Dos hojas para una tijera
Quienes aspiramos con todo derecho a refundar la nación seguimos sin
encontrar ese pivote de unión imprescindible que corte el nudo gordiano
del castrismo
MIRIAM CELAYA, La Habana | Noviembre 12, 2015
Con suma frecuencia, desde el extranjero suelen emitirse juicios de
valor sobre lo que –con mayor o menor exactitud– han dado en llamar
"crisis de la disidencia interna de Cuba". Crisis que, de hecho,
mencionan con tono de epitafio y con un regodeo tan prematuro como
injustificado si tenemos en cuenta que la frustración y la inconformidad
–bases primigenias de las que se nutre toda disidencia– han mantenido
una línea ascendente en la Isla.
Ahora bien, la existencia de una crisis no necesariamente es un signo
negativo. El nuevo panorama de la vida nacional y de las relaciones
internacionales implica reacomodos y desafíos para todos los actores
sociales, en especial para los que se mueven contracorriente bajo
condiciones políticas francamente hostiles. En todo caso las crisis
constituyen, a la vez que retos, oportunidades de crecimiento.
Estamos, entonces, frente a lo que para algunos grupos opositores será
una crisis de crecimiento, en la medida en que sepan asumir el reto de
redefinir sus estrategias y avanzar; o una crisis de extinción, si
persisten en viejos métodos y conceptos que no parecen conducir a
resultado alguno.
Movimientos lentos, trayectoria sinuosa
El escenario cubano actual muestra una coyuntura de transformaciones,
consecuencia de las circunstancias que se han estado acumulando en los
últimos años y que marcan una inflexión lenta, aunque significativa, en
el sistema profundamente estatista y centralizado que caracterizó todo
el período "revolucionario" anterior.
Entre esas transformaciones se encuentran la salida de Fidel Castro del
poder y la sucesión en el Gobierno por su hermano, el
general-presidente, con el inicio de un proceso de tibias reformas
económicas que –si bien insuficientes en profundidad, extensión y
efectividad– constituyen en sí mismas un reconocimiento del fracaso de
la gestión estatal, abriendo una grieta a la extrema centralización y
creando un punto de no retorno que ha permitido el resurgimiento
(mínimo) de la iniciativa privada.
También se han producido modificaciones legales que restablecieron
ciertos derechos, como la compraventa de viviendas, automóviles y otros
bienes, así como una reforma migratoria que eliminó el humillante
permiso de salida y amplió hasta 24 meses el período de permanencia de
los nacionales en el extranjero.
En el plano de la informática y las comunicaciones, se autorizó la
comercialización de computadoras y teléfonos celulares, se estableció el
servicio telefónico de correo electrónico y se crearon sitios públicos
de conexión wifi, entre otras medidas que, no obstante sus limitaciones
–elevados precios, conectividad lenta y muchas veces precaria–
flexibilizan en alguna medida el antes férreo monolitismo del régimen.
Obviamente, en comparación con los avances tecnológicos y las libertades
que se disfrutan en las sociedades democráticas, tales transformaciones
resultan ínfimas. De hecho, ellas mismas reflejan implícitamente la
carencia de derechos que los cubanos hemos estado padeciendo por
décadas. No obstante, estos tímidos pasos dados por el Gobierno –forzado
por su necesidad de sobrevivencia y no por una verdadera voluntad
política de cambios– marcan el principio del fin del totalitarismo y
preparan el contexto para reclamar cambios más profundos.
Lamentablemente, ante la ausencia de estructuras sólidas en la sociedad
civil independiente, capaces de influir en el ritmo, dirección y calado
de los cambios, éstos se han estado implementando desde el mismo poder
militar instaurado en 1959 y según sus intereses, lo cual ha determinado
la lentitud del proceso y lo sinuoso del camino, incluyendo las fases de
retroceso o estancamiento de algunas de las medidas instauradas.
Un nuevo cisma
A este tenor, el anuncio del restablecimiento de relaciones entre los
Gobiernos de Cuba y EE UU, el pasado 17 de diciembre, marcó un hito que
impactó a toda la sociedad cubana en general –y a la disidencia, en
particular–, toda vez que por una parte desarticuló dramáticamente el
viejo discurso oficial de David vs. Goliat, tornándolo obsoleto,
mientras por otra, introdujo también un nuevo estilo de relación entre
el Gobierno estadounidense y la oposición interna.
Esto ha forzado un cisma en la disidencia, cuyo sector más radical
considera este acercamiento entre ambos Gobiernos una "traición" de la
administración de Barack Obama "a los demócratas cubanos", a la vez que
desaprueban un eventual levantamiento del embargo, todo lo cual coloca
automáticamente en manos de un Gobierno extranjero y de las leyes de ese
país la solución de los conflictos políticos internos de Cuba.
Otro problema es la propensión a desconocer las limitaciones propias
frente a la poderosa maquinaria gubernamental. Algunos grupos radicales
aspiran a la renuncia del actual Gobierno y a la convocatoria inmediata
de elecciones generales, una apuesta irreal (e irrealizable) tomando en
cuenta que la longeva dictadura no solo detenta el poder económico,
político y militar del país, sino que, además, controla absolutamente
todas las estructuras del orden social y dirige un aparato paramilitar
amplio y eficiente. De hecho, la capacidad represiva del castrismo es
hasta hoy su institución más poderosa; incluso con carácter
extraterritorial. Venezuela es la prueba de ello.
Existe también en la disidencia un sector de tendencia moderada que ve
el fin del diferendo Cuba-EE UU como una posibilidad de apertura que
favorecería un clima de transformaciones más profundas –incluyendo la
legalización y consolidación de organizaciones cívicas independientes y
el surgimiento de una clase media–, así como de una mayor presión de la
comunidad internacional sobre el Gobierno cubano para introducir cambios
en el plano político, y una potencial mejoría en las condiciones de vida
de la población, entre otros efectos positivos.
Esta tendencia apuesta por el diálogo y la negociación para lograr
reformas que vayan abriendo espacios de participación ciudadana que
terminen haciendo frente a la estructura de poder históricamente basada
en el monolitismo, así como por una gradualidad que garantice una
transición tranquila y ordenada, evitando el caos social, los ajustes de
cuenta, los juicios sumarísimos y los vandalismos propios de los cambios
abruptos en sociedades largamente crispadas.
Sin embargo, hasta el momento, tampoco el sector moderado ha logrado
imponerse en el ámbito político y carece de reconocimiento, no solo por
parte del Gobierno cubano –por razones obvias–, sino que también ha sido
ignorado por los gobiernos y organizaciones internacionales que
actualmente se muestran interesados en pactar con aquel.
Ambas tendencias, la radical y la moderada, persiguen como fin común la
instauración de la democracia en Cuba, pero sus estrategias
irreconciliables desembocan inevitablemente en la fractura, aderezada
además con males ancestrales como el caudillismo, el autoritarismo y las
ansias de protagonismo de algunos de sus líderes más conocidos.
No obstante, el verdadero desafío que enfrenta la oposición estriba en
superar la fase de resistencia como fin en sí misma y conquistar la
participación y el compromiso de los cubanos en el interior de la Isla,
algo que tampoco han alcanzado unos ni otros.
Salirse del papel de mero folclore político en que la prensa
internacional ha querido convertirla y asumir con mayor realismo el
nuevo escenario son temas inaplazables para la oposición cubana,
empezando por poner punto final a las discordias infecundas. El otro
camino sería desaparecer por los efectos del desgaste y la emigración.
Es evidente que, en la actualidad, los intereses políticos y económicos
globales de gobiernos muy diferentes entre sí se están imponiendo en
nuestro país y están pactando con la dictadura, mientras dentro de Cuba
quienes aspiramos con todo derecho a refundar la nación seguimos sin
encontrar ese pivote de unión imprescindible para hacer las dos hojas
filosas de una tijera que corte el nudo gordiano del castrismo. Mañana
podría ser demasiado tarde.
Source: Dos hojas para una tijera -
http://www.14ymedio.com/opinion/hojas-tijera_0_1888011190.html
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