Una bomba envuelta en seda
José Hugo Fernández
La Habana 07-03-2011 - 12:16 pm.
Quien se asome a 'El carnaval y los muertos' podrá ver a los habaneros
como lo que hoy somos: una comparsa de zombis.
El diablo sabrá qué han hecho los censores con las varias decenas de
ejemplares del libro El carnaval y los muertos que requisaron en la
aduana habanera. Pero si solamente uno entre ellos lo leyó, entonces no
todo fue pérdida, pues será un paisano menos que se va al infierno sin
haberse privado del disfrute de una de las mejores novelas escritas en
Cuba en los últimos tiempos.
Su autor, Ernesto Santana (Puerto Padre, 1958), es excepción entre
nosotros. Por varios motivos, algunos incluso al margen de su talento,
el cual lo hace notar como un cocuyo dentro del cuarto oscuro que es la
literatura cubana de hoy, al menos la que se conoce, la elogiada,
premiada y compilada en las antologías.
Aunque esencialmente Santana parece no creer en la política, ni confiar
en ninguna de sus representaciones, sea cual fuere el bando, exhibe el
buen gusto de no declararse apolítico. Sabedor de que en la Isla (quizá
en ningún lugar de este convulso mundo, pero aún menos en la Isla) no es
posible ya pasar por intelectual apolítico sin ser cómplice de la
barbarie, se limita a concentrarse en su tarea como manda Dios, sin
guiños ni connivencias, para con nadie.
Su cenáculo es el hogar y la familia. Su torre de marfil, las calles
habaneras. No posa de Proust entre paredes acolchadas, ni de Bukowski
loco por la sordidez. Aunque no sea libre —nadie en Cuba lo es—, él es
un hombre liberado, un poeta de tintes desaprensivos, hacedor de
ficciones entre las que resulta fácil desvelar algunas de las denuncias
políticas más agudas y descarnadas que se han dado a conocer desde aquí.
Su particularidad consiste en que lo hace sin mencionar ni un nombre, ni
una palabra apenas relacionados con la política.
Un buen ejemplo es El carnaval y los muertos, distinguida con el Premio
Novelas de Gaveta "Franz Kafka" 2010, que otorga la ONG People in Need,
de la República Checa.
"Las novelas no están para hacer juicios éticos, sino para comprender a
la gente, para ver el mundo a través de sus ojos", ha dicho Orhan Pamuk.
Y es verdad, aun cuando no sea toda la verdad. Pero precisamente en la
sustancial dosis de razón que contiene el enunciado se condensa la
tónica de esta novela de Santana.
Cuando en un futuro, que ojalá sea próximo, alguien se asome a las
páginas de El carnaval y los muertos, podrá al fin ver a los habaneros
como lo que hoy somos, aunque nosotros mismos hagamos resistencia a esa
visión: una comparsa de zombis.
La novela discurre entre diversas líneas narrativas, confluyentes todas
en un mismo sitio: la muerte, no como fin o dramático destino, sino como
una suerte de desiderátum ante el bochornoso vacío de la existencia. El
estrato más visible de esas múltiples búsquedas para la anulación de la
vida, es la historia de un veterano combatiente de Angola, enfermo de
SIDA, que se fuga del sanatorio donde está recluido, con la intención,
tal vez, de ir a pedirle perdón a un amigo.
La mezcla, raramente afortunada, de lirismo con crudeza, de
transpiración poética con cháchara común y hueca, consigue tipificar con
eficacia muy poco al uso el ambiente en que se mueven los personajes,
tan vinculados como hostiles entre sí, y cuya hostilidad surge
justamente de las circunstancias de su vinculación.
Y es en esto último donde radica la yema de El carnaval y los muertos,
en la ingeniosa exposición de la incapacidad para interrelacionarse que
han llegado a padecer sus personajes. Causa pavor esa incomunicación tan
devastadora, ciega y sorda por igual ante las más tiernas caricias o
ante los más brutales insultos.
El resto es carnaval. Pero, ojo. Nada del recontramanoseado recurso de
utilizar los simbolismos de lo carnavalesco en tanto paródica mascarada
o ambivalencia transgresora. Mijaíl Bajtin no viene arrollando en la
conga de Santana.
Alguna vez los críticos (y los sociólogos y los psicólogos) tendrán que
dedicarle un examen a la función del carnaval en el escenario de El
carnaval y los muertos, donde, en apariencia, pero tal vez sólo en
apariencia, actúa como telón de fondo. Sin embargo, es algo que no está,
que percibimos si acaso como un pliegue sombrío de la realidad. El
carnaval es lo que pasa allá afuera, allá abajo (pues la primera línea
narrativa de la novela transcurre, la mayor parte del tiempo, en un
apartamento en altos, de un edificio situado frente al Malecón). Y esa
dicotomía, ausencia-presencia, debe tener más capas que una col.
Como una cinta de seda alrededor de una bomba, calificó André Breton el
arte de Frida Kahlo. Lo mismo podríamos afirmar acerca de El carnaval y
los muertos. No en balde los censores de la aduana habanera se
apresuraron a desactivarla.
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Ernesto Santana, El carnaval y los muertos, Premio Novelas de Gaveta
Franz Kafka, 2010
http://www.diariodecuba.com/de-leer/una-bomba-envuelta-en-seda
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