fundador. Y lo logró al ejecutar un
cambio radical en el terreno económico, proponiéndose instaurar un
capitalismo de Estado (bautizado "socialismo de mercado") y lanzando la
consigna de enriquézcanse —consigna en las antípodas del marxismo— al
tiempo que en el plano político conservaba, y conserva, la asfixiante
rigidez típica de los sistemas totalitarios.
Es difícil predecir cuánto tiempo durará el modelo chino. Las
desigualdades sociales y regionales adquieren niveles explosivos. Las
manifestaciones de descontento se multiplican, superando el año pasado
la cifra de 150.000, con el agravante de que la economía da signos de
entrar en "estanflación" (estancamiento e inflación). A diferencia de lo
que ocurre en las sociedades democráticas, la rigidez política impide
canalizar los reclamos populares a través de una prensa independiente y
en elecciones libres, presentando opciones políticas rivales.
La jerarquía china no ignora la fragilidad de su modelo de crecimiento,
pues el propio primer ministro, Wen Jiabao, declaró en el año 2007 que,
entre otras cosas, dicho modelo es "inestable y a final de cuentas
insostenible".
Mientras tanto, sin embargo, el régimen chino sigue en pie; y eso, cabe
notar, por haberle dado la espalda al dogma económico marxista.
Otra experiencia interesante tiene relación con un país de una
importancia mucho menor que la de China en el plano geopolítico. Se
trata de Nicaragua.
He ahí un dirigente político, Daniel Ortega, que hace ostentación de
amistad con numerosas dictaduras, que tiene el descaro de salir junto
con Chávez y Castro en defensa de un criminal como Muamar el Gaddafi,
que recurre a estratagemas anticonstitucionales y fraudulentas para
conseguir su reelección. Un dirigente, pues, con muchas cosas turbias en
su haber, pero que, en el campo de la economía, se ha guardado de poner
en ejecución una política insensata.
Por anticapitalista que siga siendo su retórica, Ortega ha tenido en
cuenta el desastre que resultó para la economía nicaragüense la
experiencia sandinista de los años 80. Ahora prefiere crear condiciones
aceptables para la inversión privada —extranjera y nacional— y propicias
para la producción de artículos manufacturados que sean
internacionalmente competitivos. Es así que el Fondo Monetario
Internacional, institución calificada de "herramienta del Imperio" en
los círculos procastristas, ha otorgado a Nicaragua la etiqueta de buena
conducta en más de una ocasión.
Por ello no debe sorprender que los acólitos de Marx, Chávez y Fidel,
los mismos que hoy se regocijan del triunfo electoral del aliado
sandinista, le tilden mañana de "renegado".
Los ejemplos de China y Nicaragua arrojan luz sobre el inmenso camino
que, para sacudirse de sus aberraciones ideológicas, le queda a Cuba por
recorrer.
El régimen de los Castro sabe que la hora de una reforma verdadera no
puede seguir siendo aplazada. El problema es que no son los "reajustes"
(Lineamientos) anunciados por Raúl lo que va a salvar la economía cubana
del descalabro en que se encuentra.
¿Resulta creíble acaso que anunciando nimiedades tales como la
compraventa de vehículos, o aumentando el número de mesas autorizadas en
los paladares, o iniciando una privatización menos que tímida de la
vivienda o de las peluquerías, es que Cuba va a producir tasas de
crecimiento comparables a las de China o niveles de competitividad como
los que Nicaragua está obteniendo?
¿Resulta creíble que el capital extranjero va a invertir masivamente en
Cuba cuando en la prestigiosa e influyente revista The Economist se lee
que dirigentes de empresas extranjeras ya presentes pueden ser objeto de
acosos judiciales por el hecho de repartir bonificaciones a sus
empleados a fin de compensar los salarios miserables prescritos por las
autoridades del país, salarios que apenas alcanzan para pagar algo más
que una simple carrera en taxi? ¿Qué país del mundo, deseoso de mejorar
la competitividad de su economía, pone trabas penales a incentivos
financieros de esa índole?
A decir verdad, para los Castro es difícil, por no decir imposible,
introducir las reformas sustanciales que requiere la economía cubana.
Hacerlo equivaldría a admitir que se equivocaron rotundamente de camino
durante 52 años, que las recetas del socialismo son la causa real de las
privaciones que el pueblo ha tenido que pasar. Y como temen que su
régimen pierda lo que le puede quedar de credibilidad si ellos mismos
reconocen un fiasco tan monumental, prefieren tergiversar y anunciar
"reajustes" anodinos.
Es por ser anodinos que los famosos Lineamientos acabarán formando parte
de la larga lista de fracasos económicos del régimen, entre los que
figuran el resquebrajamiento de la industria azucarera a principios de
los 60, la "zafra de los 10 millones" de 1969/1970 y el "proceso de
rectificación de errores" anunciado por Fidel en abril de 1986. Dichos
Lineamientos pasarán a la historia no como los iniciadores de un
despegue de la economía, sino como los estertores de un castrismo moribundo.
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