Los culpables del clientelismo
[14-09-2015 20:56:33]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Buena parte de la sociedad observa el
patético espectáculo del clientelismo político con sorpresa, espanto y
estupor. Reprueba esas prácticas con vehemencia, incriminando a quienes
la implementan y planteando su indignación por la creciente influencia
que ejerce en los comicios.
Esta humillante dinámica, que intenta someter la voluntad de los
votantes a los designios de los dirigentes políticos tiene muchos
responsables. No son solo los corruptos de siempre, ni tampoco los
pícaros que han montado una industria a partir de este instrumento, para
aprovechar la ocasión.
Amenazar a un empleado estatal con reducir sus ingresos, a un
beneficiario de un programa social con quitarle esa ayuda o,
simplemente, ofrecer un intercambio de votos por dinero, mercaderías o
la promesa de un empleo, es una brutal canallada. Habla muy mal de quien
utiliza estas circunstancias de necesidad del ciudadano para coartar su
decisión a la hora de sufragar.
No se puede responsabilizar de estas manipulaciones a las víctimas. Una
persona condicionada por su situación de pobreza puede ser un blanco
fácil de estos pésimos hábitos de la política contemporánea, aunque es
clave identificar que no todos son mártires, ya que muchos se han
profesionalizado y aprendieron a maximizar el momento electoral.
Los personajes de la política que recurren a esta modalidad como rutina
no merecen defensa alguna. Ellos tienen una responsabilidad enorme y es
muy evidente que no son capaces de seducir a los ciudadanos con su
carisma, sus discursos y, mucho menos, con sus limitadas capacidades
intelectuales. Si esos atributos estuvieran presentes ganarían
elecciones sin necesidad de apelar a estos métodos tan denigrantes y
despreciables.
Pero ellos son solo la punta del iceberg, lo que se ve, lo que aparece
en la superficie. Las verdaderas causas de este fenómeno que aumenta de
un modo escandaloso radican en otro ámbito menos visible. Sus verdaderos
causantes, los que han permitido su nacimiento y luego su desarrollo en
una especie de espiral de perfeccionamiento y sofisticación inagotable,
son los mismos ciudadanos que hoy se horrorizan frente a cada anécdota.
Cada hecho tiene sus causas y sus efectos. Casi nunca lo perceptible
explica realmente lo que ocurre. Para comprender los mecanismos hay que
sumergirse un poco, a veces bastante, y encontrar allí las raíces del
asunto.
Nada cambiará si no se va hasta el fondo, para entender primero las
insondables causas y operar sobre ellas de un modo decidido. Atacar las
consecuencias es como pretender curar una enfermedad disminuyendo la
fiebre y suponiendo que ella es el problema, cuando en realidad es solo
un aviso, de que algo está muy mal y merece una rápida atención.
Ignorar este esquema tan sencillo y frecuente, el mismo que los
individuos siguen para resolver sus cuestiones domésticas, personales y
profesionales, es también parte del problema y explica, en buena medida,
porque estas prácticas perversas no encuentran techo. Es probable que no
se haya invertido suficiente tiempo en buscar las causas reales y, mucho
menos, en actuar en esa dirección. La queja retórica no modifica nada,
si no va acompañada de una actitud consistente que logre alinear
discurso y acción.
Los políticos que han hecho del clientelismo una de sus herramientas
preferidas no podrían hacerlo sin una doble complicidad ciudadana. La
más indisimulable tiene que ver con el funcional silencio de una
sociedad que contempla como sus valores se degradan y hace poco al respecto.
El clientelismo forma parte de lo cotidiano, sin embargo las denuncias
no abundan y quedan en la nada casi siempre. Ni siquiera existe el
esperable castigo moral, un objetivo poco ambicioso pero totalmente
necesario.
Es que se han naturalizado estas inadecuadas costumbres. Pareciera que
la sociedad solo las describe como parte del paisaje, y si bien las
critica, tampoco convierte esos reclamos en algo superior. Al mismo
tiempo se justifica a quien recibe un favor a cambio del apoyo político,
validando entonces este presente de un modo muy preocupante.
Tal vez la raíz profunda de la cuestión esté relacionada con la visión
ideológica que prevalece entre los ciudadanos, que cree en la idea de un
Estado grande, con muchos recursos económicos disponibles y encargado de
resolverle a la sociedad la totalidad de sus problemas.
Un Estado omnipresente precisa de gran cantidad de dinero, recauda
impuestos, se endeuda y hasta emite moneda para financiar su desbordado
gasto, ese que la sociedad avala desde lo argumental aduciendo que debe
ocuparse de casi todo para que los ciudadanos sean felices y prósperos.
Esta pérfida mirada es la que permite que los gobiernos, conducidos por
los políticos de turno, accedan a abundantes presupuestos que dilapidan
arbitrariamente. El combo se completa con la ausente vocación cívica de
demandar transparencia en el gasto estatal, y así el clientelismo
consigue su principal aliado, su socio más preciado.
Una ciudadanía que hace una apología de ese Estado gigantesco, que debe
hacerse cargo de todo, solo promueve la creación de una casta de
políticos que sueñan con administrar mucho dinero discrecionalmente y
sin rendir cuenta alguna. Sin ese ingrediente vital, el clientelismo
estaría absolutamente limitado, su existencia sería marginal y de escasa
incidencia electoral, empujando entonces a los políticos a esmerarse un
poco más para cautivar a los electores con ideas, programas y proyectos.
La próxima vez que se intente analizar un suceso político que venga de
la mano de estas prácticas inmorales, valdrá la pena reflexionar acerca
de quiénes son, en realidad, los culpables del clientelismo.
Source: Los culpables del clientelismo - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/55f718613a682e0b9802a3bb#.VfgKZfmqqko
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