De hoteles y derechos
Al igual que La Habana, Washington actúa de acuerdo a sus intereses:
mantener una estabilidad social y política, forzada en ambas costas
Alejandro Armengol, Miami | 22/03/2016 5:00 pm
La cadena hotelera Starwood es la primera compañía estadounidense que
firma un acuerdo con las autoridades cubanas desde la revolución de
1959. Pero es muy posible que dentro de poco la firma deje de ser
norteamericana, adquirida por un grupo inversor chino.
No se trata de un movimiento ordenado por el Partido Comunista Chino. La
operación no aparece en plan quinquenal alguno. No obedece a patrones
ideológicos. Es capitalismo en su definición más amplia.
El hecho puede servir como ejemplo de los tiempos que corren, y de
enseñanza al que quiera comprender lo que sucede en la actual etapa de
"deshielo" entre Washington y La Habana.
El Gobierno estadounidense no está buscando un cambio de régimen en
Cuba. Quiere anticiparse para evitar un problema mutuo, que es una grave
crisis económica en la Isla que degenere en caos, un éxodo más masivo
que el que existe en estos momentos y una situación de inestabilidad a
90 millas de sus fronteras. Para ello la fórmula es simple: la
estabilidad se antepone a la libertad. Puede gustarnos o no, cabe
rechazar o admitir la noción, pero es la realidad.
Al igual que La Habana, Washington actúa de acuerdo a sus intereses:
mantener una estabilidad social y política, forzada en ambas costas.
Ver la visita del presidente Barack Obama en otros términos implica
desconocer las reglas del juego. El problema para él no es que no se
entienda así en Miami, sino lograr que quienes tienen el poder en Cuba
adopten ese criterio. Viajó a convencerlos. Si estos comprenden que le
deben la sobrevida, mejor. Si esta viene acompañada de un cambio
político, perfecto. Aunque estas dos últimas no son condiciones
indispensables.
Por supuesto que EEUU siempre va a pregonar las ventajas de un modo de
vida democrático, pero ahí termina la cosa.
La clave radica entonces en analizar si la cúpula dirigente cubana es
capaz de llevar a cabo ese proceso. Hasta ahora hay razones para el
pesimismo, pero también hay presentes dos factores para la tentación: el
tiempo y el dinero.
La conferencia de prensa con los mandatarios Barack Obama y Raúl Castro,
tras la reunión a puertas cerradas que sostuvieron el martes, ofrece
algunas pautas.
Más allá de la torpeza del gobernante cubano, hay varios indicadores que
merecen comentarse.
Sea por la importancia del visitante, Castro no asumió una actitud de
rechazo total, como la que habría sostenido su hermano mayor. Cierto que
en su estilo de respuesta siguió un patrón idéntico al de su predecesor
en el mando, pero iluso hubiera sido esperar otro comportamiento. Hubo
mucho de cinismo en sus palabras, pero también ciertos guiños que no
deben pasarse por alto. El simple hecho de admitir que Cuba no cumple
con todos los requisitos sobre derechos humanos implica un deslinde.
Durante décadas La Habana ha utilizado la represión como otra forma más
de distraer la atención sobre los graves problemas económicos que
afectan al país. Uno de los retos fundamentales para La Habana es
eliminar o limitar ese uso. No se sabe aún si la Plaza de la Revolución
cuenta con la capacidad necesaria para llevar a cabo este cambio.
Mucho está en juego, tanto para quienes en Cuba se aferran a los ajados
mecanismos —pero aún eficientes— de conservar el poder, como para
quienes desde el exilio en Miami —y en su extensión en Washington—
defienden el enfoque tradicional anticastrista.
No es simplemente una definición elemental del poder, sino algo más
profundo: la capacidad de sobrevivir más allá de los esquema elementales.
Si en estos momentos La Habana no lleva a cabo una serie de medidas que
permitan la ampliación de ciertos derechos, es por el temor a que el
debate adquiriría entonces un carácter más comprometedor.
La ceremonia dominical de las Damas de Blanco —para citar un ejemplo
socorrido y repetido a diario— es una clara evidencia de las
limitaciones actuales del Gobierno cubano.
Poner fin a esta representación semanal de la forma más fácil —es decir
permitirla sin estorbo alguno— no es un reto muy elevado para el
Gobierno, por lo limitado del alcance del grupo opositor, pero
indirectamente abriría la puerta a una confrontación más seria.
El régimen necesita a las Damas de Blanco, tanto como ellas necesitan
ser víctimas como razón de existencia. Sin represión desaparece su
esencia —de hecho es un movimiento de base muy limitada, que ya desde
hace tiempo perdió su función original— y popularidad.
Cuando hay otros factores dentro de la oposición que pueden pasar
entonces a recibir mayor reconocimiento internacional y de la prensa,
resulta preferible para el Gobierno cubano el mantener un statu quo que
dé beneficios compartidos.
Lo que busca el presidente Obama es promover un cambio en esa ecuación,
no primordialmente en el ámbito político sino en lo social y económico.
Un cambio fundamentalmente cultural, donde nuevos esquemas sustituyan
paradigmas gastados. Ese cambio, de producirse, dejaría atrás incluso la
propia visión de Obama sobre Cuba.
Para que el acercamiento entre Washington y La Habana sea irreversible,
se necesitan mayores avances en inversiones y comercio. En buena medida
esto no se ha alcanzado aún no por la persistencia del embargo ni la
represión contra los disidentes, sino por la falta de mecanismos mutuos
que faciliten su desarrollo.
Ante todo, Cuba tiene que agilizar procesos y normas que traban las
iniciativas, y todo ello implica una despolitización de la sociedad.
Pero a tal efecto hay que contribuir también desde el exterior,
centrando los objetivos en miras más amplias.
Mientras el debate sobre Cuba siga limitándose a los márgenes estrechos
y contrarios de embargo-represión, el país continuará anclado en
esquemas caducos. Procurar que los cubanos vivan mejor es un reclamo
válido, que trasciende fronteras y no debe suscribirse a una agenda
estrecha.
Source: De hoteles y derechos - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/de-hoteles-y-derechos-325162
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