15-05-2011.
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Muchas veces la realidad nos castiga con
crueldad, a veces con demasiada potencia y resulta casi inevitable
tropezar, bajar los brazos, ser invadido por esa sensación de impotencia
ante la incapacidad de modificar el presente.
Ellos son especialistas, profesionales del status quo. Saben que para
sostener este equilibrio reinante, altamente conveniente a sus intereses
precisan que todo siga invariablemente en el mismo lugar. En todo caso
ensayan cambiar algo para que nada cambie, simular reformas que no sean
demasiado transgresoras, para volver al punto de origen sin más.
La ciudadanía, los más entusiastas vecinos, esos que tienen inquietudes
y que el poder se ocupa de opacar, amedrentar y someter, caen en
desgracia rápidamente de la mano de los anticuerpos del sistema, esos
que impiden cualquier intento que vaya en sentido inverso.
La desazón es mucha, la bronca también. Los más, caen derrotados y se
entregan. Asumen que es poco lo que se puede hacer, que no vale la pena
y que es preferible claudicar a seguir luchando sin sentido, para solo
acumular tropiezos.
Es lo que los poderosos desean que sienta cualquier enemigo del sistema.
Recitan participación, dicen promover el fervor ciudadano, convocan a
ser parte del futuro, pero en realidad, no quieren que nadie intervenga
en sus planes, esos que tienen trazados para transitar un camino lineal.
Ellos apuestan fuertemente a esa resignación cívica, aunque no estén
dispuestos a reconocerlo en público. Si los ciudadanos realmente
pudieran participar y plasmar sus inquietudes claramente, sería un
verdadero problema para el poder. Sería inviable en ese escenario,
sostener la corrupción, la inacción, la indiferencia. Con un grupo de
ciudadanos entusiastas dentro del sistema eso sería imposible. Para
poder avanzar en su esquema precisan una ciudadanía derrotada, que
habiéndolo intentado haya tomado conciencia de la imposibilidad de
torcer el rumbo.
Si esos ciudadanos lograran ser protagonistas, ellos, deberían ser
transparentes en el gasto, honestos y austeros para administrar
recursos, deberían convocar a los mejores y no rodearse de mediocres,
premiarían el talento y no el servilismo, gobernarían los mejores y no
los aduladores.
El riesgo que constituye la participación para el sistema político
vigente es elevado. Y ellos lo advierten. Mantener los paradigmas
actuales supone, previamente, amedrentar a los atrevidos ciudadanos que
consideran tener ideas para modificar el esquema actual.
Justamente, por estas razones, la ciudadanía no puede darse el lujo de
capitular así nomas. No está permitido renunciar a los lugares que se
ocupan, porque esos espacios cedidos, serán asaltados por gente que
ellos se ocuparan de colocar no solo en los gobiernos, sino en cualquier
lugar de mínima influencia, lo que incluye las organizaciones de la
sociedad civil.
Es que son expertos y conocen el modo de lograrlo. Entienden que los
lugares son para ocuparlos, el poder para ejercerlo, y cada espacio, por
pequeño que parezca, es necesario tomarlo, no solo para hacerlo propio
sino para que el enemigo, no pueda ganar terreno.
De eso se trata, de la conquista del poder, de centralizarlo y
concentrarlo, para que la mayoría silenciosa y desorganizada se
atemorice y crea ser solo una minoría intrascendente sin chance alguna
de cambiar las cosas.
Los intentos espasmódicos, los caprichos ciudadanos no alcanzan. Se
trata de ser perseverante, profesional, de insistir en ello, de
prepararse para resistir la tentación de entregarse, porque ellos juegan
con eso, y especulan con el cansancio moral de los luchadores de a pie.
Presumen, con certeza, que con un par de fracasos, los más abandonarán y
volverán a la comodidad de sus rutinas. Perciben que la mayoría no tiene
tolerancia a las derrotas y que ante el primer escollo, no lo intentaran
nuevamente para pasar a engrosar las filas de los resignados de siempre.
La reserva moral de esta sociedad es escasa, pero también es cierto que
es cómoda, abúlica y no toma dimensión del tamaño del adversario, de su
inmensa capacidad profesional para enfrentarlo.
Ellos tienen paciencia, metodología, recursos ( ajenos ) y sobre todo,
un profundo conocimiento de la sociología popular. Comprenden que la
tolerancia a la frustración es muy baja en la mayoría de los seres
humanos y que una pequeña secuencia de caídas, alcanza para mandar a los
ciudadanos a sus casas con la cabeza baja y sin fuerzas para reintentarlo.
Las malas experiencias sufridas, resultan suficientes para quitarle las
ganas casi a cualquiera. Y ellos lo intuyen. El error central, está en
creer que se trata de soplar y hacer botellas, de suponer que esto es un
juego de niños y que el adversario se rendirá a nuestros pies, solo
porque nosotros creemos tener la razón o porque resulta evidente que son
ineptos o deshonestos.
No es tan simple la cosa. Se trata de una batalla dura, larga y hay que
estar dispuesto a esa pelea. Si el calor del poder torcerá nuestros
principios, si la comodidad de lo conocido puede más que el sueño de
cambiar nuestro metro cuadrado para nosotros y para no dejarles a
nuestros hijos esta herencia patética de una sociedad que se entrega
mansamente por incapacidad de dar la batalla, pues este no es nuestro
partido.
Es cierto que venimos perdiendo la pulseada, y es bueno tomar nota de
ello para ser realistas observando la foto del presente. Es posible que
el éxito en esta empresa tal vez nunca llegue, pero en todo caso, como
bien decía Jorge Luis Borges "la derrota tiene una dignidad que la
victoria no conoce".
Lo que ellos no registran, ni esperan, ni tienen en cuenta y que
nosotros como ciudadanos deberíamos apuntar cuando las fuerzas decaen,
es aquello que afirmaba José Saramago, "la derrota tiene algo positivo:
nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo: jamás
es definitiva "
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=32286
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