Una crisis fraguada en Cuba
POR EDUARDO ULIBARRI - Actualizado el 24 de enero de 2016 a: 12:00 a.m.
El "plan piloto" puesto en práctica para facilitar el traslado ordenado
de migrantes cubanos desde Costa Rica y Panamá hacia Estados Unidos se
ha desarrollado con éxito.
El martes 12 de este mes, 180 adultos viajaron en avión de Liberia a San
Salvador, pasaron rápidamente por Guatemala y el miércoles llegaron a
México, que les otorgó 20 días para permanecer en su territorio y
alcanzar la frontera estadounidense por sus propios medios.
Algunos lo hicieron rápidamente: el viernes 15, un pequeño grupo se
presentó a las autoridades migratorias en Laredo y fue admitido en
Estados Unidos, al amparo de normas que les otorgan trato especial tras
pisar su territorio. Otros han seguido sus pasos.
Concluida la prueba y asimiladas sus lecciones, los países involucrados
deberán decidir si se aplicará a gran escala, y de qué forma. Escalar el
plan a casi 7.000 personas implicará un enorme reto, pero es posible
superarlo si las partes respetan sus compromisos.
Sin embargo, así como vale la pena un gran esfuerzo para cumplir con la
tarea, también debemos comprender que la "operación traslado" no
implicará una solución permanente a la crisis.
La razón es tan clara como incontrolable: el origen de fondo de esta
oleada migratoria es la catastrófica situación política, social y
económica de Cuba, y nada indica que mejorará a corto plazo, sino al
contrario.
Expulsión y atracción. En todo proceso migratorio interactúan tres
fuerzas macro: el país de origen, que por diversas razones expulsa
población; el de destino, que la atrae; y el o los países de tránsito.
En este caso se trata, en el mismo orden, de Cuba, Estados Unidos, y
todos los que, a partir de Ecuador, punto de llegada desde la isla, son
ruta hacia la meta.
Además de su atracción generalizada, Estados Unidos ha puesto en
práctica decisiones que facilitan la migración cubana. Gracias a
acuerdos con La Habana en 1994 y 1995, Washington se comprometió a
aceptar anualmente, mediante un programa de visas, a 20.000 cubanos, y a
devolver a los que intercepte en el intento de alcanzar sus costas.
A la vez, de manera unilateral, adoptó la llamada política de "pies
mojados-pies secos", según la cual los que ingresen en su territorio
tienen derecho, según lo establecido por la "Ley de ajuste cubano" de
1966, a tramitar residencia permanente.
Los Castro, que siempre transfieren a otros sus fracasos, culpan a esa
política por la emergencia migratoria en curso, eluden su
responsabilidad en ella y desconocen el elemental deber de proteger a
sus ciudadanos migrantes. Su actitud es inaceptable; sus argumentos,
insostenibles.
Si esta oleada masiva fuera culpa estadounidense, debió haberse
producido desde que la política "pies mojados-pies secos" entró en
vigor. Sin embargo, en las dos décadas que han transcurrido el ingreso
ilegal de cubanos a Estados Unidos, ya sea por mar (estrecho de la
Florida) o tierra (México), rondó un promedio anual de 5.000.
¿Por qué se hizo diez veces más grande en los últimos doce meses, cuando
solo por la frontera mexicana ingresaron alrededor de 45.000? La
respuesta hay que buscarla en hechos recientes, vinculados con la
naturaleza y desempeño del régimen.
Desconfianza y descalabro. Desde que comenzó el proceso de normalización
de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, en diciembre del 2014, surgió
el rumor de que la política de "pies mojados-pies secos" llegaría pronto
a su fin. Para una población experta en desconfianza, de nada han valido
las garantías oficiales en sentido contrario.
Como consecuencia, muchos cubanos decidieron arriesgarse a salir
ilegalmente con la mayor rapidez posible, ante la expectativa de que se
cierren las puertas de Estados Unidos. Es decir, no es la política
actual, sino el temor a que desaparezca, una de las razones del flujo.
En el 2013, como parte de sus tímidas y desarticuladas medidas
reformistas, el Gobierno cubano había eliminado los permisos
gubernamentales para viajar al exterior. Meses después, Ecuador, aliado
de Cuba, hizo lo mismo con las visas a los cubanos. Se abrió así una vía
fácil para convertir a Quito en el punto de arranque de la nueva ruta
terrestre, algo que el régimen, lejos de desestimular, incentivó, quizá
como válvula de escape y mecanismo de presión sobre Estados Unidos.
Pero la causa más profunda del éxodo hay que buscarla en la
pauperización de la vida cubana, la represión que no cesa, la crónica
falta de oportunidades y un entorno nacional e internacional cada vez
más crítico.
La homeopática "reforma" económica interna está lejos de ser un plan
coherente para generar mayor producción, promover el crecimiento y
estimular el bienestar general. Más bien, es una colección de parches
desarticulados e insuficientes, con efectos colaterales imprevistos,
como los generados cuando se permitió a los particulares la venta libre
de vehículos y casas, antes controlada por el Estado.
En otras circunstancias, esta medida habría sido un componente más en el
camino hacia una economía de mercado, capaz de producir cierto dinamismo
en la economía. En el contexto cubano, se convirtió en una oportunidad
coyuntural para financiar el éxodo de muchos vía Quito y pagar a los
coyotes. Así, un componente de las incoherentes reformas terminó
convertido en estímulo a la ilegalidad migratoria.
Sin salida. Todo esto ocurre mientras el deterioro se acrecienta y no
existen opciones de salida a corto plazo.
La caída vertical en los precios del petróleo ya había hecho que
Venezuela, principal respirador artificial de la Isla, comenzara a
reducir el oxígeno financiero. Su cercano colapso económico –que ya
hasta Nicolás Maduro reconoce– y el Parlamento controlado por la
oposición harán aún más difícil mantener los subsidios, y no se puede
descartar su desaparición.
A tan oscuros nubarrones se añaden otros problemas internos y de aliados
o socios de Cuba. Al primer grupo pertenecen la caída en los precios del
níquel –uno de sus pocos productos de exportación—, la falta de
resultados de los tímidos cambios internos, la lentitud y modestia en el
eventual flujo de inversiones extranjeras y la imposibilidad de que el
turismo compense tantas carencias. En el segundo, se ubican la enorme
recesión en Rusia, la desaceleración de China, el desplome político y
económico de Brasil y el fin de la era Kirchner-Fernández en Argentina.
Todo esto lo saben y padecen los cubanos, y se ha convertido en un
poderoso factor que empuja al éxodo. Y como no hay indicios de mejora en
los disparadores de migración, la única forma de frenarla será si el
régimen restituye los permisos de salida, Ecuador cierra el ingreso a
los cubanos y los países de tránsito optan por deportar a los que
ingreses ilegalmente.
Implantar tales medidas de control sería una forma de bloquear las
manifestaciones del problema, no de resolver sus causas. Podrían generar
resultados, pero dejarían más al desnudo el fracaso del régimen y quizá
exacerbarían tensiones sociales que se vuelvan en su contra.
En el fondo, la crisis migratoria cubana es un reflejo más de la crisis
del sistema. Y solo cuando este se transforme podrá esperarse una
solución estable.
El autor es periodista.
Source: Una crisis fraguada en Cuba -
http://www.nacion.com/opinion/foros/crisis-fraguada-Cuba_0_1538446169.html
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