Y vuelta a las banderas estadounidenses
FERNANDO DÁMASO | La Habana | 22 de Mayo de 2017 - 08:32 CEST.
El estercolero oficialista cubano está revuelto, censurando a quienes
tienen la osadía de demostrar públicamente su respeto a la bandera
norteamericana sin, por ello, manifestar irrespeto por la cubana. Los
acusan de vendepatrias y anexionistas, aplicando la gastada fórmula de
"o blanco o negro" sin otras opciones, donde demuestran su dogmatismo e
intolerancia genéticos.
Le quieren dar, para entretener y desviar la atención de los ciudadanos
de cuestiones más importantes, una connotación de la cual carece. ¿Por
qué no censuran a quienes enarbolan y utilizan la bandera venezolana, o
cualquier otra, en sus prendas de vestir? Parece que el problema es con
EEUU, más allá de su bandera.
Es una realidad incuestionable que una gran parte de los cubanos,
principalmente las nuevas generaciones, porten o no públicamente la
bandera de las barras y las estrellas o algún elemento de ella,
simpatizan con el modelo vecino. Durante muchos años su música,
literatura, cine, teatro, artes plásticas, ciencia, arquitectura,
deportes, modas y mucho más, ha ejercido una atracción importante sobre
los cubanos. Constituye una influencia natural, debido a la proximidad
geográfica y a la historia compartida.
En el siglo XIX, EEUU representó el ideal de sociedad al que aspiraban
los patriotas cubanos, independientemente de sus defectos y
contradicciones. Esto también se prolongó durante la primera mitad del
siglo XX. Cambió, artificialmente, durante la segunda mitad, tras la
imposición del socialismo por decreto. Habría que preguntarse por qué
ahora, en pleno siglo XXI, aparece entre los cubanos de la Isla este
reencuentro con EEUU y con sus símbolos patrios?
Pudieran existir diferentes explicaciones. Yo me decanto por esta:
A los cubanos, durante 58 años, el Gobierno les ha estado repitiendo,
hasta el aburrimiento, que la República fue un fracaso. Esta mentira ha
sido apoyada por muchos intelectuales oficialistas, a pesar de que todos
saben que la etapa republicana fue la más fructífera y próspera del
país, independientemente de sus defectos, donde se construyó todo lo que
hoy existe y posee algún valor, y permitió que Cuba, como nación,
ocupara uno de los primeros lugares en desarrollo de todo tipo en
Iberoamérica y el lugar vigésimo octavo entre todos los países del mundo.
El actual Gobierno ha demostrado, en más años que los que duró la
República, su fracaso, siendo incapaz de mantener lo que existía y de
crear algo realmente importante. A este Gobierno le corresponde también
la responsabilidad por todas las desgracias de los cubanos, así como por
el deterioro galopante del país en todos los órdenes, y por su
permanente crisis económica, política y social.
Estas situaciones, sumadas a la progresiva pérdida de los aliados
ideológicos y garantes económicos del Gobierno, han llevado a muchos
cubanos, a perder la poca esperanza que aún mantenían en la capacidad de
este para resolver la terrible situación existente, y a poner la vista
en el vecino del Norte, como una posibilidad real de lograr una salida.
No es nada nuevo: sucedió en momentos difíciles, durante la Guerra de
los Diez Años, con algunas personalidades importantes participantes en
la misma, incluyendo, entre otros, a Carlos Manuel de Céspedes y a
Máximo Gómez. Se repitió en la Guerra de Independencia y también durante
la República. Entonces ¿qué tiene de extraño que suceda ahora, durante
la crisis más profunda y prolongada en toda la historia de Cuba?
Si, según las autoridades cubanas, la República fue un fracaso y, de
acuerdo a la mayoría de los ciudadanos, este Gobierno y su socialismo
constituyen un fracaso aún mayor, ¿qué les queda a los cubanos?
En definitiva, las autoridades, aunque lo nieguen, se mueven hacia un
capitalismo salvaje, persiguiendo frenéticamente los dólares
estadounidenses, mientras rechazan su bandera. Al menos, los ciudadanos
que no se ocultan para expresar sus simpatías por el modelo vecino son
mucho más honestos. Ya va siendo hora de ir dejando atrás los dogmas
obsoletos, el patrioterismo estéril, la demagogia y la pérdida de
tiempo, y asumir valientemente nuestra realidad y acabar de emprender el
camino de su solución.
Usar prendas de vestir o artículos utilitarios con elementos de la
bandera estadounidense, o inclusive enarbolar la bandera misma, no
significa ser anexionista, sino expresar el deseo de cambio ante el
fracaso nacional y la carencia de esperanzas reales. De todas maneras,
es la bandera históricamente más cercana a la nuestra, y con la que más
relación hemos tenido, al extremo de que una parte importante de nuestra
población reside en ese país y otra aspira a hacerlo. Estos
cubanoamericanos, como es natural, respetan por igual ambas banderas.
Quienes, utilizando las banderas, tratan de dividir a los dos pueblos,
son seres sumisos, que sirven al amo que les paga, aunque lleve 58 años
oprimiéndolos, y sea el máximo responsable de todas sus desgracias.
Source: Y vuelta a las banderas estadounidenses | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1495311661_31280.html
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