Cuba: el transnacionalismo coactado
El Estado cubano continúa siendo un ente hostil a su emigración
Haroldo Dilla Alfonso, Santiago de Chile | 24/05/2016 9:06 am
Si algún dato habla hoy de la maduración del pensamiento social cubano
—incluido su componente académico— es la frecuencia como trata a Cuba
como una sociedad transnacional. No quiero decir que se discuta al nivel
del acumulado teórico sobre el asunto, mucho menos que exista un
consenso sobre el asunto. Con frecuencia la alegoría a la
transnacionalidad parece ser algo así como una salida, tan ansiosa como
honesta, a su desafortunada omisión. Un tema que por décadas fue tratado
como parte de la agenda de seguridad y en instituciones regidas por los
organismos de esa naturaleza.
Tengo en mente dos ejemplos estimulantes recientes. El primero es el
dossier publicado por Cuba Posible, y, particularmente, el aporte de
Nisvia Brismat, una joven intelectual cubano/mexicana que resultó, con
mucho, su voz más precisa y estimulante, algo propio de mujeres y de
jóvenes. El segundo, la reciente proclamación por la coalición
oposicionista Mesa de la Unidad para la Acción Democrática (MUAD) de un
programa, uno de cuyos ejes de acción es precisamente "Avanzar hacia una
legislación que garantice el libre tránsito como derecho ciudadano y
restituya a los cubanos emigrados todos sus derechos civiles, políticos,
económicos, sociales y culturales". Lo que los opositores reclaman como
un nuevo contrato social en el que todos quepamos.
Reconozcamos que se trata de un tema denso y complejo que requiere un
debate a muchos niveles, incluido el campo intelectual, más allá de las
rigideces académicas y más acá de la carga emotiva que siempre le
acompaña. Sobre todo, teniendo en cuenta que la naturaleza transnacional
de la sociedad cubana no puede remitirse, sin más, a la vaga noción de
la diáspora. Es cierto que hay cubanos por todo el mundo, y que por sus
niveles educacionales son muy visibles —periodistas, profesores,
artistas— pero la transnacionalidad como fenómeno requiere de
masividades y regularidades de contactos que se obtienen par excellence
en el vínculo entre Cuba y el sur de la Florida, y en particular entre
La Habana y Miami, dos ciudades que tienden a configurarse como un
complejo urbano transfronterizo.
De cualquier manera, creo que hay tres ámbitos de relacionamientos que
vale la pena discutir:
El ámbito de la cotidianeidad, que implica toda una gama de relaciones
familiares, amistosas, personales basadas en expectativas de solidaridad
y reciprocidad. Este ámbito, que resistió tozudamente presiones y
adversidades de todo tipo —en particular las prohibiciones del Gobierno
cubano— para terminar demostrando que aquí, como en todos los lugares,
la sangre era más espesa que el agua.
El ámbito de las transacciones económicas, que implica inversiones así
como compras de insumos y servicios con fines de lucro. Y que pudiera
estar ganando más presencia que nunca con las discretas aperturas
mercantiles y hacia la emigración que ha puesto en práctica el Gobierno
cubano.
El ámbito de lo que llamaré las comunidades organizadas, entendiendo por
tales una serie de organizaciones, instituciones o simplemente espacios
medianamente formalizados (sea en las sociedades civil o política), que
establecen vínculos y en ocasiones adoptan contexturas isomórficas. En
los campos políticos que hoy cruzan a la Isla —a grosso modo, los campos
oficial, crítico sistémico y opositor antisistémico— es visible este
ordenamiento transnacional con la aparición de grupos, asociaciones,
medios de prensa, etc, que actúan en consonancia con contrapartes
insulares y eventualmente mediante vínculos formales de cooperación.
Estos ámbitos no son hosterías para el amor, sino relaciones de poder.
Implican conflictos —los sistemas no funcionan de otra manera— y
complementariedades, enmarcados en historias particulares por donde
fluyen los ánimos y retozan Eros y Tánatos. Y contienen diferentes
maneras de reconocimientos mutuos, aquí sigo a Axel Honneth, que van
desde la compartición de afectos básicos hasta la valoración de ambas
comunidades como interlocutores válidos y aportadores de capital
simbólico. Pasando, por supuesto, por la mutua percepción utilitaria, el
reconocimiento recíproco como contribuidores materiales.
Yo diría que durante las dos primeras décadas del actual régimen
político predominó una política de extrañamiento y separación en que
fueron negados todos los afectos básicos a los cubanos emigrados. Al
calor de los subsidios soviéticos, esta relación no era relevante como
dato económico, y en cambio sí lo era como una construcción ideológica
antitética.
La crisis de los 90 recolocó el tema, y abrió una puerta al uso de los
migrantes como remesadores y pagadores de los servicios consulares más
caros del mundo. A cambio, se han mantenido las prohibiciones esenciales
a esta emigración —la recopilación normativa de 2013 dejó intacta la
situación de los emigrados— y en lugar de un acercamiento mutuamente
provechoso, el gobierno ha preferido manipular el asunto mediante
relaciones con pequeños grupos de adeptos que aceptan la distancia como
condición para el prohijamiento. Una parte relevante de la comunidad
emigrada, por su parte, ha optado por verse a sí misma como
inversionista, tratando de incentivar el apetito crematístico de la
elite cubana en su metamorfosis burguesa. Un paso de avance desde
aquellos tiempos en que las puertas permanecían herméticamente cerradas.
Hoy tenemos puentes —y es positivo— pero a la cabeza de cada cual
persisten trincheras defensivas.
Por supuesto, hay muchos constructores de trincheras. Los hay en los
vocingleros grupos extremistas de Miami. Pero no cabe dudas de que el
principal actor que entorpece este proceso es el Estado cubano, con sus
deplorables prácticas de asumir la ciudadanía como símil de lealtad
política y a la emigración como un banco en el exterior. Y en
consecuencia, a los emigrados como sujetos de segunda. Lo que ha dado
lugar a espectáculos deprimentes de insensibilidad e irresponsabilidad
como sucedió recientemente con el paso de los cubanos apaleados por el
ejército nicaragüense —con la venia innegable del Gobierno cubano— o
como todavía sucede con esa morgue ecuatoriana que alberga varios
cadáveres de cubanos que La Habana se niega a repatriar, como la
práctica usual manda.
Y no creo que exista una real voluntad política de cambio al respecto.
El efecto del reordenamiento normativo migratorio de 2013 tuvo la virtud
(colateral) de intensificar los vínculos entre ambas comunidades, pero
prácticamente no movió la situación de discriminación que sufre la
comunidad emigrada. La única manera de abordar la cuestión de la
transnacionalidad coactada de la sociedad cubana —cosa que creo
olvidaron los acompañantes de Nivia Brismat en el coloquio de Cuba
Posible— es asumiendo críticamente las políticas del Estado cubano.
El Estado cubano sigue siendo tal y como hace algunos años los
clasificaron Glick y Schiler: un ente hostil a su emigración, un Estado
"denunciante". Un obstáculo mayor a la maduración de nuestra sociedad
transnacional. Y con ello, más sufrimientos, alejamientos, costos
humanos, y oportunidades perdidas que, como, las flechas y las palabras,
dicen los chinos, nunca regresan.
Source: Cuba: el transnacionalismo coactado - Artículos - Opinión - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuba-el-transnacionalismo-coactado-325628
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