Una feria de habanidades
MIGUEL SALES | Málaga | 23 Mar 2016 - 2:31 pm.
La política hace extraños compañeros de podio. El lunes 21 de marzo, en
La Habana, el presidente de la primera democracia del mundo compartió
escenario con el dictadorzuelo del último bastión marxista leninista del
Caribe. Un tirano octogenario consagrado por sucesión dinástica gracias
al dedazo de su hermanísimo, que tras detentar el poder durante casi
medio siglo tuvo la clarividencia de ungir a su más fiel servidor, con
el encargo gatopardiano de cambiarlo todo para que todo siga igual. Un
sujeto que, de haber perdido el poder en algún momento de ese medio
siglo, sin duda habría terminado en el banquillo de la Corte Penal
Internacional, obligado a responder de los crímenes de guerra y los
delitos de lesa humanidad que ha cometido desde 1953.
Hay líneas rojas morales cuya transgresión ni siquiera la realpolitik
debería justificar. Y la rueda de prensa que protagonizó el presidente
Obama en compañía de su homólogo cubano, constituyó una de esas
transgresiones: fue un espectáculo humillante para los estadounidenses
que auparon con su voto al bisoño senador demócrata y para los cubanos,
que padecen desde hace muchísimo tiempo ese régimen caduco, represivo e
ineficiente, ese viejo Gobierno, con más difuntos que flores, pese a lo
que cantan sus sochantres.
En medio de ese espectáculo, en el que Raúl Castro demostró que todavía
es capaz de leer unas cuartillas sin equivocarse demasiado, se deslizó
una pregunta inesperada sobre el presidio político. Estupor de los
ponentes y silencio sobrecogido de la sala ante la insolencia del
periodista, que para más inri confesó ser de origen cubano. ¿Cómo se
atreve nadie a mencionar la soga en casa del ahorcado? ¿Desde cuándo un
jefe máximo tiene que contestar preguntas que no están previstas en el
programa? ¿Dónde están Randy, Arleen y los demás paladines de la Mesa
Redonda que no acuden a ocupar el terreno y a preguntar por las vacunas
milagrosas, la campaña de alfabetización o las medallas olímpicas?
La reacción de prepotencia y cólera mal contenida del dictador cubano
fue antológica. Primero fingió no saber que en la Isla hubiera personas
encarceladas por tratar de ejercer sus derechos políticos (si fuera
cierto que no lo sabe, sería mal asunto que un gobernante ignorase algo
tan elemental sobre su propio país). Luego, con gesto avinagrado, se
contradijo al proponer que le dijeran los nombres de los reos, para
liberarlos en el acto. Al final, sintiéndose ya más satisfecho con su
despliegue de agilidad mental, repitió la oferta de clemencia hacia los
inexistentes prisioneros y volvió a exigir nombres, como si el hecho de
que el periodista no llevase la lista en el bolsillo demostrara que él,
Raúl Castro, había logrado desenmascarar la insolente patraña. Y remató
la faena con la sorprendente afirmación de que ningún país respeta todos
los derechos humanos y que en Cuba se aplican los suficientes, en
educación y atención médica por ejemplo, lo que implica que nadie
debería preocuparse por asuntos menores, como la ausencia de libertad de
expresión, los presos políticos o las elecciones de partido único.
Cabe señalar que otra pregunta sobre la represión de las Damas de Blanco
y de varios manifestantes pacíficos que las apoyaban, ocurrida un día
antes de que Obama llegara a la capital, fue soslayada palmariamente por
ambos mandatarios.
Las preguntas sacaron a colación un tema esencial para la comprensión de
lo que ocurre estos días en Cuba, pero lo hicieron de un modo
deficiente. El gobierno cubano puede liberar hoy a todos los presos
políticos y volver a llenar las cárceles la semana próxima. Fidel Castro
solía hacerlo con cierta frecuencia. Les regalaba a sus ilustres
visitantes —Jimmy Carter, el capitán Cousteau, el Papa Juan Pablo II, el
presidente Mitterand—, el grupo de presos por los que habían
intercedido. Unos días más tarde la policía política efectuaba una
redada de disidentes y adquiría un nuevo lote de rehenes, en previsión
de la próxima visita.
La pregunta adecuada sería, pues, ¿por qué se niegan las autoridades
castristas a reformar la Constitución y el Código Penal de inspiración
soviética, donde están codificadas las violaciones de los derechos
humanos, de manera que las medidas represivas se aplican con total
"legalidad"? Esas violaciones enquistadas en sus propias leyes
contradicen los pactos que el Estado cubano ha suscrito con la comunidad
internacional. Los derechos fundamentales a la vida, la libertad y la
propiedad, consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos y
los Pactos Internacionales de 1966 (derechos civiles, políticos,
económicos, sociales y culturales) son prerrogativas vinculantes y no
una lista de supermercado, en la que los gobiernos pueden elegir cuáles
les conviene aplicar y cuáles no.
Puestos a indagar sobre la madre del cordero, alguien podría haber
preguntado cuándo celebrará el Gobierno cubano las elecciones libres y
equitativas que estipula el artículo 21 de la Declaración Universal de
Derechos Humanos, con pluralidad de partidos y candidatos, para que los
ciudadanos de la Isla y del exilio puedan elegir realmente entre varias
opciones políticas y fijar nuevos rumbos para ese desdichado país.
Pero nada de eso se planteó en la rueda de prensa y solo se esbozó en
modo parabólico, con vagas alusiones y conceptos demasiado amplios, en
el discurso que Obama pronunció al día siguiente en el teatro que el
gran Miguel Tacón y Rosique hiciera edificar extramuros en 1838. Un
discurso sin duda constreñido por el protocolo, en el que algunos temas
estaban excluidos a priori y en el que Obama reiteró que su nueva
política hacia Cuba se basaba en la constatación de que la anterior
había fracasado. Borrón y cuenta nueva. A construir una Cuba próspera y
democrática, bajo la mirada benévola del Estado socialista y el
beneplácito del mundo.
Pero muchos analistas sospechan que, tras una presidencia mediocre, con
notables vacilaciones en política exterior —Corea del Norte, Ucrania,
Irán, Siria, Libia— Obama trabaja sobre todo motivado por la urgencia de
asentar su legado histórico en América Latina. A estas alturas de la
historia, llegar a ser el Adelantado de la reconciliación con Cuba y el
Padrino de la paz en Colombia parece tarea más grata y sencilla que
tratar de neutralizar las ambiciones de Putin, El Assad y Kim Jong Un.
El único gesto inequívoco de apoyo a las libertades y los derechos de
los cubanos que Obama realizó durante su visita fue el de recibir
públicamente a un grupo de opositores, en el que figuraban
representantes de diversas tendencias políticas. Esa reunión, que ni el
papa Francisco, ni el presidente Hollande se atrevieron a sostener, le
honra y les transmite a los demócratas cubanos un mensaje de aliento y
un amparo concreto ante la política represiva del régimen.
En ausencia de las preguntas indispensables y sus correspondientes
respuestas, la visita de Obama a La Habana será recordada por un
discurso ambiguo, una reunión con disidentes, las fotos con la efigie
del Che Guevara como telón de fondo, un juego de béisbol y, sobre todo,
un lamentable pas de deux mediático entre un presidente legítimo en el
umbral de la jubilación y un dictador decrépito aferrado a la poltrona.
Parafraseando la paráfrasis bíblica de Guillermo Cabrera Infante:
habrá sido una feria de habanidades.
Miguel Sales Figueroa preside la Unión Liberal Cubana y es
vicepresidente de la Internacional Liberal
Source: Una feria de habanidades | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1458739913_21152.html
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