La violencia nuestra de cada día
septiembre 9, 2015 10:08 am·
Lawton, La Habana, Juan González Febles, (PD) La violencia política ha
sido un hecho incuestionable en la vida institucional cubana desde mucho
antes del instante de constitución de la república en 1902. Así, esta
nunca anduvo ausente en nuestra vida republicana y se ha mantenido hasta
nuestros días, solo que desde 1959 es una violencia instituida que
desciende como efluvio sucio y pestilente desde las más altas esferas
del poder político del estado.
La violencia impuesta desde 1959 se corporizó en un autócrata que logró
centralizar en su persona todo el poder del estado republicano al que
finalmente logró destruir. De esa forma fundó un poder personal con los
procedimientos y habilidades adquiridas en el medio gansteril desde el
que logró encumbrarse, combinados con la ingeniería social del fascismo
corporativo y del marxismo-leninismo. Logró así hacer crecer el engendro
hasta el horror exquisito de un sistema militarista y totalitario que
consiguió vender con fachada de revolución socialista.
La violencia institucional en Cuba se ejerce desde el poder del estado.
El restablecimiento de la pena de muerte y su aplicación indiscriminada
en los primeros años del desastre, para posteriormente ser aplicada
solamente por mandato expreso del autócrata en jefe, en los casos y
circunstancias determinadas por este, forman parte del esquema de
violencia y terror establecidos.
Mientras que la muerte quedó como prerrogativa exclusiva del autócrata
en jefe, el resto de otras múltiples y diversas formas de violencia e
intimidación pasaron a manos de sus servidores armados. Esta violencia
se desplazó a un ejército que fue y es revolucionario, porque no es y
nunca será constitucional y a un Ministerio del Interior, surgido de
atmósferas miasmáticas de sombra y conspiración, para moverse entre este
hedor, entre estas y otras sombras.
Dentro de los patrones de conducta violenta vigentes en la Cuba de hoy,
puede decirse que todos se derivan de la figura machocrática que
consagró este patrón de conducta violenta. Lo hizo desde el trato
irrespetuoso consagrado a los adversarios ideológicos de su liderato
desde los primeros momentos de ejercicio del poder. Así, convirtió en
"esbirros" a los oficiales del ejército constitucional y la policía
nacional derrotados y desarmados por su banda armada. Más adelante,
convirtió en "bandidos" a los guerrilleros campesinos que le
enfrentaron, en seguimiento del patrón violento ya consagrado en la vida
política nacional. El resto –hoy mayoría- fue calificado despectivamente
por este como "gusanos".
Siempre de acuerdo a las necesidades que surgieron, se apeló a elementos
antisociales, marginales y lumpen que fueron nucleados primeramente para
participar en los mítines de repudio y posteriormente para conformar las
llamadas Brigadas de Respuesta Rápida. Por supuesto que de forma
paralela se minaron las bases de la familia cubana. La delación se hizo
moneda corriente y para ello, hablaron sobre un "falso concepto de la
hombría y la amistad", piedra angular para socavar y desterrar valores
humanos y ciudadanos incómodos.
Ya establecida la indefensión ciudadana a partir de privar a todos de
derechos y garantías ciudadanas, se deformó a toda una sociedad
indefensa frente a los abusos y excesos de quienes no podían ser
interpelados, cuestionados y mucho menos acusados. La corrupción se
entronizó y se generalizó. Así, se logró que al ser todos corruptos,
todos se desmoralizaran de un golpe.
La delación se elevó a categoría de mecanismo válido de promoción
social. La prerrogativa de disponer de la vida y la muerte, convirtieron
al autócrata en jefe en un emperador romano en miniatura. El emperador
revolucionario hacía valer sus decisiones de muerte entre su círculo
interno de viles, a partir de que acatar su orden para morir,
garantizaba calidad de vida, y bienestar a la familia del caído en
desgracia. Por esto, lo cierto es en la actualidad, que quienes más
cerca están de la cima del poder, son los que más temen a ese poder, al
que se consagran en servir.
Al menos, participar de la violencia institucional cubana en condición
de víctima es menos dañino que ser parte de ella en condición de
verdugo. Las víctimas pueden redimirse inmediatamente que se liberan del
miedo. Aunque es cierto que el miedo de las víctimas no siempre termina
con el fin de sus victimarios, el miedo de los victimarios, no termina
nunca y crece continuamente. Viven a la espera de un ajuste de cuentas y
temen a las cámaras o a cualquier testimonio que evidencie su vileza.
Este temor no les abandona nunca. Así funciona a grandes rasgos la
violencia nuestra de cada día.
j.gonzalez.febles@gmail.com; Juan González Febles
Source: La violencia nuestra de cada día | Primavera Digital -
http://primaveradigital.net/la-violencia-nuestra-de-cada-dia/
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