Tuesday, January 12, 2016

Un chivo expiatorio ya demasiado viejo

Un chivo expiatorio ya demasiado viejo
La famosa lucha contra el burocratismo es un fantasma, o un cuento, que
recorre Cuba desde hace décadas
Alejandro Armengol, Miami | 11/01/2016 6:30 pm

El burócrata es culpable de gran parte de los males que afectan a la
economía cubana, según Raúl Castro. La burocracia limita que la
"actualización" del supuesto modelo socialista cubano avance con mayor
prontitud.
Eso es lo que se desprende de algunos de los discursos del gobernante y
sobre todo de la prensa oficial de la Isla. Pero cabe preguntarse cuánto
beneficia al país, e incluso al propio régimen —más allá de tener a mano
un socorrido chivo expiatorio—, esta apelación constante a un culpable
que, en última instancia, ni siquiera existe como tal.
La famosa lucha contra el burocratismo es un fantasma, o un cuento, que
recorre Cuba desde hace décadas. Llegó a merecer una película en 1966.
Un recurso muy conveniente, que siempre estableció una dualidad deforme
a la hora de abordar el asunto: mientras que para alcanzar cualquier
cargo público —incluido el de cuidador del farol de la esquina— se
exigía una serie de requisitos políticos, a la hora de juzgar al
funcionario en desgracia, este aparecía como un sujeto extraño, ajeno al
aparato político.
La figura del servidor público, lo que es en realidad un burócrata, no
existía en la Isla —y parece que aún no se ha llegado a la comprensión
de este concepto— y todo se limitaba a mencionar al "compañero" cuando
estaba en buenas y al "burócrata" cuando le tocaba la mala.
Este tratamiento resultaba esencial en Fidel Castro, por su afán de
gobernar desde el caos, pero ahora que Raúl lleva unos cuantos años al
mando, poco se ha hecho para revertir el problema. Aunque en principio
el ideal del actual mandatario es establecer un sistema eficiente de
control.
Uno de los errores del régimen cubano es no admitir de forma amplia y
pública la renuncia al ideal político a la hora de administrar el país,
y devolver al concepto de burocracia la acepción que le daba Max Weber,
al considerar que en los Estados modernos existen dos tipos de
funcionarios: los administrativos y los políticos. El funcionario
burocrático debe desempeñar sus tareas de manera imparcial, mientras que
el dirigente político debe tomar partido y mostrarse apasionado.
Una "rutinización" de la política convierte a las resoluciones de
Gobierno —en lo que se refiere a la mayor parte de los asuntos de
administración nacional— en decisiones de práctica administrativa, que
se llevan a cabo según patrones establecidos, los cuales cumple un
funcionario de forma burocrática, y que fundamentalmente son ajenos a
las demandas de la acción política.
De esta forma, un político se reduce a un administrador que gobierna con
honradez un país, un Estado o una ciudad, y que se limita a cumplir con
eficiencia un horario normal de trabajo y luego se retira a la
tranquilidad del hogar como un ciudadano cualquiera.
Bajo estas premisas, en la vida diaria el protagonismo político pierde
grandeza, se transforma en actividad cotidiana. Lo contrario es cuando
la acción política adquiere un carácter despótico —ilustrado o vulgar,
ya que en la función de control puede haber diferencias, pero en la
esencia grandes similitudes— o en el "mejor" de los casos, para la
conservación de la vida de los ciudadanos, se trastoca en simple farsa
de feria con fines de enriquecimiento, como suele ocurrir en gobiernos
bajo un amplio espectro ideológico —derecha, izquierda, centro—, pero
que no por ello deja de implicar una acción desafortunada.
Nada más lejos de ese ideal del político y el burócrata en función
administrativa que la actual situación cubana, y la forma en que Raúl
Castro dirige su gabinete. El caudillismo mesiánico de Fidel Castro ha
sido sustituido por el compadraje.
Si Hannah Arendt se refería a la banalización del mal, en el sentido de
que quienes enviaron a morir a millones de judíos no fueron entes
diabólicos de existencia única sino simples funcionarios —burócratas al
fin y al cabo—, también podemos hablar de una banalidad del poder
burocrático, que se da a menudo en quien tiene un cargo y lo desempeña
de forma autoritaria e inescrupulosa, sometiendo a quienes le rodean a
un pequeño reino del terror.
El Gobierno cubano continúa encarando un problema fundamental en su plan
de "actualización" del modelo económico: la enorme burocracia. Pero qué
se entiende realmente por "burócrata". Es realmente esa "burocracia
mala" la causante de buena parte de los males económicos de Cuba, o por
el contrario: el problema radica precisamente en la ausencia de una
verdadera "burocracia buena", y cuál sería esta.
La burocracia y los cambios
Ante todo, es necesario volver a señalar lo que representa, a los fines
del estancamiento productivo que afecta a la nación cubana, esa clase
burocrática enquistada en el poder, así como las denuncias al respecto,
que en muchos casos emanan no solo de las instancias superiores de la
clase gobernante, sino de quienes quieren preservar el llamado "sistema
socialista". Ver las limitaciones de estas críticas y tratar de alcanzar
una verdadera formulación del problema, como un avance indispensable
pero no suficiente en la búsqueda de su solución.
Raúl Castro ha pasado por alto un paso fundamental, para la puesta en
práctica de sus reformas —calificadas por otra parte de lentas, breves e
insuficientes— y es el desmantelar, al menos parcialmente, el aparato
burocrático que por naturaleza se opone a cualquier medida que limite o
elimine sus privilegios.
La burocracia china no opuso resistencia cuando el presidente chino Deng
Xiaoping comenzó el proceso de reformas tras la muerte de Mao, y ocurrió
una suerte de "purga no violenta" entre los cuadros tradicionales del
Estado y del Partido Comunista, como se explica en un artículo publicado
en este portal.
"Eso ha sido muy importante. Si se quiere implementar una serie de
reformas, hay que garantizar que la burocracia estatal va a sumarse a
este proceso y no va a poner obstáculos", señaló Ariel Armony, director
del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami.
El menor de los Castro, por su parte, tras asumir el mando en 2006,
incorporó a sus viejos compañeros de lucha a la cúpula más alta del
Gobierno, en lugar de renovar los cuadros.
Con un éxito relativo, el régimen de La Habana ha logrado mantener
separadas las esferas de producción estatal y privada, con una
estrategia dirigida tanto a incrementar, reducir o acotar según las
circunstancias la esfera de producción privada nacional —autorizada a
partir del llamado "Período Especial"—, como a concentrar la inversión
extranjera y las empresas conjuntas con capital privado (extranjero) a
un número limitado de grandes corporaciones en sectores que, siendo
fundamentales a la hora de obtener ingresos, pueden ser mantenidos hasta
cierto punto "aislados" de la población en general, tanto en las esferas
de control como de producción. La minería y la industria farmacéutica,
por ejemplo. En cierta medida el turismo es la excepción a esta regla, y
en este aspecto —y no es el único— requiere de un análisis en particular
que queda para otro momento.
Las principales víctimas de esta estrategia han sido tanto el
cuentapropista como el pequeño empresario extranjero.
La estrecha colaboración con el Gobierno venezolano fue un factor clave
en lograr ese objetivo de concentrar los esfuerzos en proyectos grandes
y multimillonarios, donde la burocracia se transforma en control
empresarial. Ahora que la entrada de fondos, que en una época brindó el
alza del precio del crudo venezolano, amenaza con reducirse aún más, el
objetivo es buscar capital en el mundo capitalista desarrollado, desde
Europa y Japón a Estados Unidos.
Esta estrategia se ha realizado con dos puntos focales claves: la
colocación de figuras gubernamentales y de las fuerzas armadas —así como
sus descendientes— en importantes funciones empresariales y en
transformar la función del burócrata, como simple preservador de lo
establecido, hacia un rol de transformación más activo, aunque ello no
implique que deje de actuar como guardián del status quo.
Por supuesto que este papel de equilibrista sin red es todo lo contrario
a lo que, por naturaleza y sumisión, resultaba más valioso a la hora de
colocar un burócrata, y es lógico que este anteponga la prudencia al
cambio. Es aquí donde radica un talón de Aquiles fundamental, dentro de
la estrategia del propio Gobierno.
En esta disminución del aparato burocrático —incluso anticipada en
cierta forma por el propio Fidel Castro— radica una contradicción
fundamental a la que se enfrenta Cuba y por la que pasaron la
desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del Este antes de
que se esfumara el socialismo.
Al igual que el sector privado crece de forma "espontánea", y más allá
de lo previsto cuando se posibilita la menor reforma, la burocracia —que
es también un resultado espontáneo y natural de la economía socialista—
aumenta o mantiene su poder, a pesar de los esfuerzos, sinceros o no,
por reducirla.
Analistas afines al Gobierno cubano han alertado sobre este problema:
"En el contexto de difíciles condiciones económicas, de escaseces y de
necesarias transformaciones en el modelo económico para eliminar
distorsiones como el igualitarismo o las llamadas plantillas infladas,
de no ser consistente y radical el enfrentamiento al burocratismo,
existe el riesgo de que se produzca una cierta impunidad burocrática,
que sume descontentos en la población. Asimismo, puede propiciar
estrangulamiento de la iniciativa popular y alimentar la apatía ante lo
que pudiera considerarse como irremediable, con tendencia a lo que el
argot popular ha llamado 'no coger lucha pues nada se va a resolver'",
escribió Olga Fernández Díaz en Rebelión.
"En la Cuba de hoy estamos ante un dilema, porque cuando esa enfermedad
[la burocracia], pasa al cuerpo del Estado socialista, sus efectos
pueden ser fatales, los síntomas se extienden con rapidez y lo frenan
todo, inmovilizan, detienen, ralentizan. La burocracia es enemiga de
cualquier cambio porque este significa una mengua de sus pequeñas,
medianas o grandes cuotas de poder", señaló Raúl Antonio Capote en
CubaSi.cu.
También lo han hecho quienes critican la situación imperante en el país.
"Si Cuba no tiene hoy una mejor conexión a Internet no es por 'el
bloqueo de los americanos' ni porque 'los comunistas limitan la libertad
de información', sino por un enemigo mucho más poderoso: los burócratas
corruptos", escribió Fernando Ravsberg en Havana Times.
En un artículo de Pedro Campos Santos, que hace referencia a las
reuniones para informar del impuesto sobre los ingresos no declarados en
divisas, la resolución 277/2007, el analista señaló que "es un asunto de
fondo en la sociedad cubana actual, de supervivencia de la Revolución:
acabamos con el burocratismo y la corrupción o estos fenómenos acabaran
con nosotros. Se trata de la concepción del socialismo visto como
capitalismo de Estado, que sólo debe ser parte inicial del proceso, para
el cual los trabajadores son asalariados, generadores de ingresos,
productores de ganancias, igual que en el capitalismo, solo que ahora no
para un capitalista individual, sino para el Estado 'bienintencionado y
buen repartidor', que le permita a su aparato burocrático concentrar
fondos para su acumulación centralizada en función de 'sus planes', no
discutidos, compartidos ni aprobados por los trabajadores y el pueblo".
La característica común de trabajos tan diversos, con autores tan
variados, es señalar un problema cuya superación, pese a las diversas
soluciones ofrecidas, resulta imposible de alcanzar en la Cuba actual, y
que trasciende a los factores de mentalidad para situarse de lleno
dentro de las características estructurales propias del sistema.
Si bien el fenómeno de la burocracia no es único del socialismo, al
igual existe en el capitalismo, esa "burocracia" negativa, que el propio
régimen cubano ha criticado en múltiples ocasiones —de la cual se
consideraba a Ernesto "Che" Guevara como uno de sus críticos más
acérrimos— es consecuencia de un centralismo excesivo, la acumulación de
un poder económico ilimitado por parte del Estado y la valoración no
solo de la fidelidad política sino del entreguismo y la complacencia por
encima de las capacidades administrativas.
Del caudillo al patrono
Si el caudillismo ya señalado constituyó uno de los fundamentos
ideológicos del régimen de Fidel Castro, y de la actitud "militante y
combativa" exigida a sus ciudadanos, con la llegada de Raúl al poder
central dicho comportamiento ha sido sustituido por una mentalidad de
patrono exigente, que rige la conducta de los que desempeñan puestos
administrativos en instancias gubernamentales y empresas. Pero en todos
los casos —del control de un país a la gerencia de una fábrica—, por lo
general este poder aún se ejerce de forma caprichosa y personal.
El barniz autoritario, que busca sustituir el totalitarismo y permite
ciertos espacios de mayor libertad económica, no puede desprenderse de
la irracionalidad que impide gobernar de forma imparcial.
No es que en Cuba existan muchos burócratas —como lo dijo en su momento
Fidel y ahora Raúl lo repite—, sino que el país carece de ellos. No se
trata de una cuestión retórica ni de un aspecto sociológico. Es una
prueba más de la incapacidad de quienes todavía gobiernan en la Isla,
hasta en los pequeños detalles, y de lo lejos que aún se encuentra la
mentalidad del pueblo cubano de alcanzar una definición mejor.
Este artículo amplía y recoge algunas ideas expresada por el autor con
anterioridad, tanto en esta publicación como en Cuaderno de Cuba y El
Nuevo Herald.

Source: Un chivo expiatorio ya demasiado viejo - Artículos - Opinión -
Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/un-chivo-expiatorio-ya-demasiado-viejo-324541

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