Mario Alegre Barrios. Enviado Especial El Nuevo Día, GDA 00:00 Domingo
02/10/2011
Luego de la renuncia de Fidel Castro a la Presidencia por razones de
salud, pocas cosas en los últimos años han turbado de manera tan
profunda la vida de los cubanos como las reformas económicas iniciadas a
principios de este año por órdenes del sucesor del comandante, su
hermano Raúl.
Transformaciones cifradas fundamentalmente en el despido de medio millón
de trabajadores estatales y su tránsito al empleo por cuenta propia. Las
reformas incluyeron también la considerable reducción de los beneficios
en la libreta de abastecimiento mediante la que se distribuían alimentos
de manera subsidiada.
Percibido como una medida desesperada para tratar de mantener la
estabilidad del Régimen mediante la actualización del obsoleto modelo
soviético, el ya famoso 'cuentapropismo' se inserta accidentadamente
como uno de los ejes que definen la narrativa de la realidad cubana
contemporánea sin que el Estado haya respondido aún a las cuestiones más
elementales que plantea su establecimiento.
La expectante cautela con la que el pueblo recibió el anuncio de la
legalización de infinidad de oficios que ya desde mucho antes se
ejercían, se ha eclipsado hasta convertirse en otra más de las
consumadas frustraciones con las que el cubano promedio da sustancia a
una desesperanzada tristeza que parece impregnar su otrora espíritu festivo.
Con una población de poco más de 11 millones de habitantes y una fuerza
laboral de 5 millones cuyo salario mínimo ronda los 300 pesos cubanos al
mes (unos USD 10, el doble para un médico), Cuba vislumbraba que, a
partir del cambio de estatus de esas 500 000 personas, de "trabajadores
estatales" a "disponibles para el empleo" -como eufemísticamente llama a
los despedidos- 200 000 de ellos serían absorbidos por cooperativas que
se formarían en empresas operadas por el Estado y 250 000 optarían por
otras tantas licencias de trabajo por cuenta propia.
No obstante, poco o nada se ha sabido de la primera avenida, mientras
que la segunda enfrenta abismos que parecen insalvables para los
flamantes y no menos atribulados nuevos empresarios.
En Marianao, en el balcón de una casa de dos plantas segregada en
pequeños apartamentos, Isabel N. (muchos se muestran reacios a dar sus
apellidos) mira con recelo la cámara de Ismael Fernández (el fotógrafo)
mientras acomoda sobre una desnivelada mesa las pocas prendas de ropa
íntima femenina que tiene para la venta. "Me siento muy bien, muy
contenta, por la oportunidad que nos ha dado el Gobierno de echar
pa'lante, porque antes no tenía nada", dice con una convicción casi marcial.
"Sí, me siento muy optimista con estos cambios... y admiro mucho a
Fidel, ese presidente maravilloso que tenemos", agrega, ajena a que el
comandante dejó ese puesto desde febrero de 2008.
"¿Viajar fuera de Cuba?, no señor para nada, nunca me ha interesado
salir del país... ¿Para qué? Aquí estamos muy seguros. ¿Usted no ha
visto cómo somos los cubanos? Ahí tiene...", agrega.
Unas calles más adelante, Tony apenas levanta la mirada sobre los
espejuelos que sostiene en la punta de la nariz cuando nos escucha
llegar a su derruido hogar. Un letrero pintado a mano declara que "Se
arreglan prendas", junto a otro en el que se anuncia que también se
venden CD.
"Sí, este es un arte que es muy difícil de realizar", apunta sin dejar
de mirar el aro que intenta enderezar con unas pinzas. "Llevo unos
cuatro años en esto... lo aprendí en la calle, mirando a otra gente,
preguntando. Tengo otra licencia para tallar madera y hacer esculturas,
pero eso tampoco da para nada".
Se seca el sudor, con la mirada fija en la diminuta prenda.
"Toda mi vida he trabajado por cuenta propia y ahora resulta que el
Gobierno tiene que darme una licencia para ganarme la vida haciendo lo
que sé hacer", dice con voz pausada. "Pero en fin... esto está empezando
ahora y hay cosas que molestan, como lo que hay que pagarle al Gobierno
aunque no saques ni para comer. Son cosas que no encajan".
Bebe un poco de agua, sin mirarnos, como si cayera en cuenta de que
verbaliza por primera vez algo que sabe desde hace tiempo.
"Aquí en la casa todo el mundo depende de lo que hago con esto y de lo
que hace mi esposa con los discos", agrega. "A veces sacamos al mes unos
500 pesos cubanos, unos USD 20. Con eso se hace difícil mantener a la
familia, pero es menos malo que trabajar por el salario del Estado".
-¿Y el futuro?, le pregunto.
"Francamente lo veo con pesimismo... no se acaban de crear las
estructuras y los mecanismos para que esto funcione y el trabajo por
cuenta propia se desarrolle", explica. "El Gobierno no da apoyo alguno,
ni siquiera la oportunidad de conseguir, en mi caso, las herramientas
más elementales y la materia prima. Esto no tiene nada de próspero...
además, yo no tengo permiso para fabricar y vender prendas, solo puedo
reparar... sirve algo para el sustento pero no te saca de la miseria".
-¿Tienes ilusiones?
"Claro, sí... como todo ser humano. Que la vida sea un poco menos dura,
con más espacio para mejorar... que el negocio funcione. Pero vivimos en
una crisis muy grande, tanto que, hasta donde me alcanza la vista, no
tiene remedio", sentencia.
En El Vedado -otro barrio habanero que a mediados del siglo pasado era
de clase media alta- una casa de tamaño poco más que mediano alberga en
su jardín frontal a media docena de 'cuentapropistas' con un variado
inventario: bisutería, ropa, plantas medicinales, revistas, libros,
discos compactos...
Ahí, por un CUC -el peso cubano convertible, equivalente a 24 pesos o a
cerca de USD 0,90- Maricel Trujillo vende casi cualquier disco que se le
solicite. Si no lo tiene, puede apostar a que lo consigue y al día
siguiente lo tiene listo.
"Llevo siete años en este negocio, que antes era ilícito, pero que me
iba muy bien, porque no tenía que pagar patente ni impuestos", explica
con una media sonrisa. "Cuando me cogían los inspectores, pagaba una
multa y al otro día seguía. Así se vivía, pero al cambiar ahora...
empezamos más o menos bien, cuando se pagaban 60 pesos mensuales por la
licencia. De pronto, sin avisar, la subieron a 250 pesos al mes y apenas
me alcanza para pagarla y que me sobre algo". Pasa sus dedos por una
Biblia que tiene abierta al lado de su mercancía.
"Hay que pedir ayuda allá arriba", comenta con una mirada al cielo.
"Para peor, ahora hay mucha más competencia, tanta que la venta ha
bajado un 80%. Mis ventas no compaginan con lo que tengo que pagarle al
Estado. La semana pasada apenas gané 90 pesos". Con tres hijos
adolescentes que dependen de ella, Maricel suspira. "En pocas palabras,
antes me daba para vivir, ahora no. A veces no nos alcanza ni para
comer, porque le tengo que pagar al Estado más de lo que es mi ganancia".
http://www.elcomercio.com/mundo/reformas-alejan-penurias_0_564543649.html
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