Wednesday, March 23, 2016

Aplauso de una sola mano en el Gran Teatro de La Habana

Aplauso de una sola mano en el Gran Teatro de La Habana
NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS | Los Ángeles | 22 Mar 2016 - 11:02 pm.

En las dictaduras los aplausos mienten, solo el silencio es genuino. Y
el silencio en el Gran Teatro Alicia Alonso durante la alocución de
Barack Obama fue escandaloso.

Si exceptuamos la operática intervención de Obama, el silencio fue
también el gran protagonista de esta jornada singular. Había personajes
ilustres en los balcones, sin dudas. Había un grupo de negros vestidos
de blanco como una banda de garzas en primer plano, ¿santeros u
opositores? Estaban la Assoluta y el Assoluto en el mismo palco, robando
cámara, cada cual a su manera. La bailarina dibujó un artrítico
port-de-bras, mientras que el demagogo canalizaba al gallego torpe y un
poco cortado que se siente fuera de lugar en las cumbres del Poder. Ella
no pudo aguantarse e hizo un par de reverencias balletistas; él, más
hipócrita, dirigió hacia el podio la atención del público que lo adoraba.

Pero el silencio, lo que Simon & Garfunkel llamaron "the sound of
silence", era atronador. El silencio pirueteaba en la sala, hacía de las
suyas entre los deditos atenazados de los asistentes. Si las manos
soñaban con levantarse y batir palmas durante una frase particularmente
irresistible, el silencio les ponía una llave de judo en las muñecas.

El silencio es el agente estrella de la Seguridad del Estado. Lo
engordaron en una celda y le pusieron un chupete de cianuro en la boca.
Tiene el cuello ancho como un cerdo y la cabeza cuadrada. Si tuviera que
antropomorfizarlo, diría que es el nieto energúmeno de Raúl, el pequeño
Raúl Guillermo Rodríguez Castro. Vemos a los jenízaros en las redadas de
Santa Rita arrastrando a las pobres mujeres que se retuercen en el
asfalto. Pero el silencio es mucho más opresivo y reina sobre toda La
Habana. Es el déspota que gobierna la Isla.

Hubo otro aplauso, el aplauso zen de una sola mano que se oyó esta
mañana en el Gran Teatro. Para superar su estática se realizaron actos
de repudio musicales. Primero, grabaciones de Silvio Rodríguez, que
cantó Fusil contra fusil y Te doy una canción. Silvio Rodríguez es la
música de elevadores del castrismo, la trova que alivia la irritación y
adormece la conciencia. Si la Historia de Cuba fuera una zafra, las
falsas protestas de patriotismo harían pasar más rápido el tiempo
muerto. Pero no fue la Historia, sino la bajeza y el cinismo las que nos
revelaron a Silvio como un esbirro, y a su música como el trasfondo
lírico de una dictadura.

Esta mañana, Obama fue otra vez el Caruso que visitaba esta colonia en
los confines del Caribe. Habló y habló, su discurso fue de una extensión
metafóricamente castrista. Hizo uso de todo el tiempo antes reservado a
los todopoderosos. Hizo una verdadera guerra del tiempo. Si en el
Palacio de la Revolución había aparecido el espectro de Lezama entre las
arecas, en el Gran Teatro de La Habana era el espíritu barroco de Alejo
Carpentier: Obama pronunció un discurso que será recordado como su
Recurso del Método. Una defensa de la democracia americana que no se
cohibió de adoptar, y adaptar, la versión castrista de la Historia como
conflicto de colonizadores y colonizados, de esclavos y esclavistas, de
poderosos y desposeídos. Nos metió en el mismo cartucho histórico que
cualquier otro hijo de vecino, nos revolvió y nos soltó sobre el tapete
como un espléndido e incongruente poema dadaísta donde Hemingway y
Martí, Mohamed Alí y Teófilo Stevenson, Papito Valladares y Martin
Luther, Gloria Estefan y Pitbull, Cachita y un plato de ropa vieja
bailaban casino.

Dijo que los cuentapropistas no debían temer la imitación de lo
norteamericano, sino atreverse a ser ellos mismos. Dijo que la esperanza
es, simplemente, el derecho a ganarse la vida. Dijo que muchos le habían
aconsejado que pidiera un derrumbe, pero que él venía a proclamar la
construcción de lo nuevo. En la mismísima guarida de la Historia, Barack
Obama, en el mayor discurso de su carrera, dijo que se negaba a ser
engañado por esa vieja dama indigna, y que debíamos quitarla del medio
para poder hablar sin tapujos. Entonces se volvió hacia el palco donde
dos nonagenarios encarnaban todo aquello que debía quitarse del medio y
les pidió que no temieran más a los americanos, y que no le metieran
miedo a su propia gente. Y se los dijo —desde una altura moralmente
indiscutible— como "un amigo sincero".

Acto seguido Obama hizo la defensa más elocuente del exilio
cubanoamericano que se haya oído jamás en suelo nacional. Habló de los
que se fueron, habló de la separación violenta, habló del dolor de las
familias, se convirtió, a la vez, en el portavoz y el narrador de la
conciencia exílica.

Y otra vez el silencio atronador fue al encuentro de las palabras del
mandatario norteamericano, un silencio policíaco, aunque también del
tipo de silencio que las novelas románticas califican de "silencio
preñado". Preñado de unas posibilidades infinitas que las notas
reaccionarias de La Guantanamera, en la voz de ultratumba de Joseíto
Fernández, trataron de acallar cínicamente.

Este artículo apareció en el blog NDDV. Se reproduce con autorización
del autor.

Source: Aplauso de una sola mano en el Gran Teatro de La Habana | Diario
de Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1458684145_21138.html

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