Tuesday, May 24, 2016

Cuando Vargas Llosa dijo no

Cuando Vargas Llosa dijo no
Sobre una frustración temida y anunciada
Alejandro Armengol, Miami | 23/05/2016 10:10 am

El primer rechazo de Mario Vargas Llosa al comunismo se debe a la
literatura. Cuando en 1953 entra en la Universidad de San Marcos, en
Lima, y al poco tiempo comienza a militar en Cahuide, nombre con el que
se trataba de resucitar al Partido Comunista en Perú, sus primeras
discrepancias con los camaradas no tienen que ver con la lucha de clases
y las tácticas políticas, sino con el realismo socialista. No será una
simple diferencia de criterios, sino una posición que marcará su vida:
la libertad de expresión como tabula rasa para medir cualquier sistema.
Una guía atractiva y sugerente, pero no libre de limitaciones.
Vargas Llosa describe así esa etapa de su juventud: "Era la época del
reinado absoluto del estalinismo, y, en el campo literario, la estética
oficial del partido era el realismo socialista. Fue eso, creo, lo que
primero me desencantó de Cahuide", según lo describe en El país de las
mil caras.
A partir de entonces, puede decirse que la estética ha marcado su ética.
"Su criterio para definir el clima de libertad de una sociedad ha sido
siempre el mismo: el espacio que se le da al escritor para que exprese
libremente sus ideas", dice Carlos Granés, al analizar el recorrido
intelectual del escritor en el prólogo a Sables y Utopías.
La adopción del criterio de la libertad de expresión como una especie de
imperativo categórico, al que se refiere Granés, adquirió en la práctica
una conducta de lucha y denuncia, por encima de cualquier intransigencia
a ultranza. El intento de salvar un ideal de justicia social y valores
dentro de un pensamiento, que en su época de desarrollo intelectual e
incluso en nuestros días, se sitúa dentro de un discurso de "izquierdas"
—por la carencia de mejor denominación— lo acompañó aún por largo tiempo.
Al mismo tiempo, iba produciéndose una erosión de tales ideas en favor
de un posicionamiento ideológico hacia lo que hoy se conoce como
neoliberalismo, la forma de pensar que finalmente adoptó, y que ahora
defiende con igual o mayor fervor que con anterioridad su postura dentro
de la izquierda política.
Pero esa transformación conceptual en el plano político obedeció
fundamentalmente a dos factores: uno que hasta cierto punto puede
considerarse teórico y otro determinado por los acontecimientos.
Vargas Llosa ha asumido el criterio del mercado como panacea a partir de
la necesidad de un sustento ideológico que le resuelva la necesidad de
un marco de referencia para lidiar con sus inquietudes hacia los
problemas sociales y económicos en cualquier sociedad actual. Es un
sistema de adopción imprescindible para esa parte de su personalidad que
lo caracteriza como ser social, pero que no lo define fundamentalmente.
Incluso en un momento de ilusión pensó en convertirlo en centro de su
vida, con su aspiración a la presidencia de Perú. Aunque nunca ha sido
su definición mayor, que es por supuesto la de escritor. Desde el punto
de vista emocional le brinda la adopción de una fe: cree en el
determinismo del libre mercado como en el siglo pasado los marxistas
consideraban a la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas
productivas como el motor de la historia (o la Historia, como gustaban
escribir). Busca y se aferra en los datos que refuerzan su creencia con
la misma fuerza que rechaza los que la contradicen. En este aspecto sí
se manifiesta con toda intransigencia, que lo lleva al dogmatismo y las
declaraciones y escritos menos felices que en la actualidad produce.
Sin embargo, tras esa actitud pública —y quizá determinante en ella— hay
otra historia personal, donde la frustración asume un papel fundamental,
porque en primer lugar se relaciona con la razón primordial de su
existencia: la de escritor.
El no aceptar la aberración del realismo socialista no le impidió a
Vargas Llosa continuar comprometido con una actitud izquierdista, que
iba va más allá de una afinidad ideológica. Fue la época en que
participó dentro de la corriente intelectual que buscaba la existencia
de un socialismo que no estuviera manchado con las enormes limitaciones
—mejor decir aberraciones— que desde el inicio caracterizó al comunismo
soviético, de los llamados países socialistas y que luego fueron
adoptados por el régimen establecido en Cuba con la llegada de Fidel
Castro al poder.
Aunque durante esos años de formación y periodismo no simpatizaba con la
Unión Soviética y el campo socialista —a diferencia de Gabriel García
Márquez— Vargas Llosa encuentra en la revolución cubana el modelo en que
puede compaginar ese ideal libertario, que cada vez cobra más fuerza en
su pensamiento, con la justicia social.
Algunas de las cartas intercambiadas con escritores cubanos y
latinoamericanos, durante los años en que trata de mantenerse como
aliado de la Revolución cubana, pero sin perder su capacidad y derecho a
criticar lo que considera incorrecto, muestran ese esfuerzo que
terminaría en frustración y el convencimiento de denunciar un gobierno
que apoyó más allá de sus inicios.
La revista Letras Libres publicó en marzo de este año, con introducción
del historiador Rafael Rojas, varias de esas cartas, que constituyen "El
camino hacia la ruptura" con la Revolución cubana, y que tuvo lugar
entre 1959 y 1971.
"A pesar de que desde 1961 el gobierno cubano dio muestras de avanzar
hacia la alianza con Moscú y la adopción de algunos elementos propios de
los socialismos burocráticos de Europa del Este, como el partido único,
el control gubernamental de los medios de comunicación, el ateísmo, el
machismo o la censura —en 1961, por ejemplo, fue clausurado el
suplemento Lunes de Revolución, que dirigía Guillermo Cabrera Infante, y
prohibido el film PM, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal—,
los novelistas del boom mantuvieron su apoyo a La Habana", escribe
Rojas. Posiblemente sea Vargas Llosa el escritor que mejor refleje ese
esfuerzo —por momentos casi patético— de no mantenerse al margen y
apoyar un proyecto que cada vez le resultaba más ajeno y contrario a sus
ideales.
En carta a Emir Rodríguez Monegal, director de la revista Mundo Nuevo,
del 2 de febrero de 1967, le informa de la negativa de los escritores
cubanos , fundamentalmente de las figuras alrededor de la revista Casa
de las Américas, de colaborar con la publicación de Rodríguez Monegal,
que La Habana catalogaba burdamente de estar financiada por la CIA, pero
al mismo tiempo le pide que no se publiquen en esta ataques hacia la
Revolución cubana:
"Abusando un poco, querido Emir, quisiera pedirte que, por decepcionado
que te puedas sentir con la negativa cubana a colaborar en tu revista,
hagas lo posible por evitar que ella sirva de algún modo de tribuna para
los enemigos de la Revolución cubana. La actitud de los escritores puede
parecerte demasiado intransigente, pero allá uno se explica bastante
bien esta intransigencia, cuando ve la ferocidad con que la Revolución
es combatida y con qué admirable convicción y coraje están saliendo
adelante los cubanos a pesar del bloqueo, de los sabotajes, de la
campaña internacional de desprestigio de cierta prensa. Nosotros hicimos
un viaje por el centro de la isla, y visitamos granjas y aldeas y
fábricas, y te aseguro que era un espectáculo conmovedor y a la vez muy
triste cuando uno se ponía a comparar entre lo que está ocurriendo en el
campo cubano y lo que ocurre en mi país, por ejemplo."
En otra, a Carlos Fuentes, del10 de febrero de 1967, expresa lo siguiente:
"En la reunión de la Casa de las Américas, se habló de las alusiones
inamistosas e incluso injustas que se te habían hecho en algunos
documentos, como la carta abierta a [Pablo] Neruda, y tanto Julio
[Cortázar] como yo criticamos el artículo de Ambrosio Fornet, aparecido
en el último número de la revista de la Casa de las Américas, en el que
se refiere a ti de una manera inaceptable. Conozco hace tiempo a
Ambrosio —fuimos compañeros en la Universidad [Complutense] de Madrid—,
y le tengo mucho afecto, y por eso mismo me sorprendió que se hubiera
excedido en esa forma. Tú sabes el clima de tensión y de fervor en el
que viven los cubanos, y la extrema susceptibilidad política en que los
tienen las condiciones de la isla (el bloqueo, la amenaza permanente de
invasión, etc.); creo que eso explica muchas cosas, pero desde luego que
no las justifica todas."
De nuevo Vargas Llosa escribe a Fuentes, el 20 de enero de 1969, y le dice:
"No sé nada de Cuba. No fui a la reunión de la revista, porque no tenía
tiempo ni tampoco muchas ganas, pero hablé por teléfono con Fernández
Retamar la otra noche. Julio acababa de partir de La Habana. Llamé a
Roberto para tratar de confirmar si era cierto que Edmundo Desnoes
estaba preso, acusado de ser agente de la CIA, pero al hablar con él no
me atreví a preguntárselo. Lo noté un poco cauteloso y temí ponerlo en
un apuro. Estoy sumamente inquieto, apenado y asustado con lo que ocurra
en Cuba y te ruego que me cuentes lo que sepas. Lo último que llegó a
mis manos fueron los discursos de Lisandro Otero que me produjeron
escalofríos, casi tantos como los que tuve cuando leí las indecentes
frivolidades contra la Revolución de nuestro amigo Guillermo [Cabrera
Infante]."
Es una carta a Roberto Fernández Retamar, del 1 de marzo de 1969, donde
se hace evidente que las relaciones entre el escritor de La Casa Verde y
la Casa de las Américas y por añadidura el Gobierno cubano se acercan a
un punto de ruptura. Vargas Llosa la envía en respuesta a una de
Retamar, donde de entrada señala que el "tono y los sobrentendidos de tu
carta —que, por momentos, me pareció más un comunicado que una carta—…"
y señala:
"Discrepar de la actitud adoptada por Fidel en la cuestión de
Checoslovaquia no significa, en modo alguno, haberse pasado al bando de
los enemigos de Cuba, como no lo es tampoco enviar un telegrama opinando
sobre un asunto cultural de la Revolución. Mi adhesión a Cuba es muy
profunda, pero no es ni será la de un incondicional que hace suyas de
manera automática todas las posiciones adoptadas en todos los asuntos
por el poder revolucionario. Ese género de adhesión, que incluso en un
funcionario me parece lastimoso, es inconcebible en un escritor, porque,
como tú lo sabes, un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a
disentir y opinar en alta voz ya no es un escritor sino un muñeco de
ventrílocuo."
En todas las misivas se hacen evidentes la exigencias del Gobierno
cubano, expresadas a través de sus escritores-funcionarios, de un
sometimiento total a los dictados de La Habana y un apoyo incondicional
a cualquier acto o declaración de Castro, algo a lo que Vargas Llosa no
estaba dispuesto.
Hay un ejemplo de esa exigencia de sometimiento que no aparece en esas
cartas, pero fue relatada en su momento por Guillermo Cabrera Infante en
Mea Cuba, y narra cuando Alejo Carpentier se reunió con Vargas Llosa en
un restaurante londinense. No fue un simple encuentro entre escritores.
Carpentier traía un mensaje de La Habana:
"Alejo le dijo a Mario que traía un mensaje de Haydee Santamaría, que lo
saludaba como un verdadero revolucionario. Lo menos que quiere un
escritor es que lo confundan con lo que no es, pero Alejo hablaba ahora
de escritor a escritor. Lo que era una falsedad. Haydee quería que Mario
donara, públicamente, su premio (unos 30.000 bolívares: Alejo, ducho en
aritmética venezolana, calculó que eran unos 25.000 dólares) a la
guerrilla. La Casa de las Américas (es decir el Gobierno de Castro, que
pagaba siempre a los diplomáticos a través del Narodny Bank ruso), le
devolvería a Mario esa misma cantidad a razón de mil dólares mensuales
que le traería Alejo en persona."
Vargas Llosa, por supuesto, dijo no.
"Mario sería un ingenuo político, pero no era un tonto. Aceptar la
oferta que podía rechazar significaba convertirse, de hecho, en un
agente cubano", agrega Cabrera Infante.
La decepción con la Revolución cubana terminó en ruptura total a partir
de 1971, con la firma del autor de Conversación en la catedral de la
carta contra el encarcelamiento y la forzosa autocrítica de Heberto
Padilla y su renuncia al consejo de redacción de la revista Casa de las
Américas. En carta a Haydee Santamaría le expresa: "No es este el
ejemplo del socialismo que quiero para mi país." Una desilusión que años
más tarde se convertirá en no querer socialismo alguno para un país
cualquiera.

Source: Cuando Vargas Llosa dijo no - Artículos - Cultura - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/cuando-vargas-llosa-dijo-no-325608

No comments:

Post a Comment