Castigar con justicia
Miriam Celaya
La Habana 04-10-2011 - 6:40 am.
¿A cuáles ciudadanos cubanos deberían negarle la visa los países
democráticos del mundo?
El canciller castrista Bruno Rodríguez, junto a su homólogo brasileño
Antonio Patriota. (AP, Brasilia, 28 de septiembre)
Por estos días ha trascendido en varias páginas web la solicitud por
parte de la Plataforma Cuba Democracia ¡Ya! de que los gobiernos
democráticos del mundo nieguen el visado de entrada a sus países a
aquellos ciudadanos cubanos "con participación probada" en actos de
repudio contra opositores pacíficos de la Isla.
El sitio web de la mencionada plataforma, en la que fue publicado el
comunicado de referencia, fundamenta dicha solicitud en el incremento de
la represión contra estos grupos, que se ha venido produciendo en las
últimas semanas, con un también creciente uso de la violencia física por
las fuerzas de la policía y las llamadas "brigadas de respuesta rápida".
Igualmente manifiesta su preocupación por los males potenciales que se
derivan de estos "actos de repudio" —que tienden a incentivar el odio
entre cubanos—, y añaden los correspondientes enlaces a los sitios en
los que existen bases de datos fotográficas junto a otras informaciones
personales de los represores.
Una mirada inicial al comunicado despierta, sin dudas, el apoyo natural
de cualquier individuo opuesto a la impunidad de las dictaduras y a la
complicidad de los que se prestan a servirla de la manera más sórdida,
atropellando violentamente a quienes tienen la dignidad y la valentía de
reclamar sus derechos en una sociedad signada por más de cinco décadas
de totalitarismo y de miedo. Es válido, y hasta imprescindible en estos
tiempos, emprender campañas como ésta, que movilicen la opinión pública
e involucren a los gobiernos democráticos del mundo. Es una vergüenza
para las sociedades civilizadas callar ante los atropellos de las
satrapías que aún sobreviven en el planeta.
Sin embargo, acaso resulte también oportuno reflexionar acerca de otros
elementos que se relacionan con los hechos. Habría que considerar otras
opciones que permitieran ampliar la efectividad de la propuesta y no
circunscribirla a golpear contra el eslabón más débil de la cadena del
terror. De nada valdría tratar de aplastar a los peones si las testas
coronadas se mantienen impunes. Porque si bien los paramilitares y
delincuentes que sirven como instrumentos de tantos abusos constituyen
las heces sociales, los detritus desechables de sus amos de verdeolivo,
no debemos ignorar su condición de meros utensilios reemplazables,
mientras los creadores del ciclo permanecen inaccesibles en sus torres.
Sus acciones son despreciables, pero en esencia, no suelen ser
precisamente las bestezuelas brutas quienes requieren de visados, sino
sus superiores.
Un ejemplo sencillo de cómo la maldad sabe camuflarse, lo constituye la
participación que han tenido algunos grupos de estudiantes
universitarios en los mítines que se realizan frente a la casa de Laura
Pollán, vocera de las Damas de Blanco. El sistema presiona a los
jóvenes, principalmente a militantes de la UJC, con una asignación fija,
por cuotas —un militante por cada aula—, para ir a ladrar su
desvergüenza contra mujeres indefensas; pero la responsabilidad mayor
debería recaer sobre los rectores, los decanos y profesores de esas
facultades universitarias que permiten callados (o incluso estimulan)
que sus alumnos participen en tan bochornosos actos. Y los profesores sí
viajan. Algunos, incluso, viajan con frecuencia y hasta obtienen pingües
ganancias de los cursos que imparten en universidades del extranjero.
¿No sería más efectivo hacer una campaña contra estos hipócritas
aspirantes a visas que nunca ofrecen el rostro a los actos de repudio
pero, en cambio, toleran convenientemente lo que ocurre?
Muchos venerables docentes, que incluso ocupan puestos de relevancia en
la educación superior, miran hacia otro lado, olvidando las palabras de
aquel maestro de excelencia, José de la Luz y Caballero, que sintetizó
en un conocido aforismo lo que debería ser un educador: "un evangelio
vivo". Un educador de estos tiempos debería fomentar el respeto a los
derechos humanos, la solidaridad entre los hombres y la civilidad, no la
barbarie de la violencia. Fundamentalmente deben recordar tal condición
aquellos que se desempeñan en cátedras de humanidades.
Otros muchos funcionarios y directores de instituciones han respondido
sin sonrojo al reclamo gubernamental de una cuota de represalia contra
los que piensan diferente. Así, numerosos cubanos han sido separados de
sus puestos de trabajo y condenados a perder el ejercicio de sus
especialidades solo por manifestar ideas contrarias a la línea oficial,
por no participar en marchas u otras actividades del ritual, por no
plegarse a las arbitrariedades de la ideología en el poder o simplemente
por no mostrar suficiente "intransigencia revolucionaria". Basta que el
gobierno convoque a una purga, para que los funcionarios se lancen a
cazar brujas. Esos flamantes personajes sin rostro, que se arrogan el
derecho de mutilar el destino de tantos y tantos compatriotas, viajan
frecuentemente. He aquí visados que sería bueno denegar.
No se trata de ignorar la responsabilidad de las bestias que ejecutan la
violencia, que ofenden, que golpean y que vejan. Para ellos, el castigo
mayor será en realidad el triunfo de la democracia en Cuba y el
desprecio social. Pero, ¡cuidado! Es preciso acotar también los límites
del odio. Una frase brillante de Gandhi decía "Ojo por ojo y todo el
mundo acabará ciego". Vayamos entonces a las raíces del mal y no a sus
efectos, porque si en algo este sistema ha demostrado eficacia ha sido
en potenciar lo peor del ser humano, demostrando sobradamente una
capacidad casi infinita para regenerar los odios. No es bueno imitarlo
ni caer en la tentación de reproducir patrones que por principios
rechazamos. Castigar con justicia constituye posiblemente uno de los
desafíos más difíciles que corresponderá a los cubanos del futuro, es
algo que debemos aprender a cultivar desde el presente.
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