VICENTE BOTÍN 09/07/2011
A los hermanos Castro y a la nomenclatura cubana les gustaría ser como
el protagonista del relato de Francis Scott Fitzgerald, El curioso caso
de Benjamin Button, que David Fincher llevó al cine en 2008, con Brad
Pitt como protagonista. Es la historia de un hombre que nace con el
cuerpo de un anciano y va rejuveneciendo con el paso del tiempo hasta
que muere a los 85 años con el aspecto de un bebé.
La gerontocracia cubana desearía que su reloj biológico fuera como el de
Benjamin Button para poder caminar hacia atrás en el tiempo. La
cuadrilla de ancianos que gobierna Cuba desde hace más de medio siglo se
resiste a aceptar lo inevitable. Su vida y su obra están a punto de
fenecer. Pero ellos actúan como si fueran a vivir eternamente, como si
su obra fuera a persistir. Viven encerrados en una caverna como la
ideada por Platón, cegados por un vano solipsismo que les impide ver la
realidad.
Es difícil creer que la revolución cubana va a continuar después de la
desaparición física de sus hacedores. Produce estupor ver a Raúl Castro
pegar parches con saliva en las velas desplegadas a todo trapo de un
barco encallado. Sorprende ver al otrora Líder Máximo bendecir sin
rechistar las "reformas" de su hermano que, entre otras cosas, legitiman
a los merolicos, los trabajadores por cuenta propia a los que demonizó
con acusaciones de "contrarrevolucionarios, bandidos, especuladores y
lacra social explotadora".
Al sanedrín de ancianos que gobierna Cuba ya no les queda ni siquiera la
vergüenza de enrocarse en sus "convicciones". Han dejado de ser lo que
dicen que fueron. En 1959, Fidel Castro dijo: "Queremos liberar de
dogmas al hombre (...) el problema es que nos dieron a escoger entre un
capitalismo que mata de hambre a la gente, y el comunismo, que resuelve
el problema económico pero que suprime las libertades tan caras al
hombre". Cincuenta y dos años después no se sabe muy bien en qué quedó
aquella elección porque en Cuba no hay libertades y tampoco se ha
resuelto el problema económico. Por eso Raúl Castro, en un más difícil
todavía, parece inclinarse ahora por una mixtura entre comunismo y
capitalismo, es decir que Cuba sea capitalista sin dejar de ser
comunista. Como en el juego de Rayuela (se llama Pon, en Cuba), Raúl
Castro salta a la pata coja de una casilla a otra para salir del
purgatorio y alcanzar el paraíso con cuidado de no caer en el infierno.
En su libro Rayuela, Julio Cortázar propone al lector una búsqueda a
través del caos. Y eso es lo que parece estar haciendo Raúl Castro.
Después de destruir Cuba junto con su hermano, se postula ahora como
arquitecto para reconstruir el país. Elemperador cubano sueña con la
Domus Aúrea, la Casa de Oro que Nerón edificó sobre las cenizas de la
Roma que ordenó incendiar. Las "reformas" que ha puesto en marcha son un
lavado de cara, un espejismo en medio del desierto para hacer creer que
el sistema puede reformarse desde dentro.
Si damos la vuelta al famoso anatema de Fidel Castro: "Dentro de la
revolución todo; contra la revolución, nada", podría decirse: "Contra la
revolución, todo; dentro de la revolución, nada". A partir de esta
premisa ¿se puede encarar el futuro de Cuba? Hay muchas variables en
juego. No se puede trazar una línea divisoria entre los que miran al
pasado y los que lo hacen al futuro. Dentro del régimen hay fuerzas
contrapuestas entre los duros y los pragmáticos; fuera de él, la sopa de
letras que forman el insilio y el exilio, hacen muy difícil un frente
común contra la dictadura. Sin embargo, todos esperan el hecho
biológico, la desaparición física de los hermanos Castro.
La monarquía cubana no tiene un heredero como en Corea del Norte o
Siria. La revolución devoró a sus propios hijos y no queda nadie con el
carisma suficiente como para aglutinar a las distintas "familias" que
controlan el país. La lucha por el poder puede ser despiadada como lo
fue en la URSS tras la caída del comunismo. No será por ideología sino
por dinero. Como dicen los gánsteres de la película El Padrino, de
Francis Ford Coppola, "no es nada personal, solo son negocios".
En el caso de que la nomenclatura resuelva la disputa a la rusa, quizá
también como en Rusia alumbren a un aprendiz de brujo que quiera
"blanquear" la revolución con un partido similar a Rusia Unida, de
Vladímir Putin. Si a Enrique IV de Francia, París bien le valió una
misa, el Putin cubano y su camarilla no tendrían inconveniente en
someterse al veredicto de las urnas teniendo como tienen todos los
resortes del poder en sus manos. Hay muchos intereses en juego y harán
lo imposible por mantener el control sobre los recursos económicos del país.
Los partidos democráticos y sus líderes, desconocidos por el pueblo
cubano, tendrán que decidir si quieren participar en un juego desigual
con rivales experimentados y con las cartas marcadas o, por el
contrario, se inclinarán por un borrón y cuenta nueva. Hay grupos
radicales que rechazan todo contacto con la dictadura, pero otros
preconizan un diálogo con los "reformistas" para negociar una transición
pacífica a la democracia. El modelo español es una referencia para
ellos. También, la Concertación de Partidos por la Democracia chilena,
que aglutinó a los principales sectores de la oposición a Augusto
Pinochet y derrotó al candidato de la dictadura en las elecciones
presidenciales de 1989.
Es muy difícil especular sobre lo que va a pasar en Cuba. La tarea que
se ha propuesto Raúl Castro para "actualizar" el modelo y garantizar la
"irreversibilidad" del socialismo, es una quimera tan fantástica como el
monstruo imaginario de la mitología griega que tenía tres cabezas, una
de león, otra de cabra y otra de dragón que salía de su cola. Raúl
Castro no echa fuego por la boca, pero sus palabras son cenizas. Lo que
arde en Cuba son los rescoldos de una hoguera apagada imposible de avivar.
Los babalawos, los sacerdotes de la santería cubana utilizan un complejo
sistema de adivinación para que el orisha o dios Orula les revele el
futuro. En ninguna de sus predicciones aparece Benjamin Button, un
hombre que nació con el cuerpo de un anciano y va rejuveneciendo con el
paso del tiempo hasta que muere a los 85 años con el aspecto de un bebé.
Pero los hermanos Castro sueñan con parecerse a Benjamin Button. No
quieren darse cuenta de que su reloj no puede ir hacia atrás. Su reloj
se detuvo hace mucho tiempo.
Vicente Botin, excorresponsal de TVE en Cuba, es autor de Los funerales
de Castro y Raúl Castro: La pulga que cabalgó al tigre.
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