En la patria de la solidaridad no hay extranjeros
YOANI SÁNCHEZ, La Habana | 12/10/2015
Pepes, yumas y turistas son algunos de los nombres que damos a quienes
visitan nuestro país. Para muchos cubanos, estos viajeros son la
principal fuente de ingresos, a través de servicios de alojamiento,
transportación, clases de baile e idioma. Algunos comparten también
aulas en la universidad o laboran en una empresa mixta. Sin embargo, en
la mayoría de los casos su estancia es breve, están de paso, solo por
unos días o meses. ¿Qué pasa cuándo vienen para quedarse?
Una pintada en un muro habanero aborda la contradicción entre un
discurso oficial que se vanagloria de la solidaridad de una nación pero
en la que el inmigrante no tiene cabida. Ese dibujo de un Che Guevara
con un discurso "conflictivo" –"En la patria de la solidaridad no hay
extranjeros"– aguantó apenas unas horas en su lugar improvisado, donde
la censura llegó en forma de un brochazo azul para taparlo. Para el
gobierno, mientras los extranjeros lleguen en cruceros, se hospeden por
unas noches y dejen su dinero contante y sonante en las arcas, todo
parece ir bien. Algo muy diferente es que decidan llegar para quedarse.
Ahí, se destapa la hostilidad nacionalista que caracteriza al sistema
político cubano.
La legalidad migratoria cubana es quizá una de las más estrictas del
planeta para que un extranjero se radique en territorio nacional.
Durante décadas, vivir aquí era un privilegio que sólo se permitía a los
"camaradas" de Europa del Este, a los aprendices de guerrilleros y a
asilados políticos de dictaduras latinoamericanas. Personal diplomático,
prensa extranjera y algunos académicos elegidos completaban el mapa de
los nativos de otros países que podían quedarse en Cuba de forma más o
menos permanente.
La Isla dejó de ser un país de inmigrantes, donde en el crisol de la
identidad se juntaban culturas distantes y cercanas. Chinos, franceses,
árabes, haitianos, españoles y polacos, entre muchos otros, aportaban
sus costumbres, recetas culinarias e iniciativas empresariales para
lograr la maravilla de la diversidad. Hoy, es raro que alrededor de las
mesas familiares haya personas que no nacieron por estos lares.
La Oficina Nacional de Estadísticas anunció a finales de 2014 que el
número de residentes extranjeros en Cuba representaban en 2011 sólo el
0,05 % de la población. Una cifra que contrasta con los 128.392
extranjeros, el 1,3% de la población total, con los que convivíamos en
1981. Dos factores explican la brusca caída de residentes foráneos: la
implosión, en los años noventa, del campo socialista, de donde llegaban
aquellos "técnicos" de antaño; y, sobre todo, porque nuestro país ha
dejado hace mucho tiempo de ser una nación de oportunidades.
Mientras se iban los residentes extranjeros, los visitantes temporales
se convertían en "salvavidas" económicos ante el aumento de las miserias
materiales. Estos últimos fueron, por un largo tiempo, los únicos que
tenían moneda convertible, y con ella la capacidad de comprar champú en
las diplotiendas y darse el enorme lujo de tomar una cerveza fría en el
bar del hotel. El turista se convirtió en el soñado príncipe azul de
muchas jóvenes cubanas, el yerno que todo suegro quería tener y el
inquilino preferido en las habitaciones para rentar.
Todavía hoy son vistos por muchos cubanos como billeteras con piernas
que caminan por las calles, a las que hay que vaciar de cada moneda. Es
difícil para un extranjero en Cuba deslindar hasta qué punto esa
amabilidad que encuentra en las calles es la natural gentileza de
nuestra gente, o una representación histriónica cuyo objetivo es meterle
la mano en el bolsillo.
El cubano ha perdido también la costumbre de vivir –de igual a igual–
con "el otro". Compartir empleo con inmigrantes, aceptar que en el
ómnibus público otros hablan una lengua diferente. Nuestra cocina se ha
empobrecido a falta de contacto con otras experiencia gastronómicas, nos
hemos vuelto menos universales y más marcadamente isleños en el peor
sentido de la palabra. Hemos perdido la capacidad de tolerar y darle la
bienvenida a otras formas de hacer, decir y vivir.
¿Cómo reaccionaremos cuando nuestro país vuelva a ser un destino para
los inmigrantes? ¿Serán condenados a los peores empleos? ¿Surgirán
grupos xenófobos que rechacen a los que llegan allende los mares? ¿Habrá
ONGs que los protejan? ¿Programas que los ayuden a integrarse?
¿Políticos que no les teman? Todas esas interrogantes deben encontrar
una respuesta en un plazo de tiempo menor del que pensamos. Cuba puede
volver a ser, pronto, una nación de gente que llega desde muchas partes.
Source: En la patria de la solidaridad no hay extranjeros -
http://www.14ymedio.com/blogs/generacion_y/patria-solidaridad-extranjeros_7_1869483034.html
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