Monday, May 16, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) – Regularizar actividades
económicas de pequeño calado que se han realizado durante años al margen
de la ley, es algo que está bien. Lo que está mal, y resulta francamente
capcioso, es presentar tales regularizaciones como un proceso de
reformas. Y aún más que capcioso, es poco serio intentar vender ese
proceso como avanzada de un modelo económico con pies y cabeza.
Tal vez por ello resulte extraño ver cómo los medios de información
insisten en dar lata en torno al proceso de "reformas" adoptado, dicen,
en el sexto congreso del partido comunista cubano. Verdaderamente es
desmedida la utilización del verbo reformar donde, en el mejor de los
casos, va regularizar, y en el peor, retrancar. Incluso, hay quienes, no
satisfechos con sustituir el verbo, se pasan de la raya lanzando
pronósticos alentadores, es decir, falaces acerca del proceso de "reformas".
Ni una sola de las medidas dispuestas en el susodicho proceso ha
trascendido en la práctica el reconocimiento oficial de actividades que
se ejercían desde antes en forma más o menos subterránea. De modo que si
algún mérito le corresponde es precisamente el de remediar un mal,
legalizando lo que nunca debió ser ilegal.
De igual manera, si la práctica abierta de tales actividades nos reporta
hoy algún beneficio -como efectivamente nos lo reporta-, el mérito no es
de los caciques que se han limitado a regularizarlas, sino de la gente
de a pie, que demostró su viabilidad a cuenta y riesgo, mucho antes de
recibir el visto bueno de los caciques.
Claro que si de reformar se trata, todavía están a tiempo los caciques.
Y sin ir lejos. Bastaría con que algunas de las más cacareadas
regularizaciones, alias reformas, cuya implementación dicen estar
estudiando, sean convertidas en reformas reales.
Pongamos un solo ejemplo entre varios, como botón de muestra: la
pretendida facilitación a los cubanos residentes en la Isla para viajar
al exterior como turistas.
No habría tal reforma en ello, sino apenas el desbloqueo de un derecho
humano bien elemental. Pero dadas las circunstancias, pudiéramos
asumirla como una auténtica reforma si contemplara por igual, al margen
de prejuicios políticos, excepciones chantajistas y venganzas de baja
estofa a todos los hijos de Cuba -empezando por los médicos y los
opositores encadenados como rehenes-, y, en fin, si la humillante
tarjeta blanca dejase de ser un negocio redondo para el régimen, con
cero inversión y amplios dividendos, para ir de cabeza al estercolero de
la historia.
Mientras las cosas no ocurran de esa limpia manera, cada cual puede
llamarle a las regularizaciones, alias reformas, como más gusto le dé.
Yo les llamo retrancas.
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