Wednesday, September 14, 2011 | Por Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – Un cubano de vacaciones
es de armas tomar. Nada lo puede disuadir. Ni los días de cola en una
terminal para una reservación, ni la promiscuidad en la cabaña de un
campismo popular. Tampoco las peripecias y las divisas necesarias para
hospedarse en un hotel.
Ante la imposibilidad legal de ir de vacaciones al exterior, se prepara
como un marchista olímpico para no morir subiendo lomas en El Narigón, o
adquirir una tendinitis por sacar y entregar el carné de identidad a los
policías en La Habana.
La intención es divertirse. Tomar el dinero de las vacaciones acumulado
en un año de trabajo, y sumándole algo que se consiga por la izquierda,
salir a conocer. Si recibe remesas, mejor.
Y eso fue lo que hicieron Idelisa Remón y Juan Antonio Abat este verano.
Luego de cinco días en la lista de espera en la terminal de ómnibus de
Bayamo, lograron adquirir los respectivos boletos hacia la capital a 144
pesos (alrededor de 6 dólares) cada uno.
El viaje fue normal. Sólo el baño estaba roto, y viajaron 12 horas
comprimidos porque cuando los asientos de los que van delante se
reclinan, les ponían el espaldar en la nariz y no los dejaba mover.
Pero al llegar a la terminal de ómnibus nacionales el idilio viajero
concluyó. La caja en la que traían alimentos para sus días de estancias
comenzó a gotear. Un policía que los vio les pidió las identificaciones
y les exigió abrir el equipaje.
El contenido de la caja constituía un delito mayor. Apretado entre una
pierna de puerco, diez libras de arroz y unos paquetes de café, había un
nailon con cinco libras de camarones. En esta isla sin peces ni mariscos
eso no se puede justificar.
Los llevaron a la estación de policía, los multaron, y ¡adiós camarones!
Poseídos por la indignación, a los tres días regresaron a Bayamo,
poniendo fin al intento de vacacionar.
Este caso no es un hecho aislado. Cientos de personas pasan por
situaciones parecidas. En julio se denunció el maltrato a otros
vacacionistas. Según Roberto González, vecino del Vedado, la excursión
de un día a Varadero con su familia, a través de la Agencia Cubanacán,
más que un día de disfrute fue un despliegue de mala atención.
El ómnibus fue a recogerlos dos horas más tarde de lo previsto y con el
aire acondicionado roto. El desayuno incluido en el costo de la
excursión se perdió. Llegaron a la hora del almuerzo a la playa azul.
Como si fuera poco, del menú de pollo, comida italiana y carne de res
que aparecía en la reservación, sólo encontraron masitas de puerco y
arroz frito de diversos colores, con un gusto rancio a comida vieja. Ni
café pudieron tomar, porque la máquina estaba rota.
Si en Cuba vacacionar es un sueño, disfrutar de instalaciones turísticas
de igual a igual con los extranjeros es una ilusión. Los cambios
anunciados en la isla son para que todo siga como está. O peor.
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