Tuesday, January 5, 2016

Intelectuales, censura y política en Cuba

Intelectuales, censura y política en Cuba
Hasta qué punto el creador debe sacrificar la realización de su obra
frente a una situación transitoria
Alejandro Armengol, Miami | 04/01/2016 9:50 pm

El Gobierno cubano lleva años practicando una banalización de la censura
con gestos tardíos —conciertos de rock, estatua a John Lennon, aparición
de obras prohibidas y publicación de autores muertos en el exilio— que
se identifica por lo repetitivo: el acudir a los sepultureros de turno y
comenzar a desempolvar libros, canciones y películas enterradas en bóvedas.
Divulgar en la Isla la obra de un escritor censurado no deja de ser
meritorio, por encima de la mediocridad del recordatorio oportunista.
Pero hay que deslindar entre la ilusión de un pasado enterrado y una
actitud ante la vida que se limite a mirar hacia otro lado mientras se
cometen injusticias.
No se trata de confundir la labor del intelectual con la del político,
un peligro siempre presente en un país donde uno de sus mejores
escritores fue a la vez el héroe independentista elevado a la santidad
nacional. Ello hace indispensable plantearse varias preguntas que no
tienen una respuesta fácil.

El rechazo a la hoguera
La primera pregunta es hasta qué punto el creador debe sacrificar la
realización de su obra frente a una situación transitoria.
De nuevo el ejemplo de Martí puede resultar contraproducente. La famosa
frase del arte a la hoguera no hay que seguirla al pie de la letra. De
ser así Cuba sería un páramo cultural, porque siempre han existido
razones para el fuego.
El grupo Orígenes, tan fructífero en martianos, no siguió las palabras
del "Apóstol". Más bien hizo todo lo contrario durante toda la tiranía
de Fulgencio Batista y en algunos casos y situaciones también tras el
primero de enero de 1959: se alejó lo más posible de las llamas.
Otra cuestión es el peligro de la manipulación en cualquier sentido. El
argumento —no pocas veces usado como justificación— de que los fines
políticos de ambos bandos no dejan de ser eso: fines políticos, medios
para alcanzar el poder.
A todo esto se añade que la cultura la hacen los miembros de una
comunidad o un país, no un gobierno. Hay que diferenciar entre las
acciones individuales y las de un Estado.
Apoyar a los mediadores culturales del régimen es otra forma de apoyar
al régimen, pero rechazar en bloque a todos los creadores es
menospreciar la cultura.
Aquí están presenten las dos principales reacciones ante los artistas e
intelectuales, procedentes de Cuba o manifestadas en Miami.
La primera es de franco rechazo, de oposición abierta, de desprecio y
odio. La segunda es la búsqueda pasiva de un espacio abierto que permita
el encuentro. Ambas han mostrado su ineficacia. Bajo los términos
intercambiables de tolerancia e intolerancia no se ha logrado alcanzar
la necesaria delimitación de linderos: el rechazo lleva a la pérdida de
la confrontación, por la que a veces vale la pena pasar por alto las
trampas del enemigo. Juntos pero no revueltos.
Queda también la urgencia de debatir una situación que no resulta fácil
de comprender fuera de Cuba, y cuya capacidad de asimilación comienza a
alejarse desde el día en que uno sale de la Isla: el ambiente de
encierro, frustración y desesperanza en que viven quienes no abandonan
el país.
Las respuestas para algunas de estas preguntas vienen forzadas por las
mismas condiciones imperantes en Cuba en la actualidad. Aún es difícil
—aunque no imposible— crear una obra sólida dando la espalda a la
realidad nacional.
Eso en el caso de un escritor, porque en otros campos de la cultura
—música, pintura— no existe duda en que no solo es posible sino
frecuente el vivir ajeno al entorno.
Pero en literatura nadie parece librarse del acecho de "algún poema
peligroso".
Que el intelectual cubano haya visto relegado su papel en los aspectos
políticos no tiene necesariamente consecuencias negativas. Quizá todo lo
contrario. Sobre todo a partir de reconocer que esa supuesta función de
"intelectual orgánico" fue sumisión y acomodo en los mejores casos;
simple desempeño de trabajo burocrático, con disfraz de artista o
escritor en otros, y labor represiva o de censor en algunos ejemplos.

De ribera en ribera
Más allá de la función de conciencia crítica, inherente al acto de
creación, la participación de los escritores y artistas en los estratos
del Gobierno —aun limitada a los aspectos de orientación— no solo ha
resultado en muchas ocasiones errónea, sino incluso contraproducente y
hasta peligrosa.
Pero en un país como Cuba, donde la organización social, cultural,
económica y política se caracteriza por el dominio gubernamental
—gobierno, no Estado, dueño de todo—, la complicidad adquirió un
carácter compulsivo imposible de eludir salvo con el abandono: el exilio
o el reino.
Así que tras los años del intelectual orgánico, el poeta guerrillero y
el novelista funcionario, resultó saludable pensar que lo mejor que
hacían los escritores y artistas en la Isla era dedicarse a sus libros,
películas, composiciones musicales y de artes plásticas; no "perder su
tiempo" en otros asuntos, salvo por razones de subsistencia.
Pareció adecuado entonces mantenerse en la ribera. Cuba continuaba
siendo una excepción, pero incluso en este caso se alzaban voces que
intentaban propiciar un acercamiento en que la política —si no podía
quedar completamente excluida— fuera al menos relegada a un segundo o
tercer plano.
Las intenciones resultaron claras en pocas ocasiones y torcidas la
mayoría de las veces.
Aunque la posibilidad del aislamiento intelectual no debe despreciarse
simplemente con un rechazo, tampoco excluye el reproche. Si bien ello no
invalida una obra, no necesariamente salva a un autor de un aspecto
negativo al considerar su persona.
El intelectual no tiene que sentirse obligado a emitir criterios sobre
todo lo que ocurre, pero tampoco puede librarse de una maldición que
arrastra a muchos creadores: opinar y participar de alguna forma en la
vida social y política.

Renacer y ruina
El 1 de enero de 1959 los intelectuales cubanos despertaron con una
noticia alegre que pronto se transformó en amarga: el triunfo de una
revolución para la que —pronto comenzarían a escuchar la reclamación
hasta el cansancio— ellos no habían hecho lo suficiente.
No es hasta esa fecha que la ejecución política en Cuba adquiere una
trascendencia internacional superior a cualquier logro cultural, en
cuanto a importancia y nivel de influencia (no se trata ahora de
valorarla sino de fijar su alcance), y se abre la posibilidad de un
momento en que la cultura y sus creadores se beneficien de este
despliegue internacional. Pero en la curva que describe la evolución de
ese proceso, durante los últimos 56 años, la cultura se ha mantenido a
la zaga: incapaz tras un período de florecimiento inicial de aprovechar
las altas y bajas para destacarse.
A partir de ese inicio de año y durante muchos más, los escritores
cubanos lucharon —algunos con honestidad, otros en apariencia— por
librarse de una carga que al principio fue culpa existencial y terminó
transformada en alabanza, oportunismo y cobardía. De esta forma, buena
parte de ellos terminaron siendo "más revolucionarios" cuando
precisamente lo fueron menos. Marcharon, hicieron guardias y gritaron
consignas. Demostraron una complacencia mayor que nunca con el poder.
Por encima de la discusión sobre hasta qué punto se impuso la práctica
oportunista y cuándo terminó la voluntad revolucionaria, lo que definió
las primeras décadas del proceso revolucionario fue la imposibilidad de
que los escritores pudieran escapar del debate político.
No es hasta los años noventa del pasado siglo que se abre en Cuba la
posibilidad de definir una labor literaria al margen de la política, y
asumir una posición que es tanto un rechazo a la situación en la Isla
como un establecimiento de jerarquías. Es posible que este orden de
prioridades menosprecie aspectos sociales que deben preocupar a todo
ciudadano, pero debe ser considerado como una opción del individuo.
En ese punto estamos.
Los intelectuales cubanos, tanto en la Isla como fuera de ella,
continúan en gran medida apresados entre el aislamiento y el comentario
público, la grandeza de la cultura y la seducción de la política. Por
supuesto que este artículo y su autor, no dejan de ser un ejemplo de ello.
Este trabajo recoge algunas ideas y comentarios publicados con
anterioridad y retomados ahora con la intención de continuar el debate.

Source: Intelectuales, censura y política en Cuba - Artículos - Opinión
- Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/intelectuales-censura-y-politica-en-cuba-324484

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