Friday, September 11, 2015

La isla de papel

La isla de papel
Esteban A. de Varona dedicó un libro a Trinidad, una ciudad que
constituye la más apacible, bella, delicada estampa coloreada de los
viejos días de Cuba
Carlos Espinosa Domínguez, Misisipi | 11/09/2015 10:03 am

"Trinidad de Cuba es una ciudad aparte, es una ciudad distinta de las
otras de América, nostálgica de más de una emoción de otro tiempo…". Con
esas palabras concluye Esteban A. de Varona Trinidad de Cuba (Editorial
Alfa, La Habana, 1946), el libro que dedicó al sitio más pintoresco y de
más añejo carácter de la Isla. Aquel que constituye la más apacible,
bella, delicada estampa coloreada de los viejos días de nuestro país.
Esta última frase no es mía. Pertenece a Lydia Cabrera, y la he tomado
de la introducción que redactó para el libro de Varona. En ese texto, la
autora de El monte se pregunta en qué consiste el encanto de Trinidad,
la misteriosa atracción que ha ejercido en los cubanos y en todos
aquellos que la visitan. Ese encanto se debe, conjetura, "a la
persistencia del pasado, que allí vive intensamente, humanamente, no en
una sola barriada, rezagada en una calleja de bello nombre —Media Luna,
Lirio Blanco, Desengaño— donde los autos se cubren de ridículo, o en
alguna plazuela recoleta, la de Punta del Diamante, sino en toda la
ciudad, que no habla otro idioma que el de lo inactual, ni sabe moverse
a ritmo que no sea el de antaño". Y agrega que esa poesía del recuerdo,
"que tanto falta en nuestras poblaciones, terriblemente vacías e
inexpresivas, porque se empeñan en borrar de ellas hasta la última
huella de ayer, inhóspitas al sueño, des-almadas, es en cambio, lo
primero que se hace sentir en Trinidad (…) Pasado vigente, vieja belleza
conmovedora, magia de Trinidad…".
De acuerdo a una leyenda —o acaso sea un aviso de advertencia—, quien
bebe agua del río Táyaba pierde la memoria y se queda en Trinidad,
encantado para siempre. De ser cierta, Varona tuvo la precaución de
guardarse de hacerlo. Sin embargo, eso no lo libró de quedar enamorado
de la ciudad. Volvió a ella, en esa ocasión provisto de una cámara
fotográfica que nunca había manejado. Tras un aprendizaje paciente y
amoroso, aprendió a usarla. Acompañado de ella, recorrió Trinidad y tomó
las numerosas imágenes que ilustran su libro. Y en opinión de Lydia
Cabrera, aunque están exentas de toda pretensión componen un conmovedor
reportaje sentimental de la vieja ciudad.
En las primeras páginas, Varona ofrece un sucinto resumen de la historia
de Trinidad, desde que fue fundada en 1514 por Don Diego de Velázquez y
Fray Bartolomé de las Casas. Entre los hechos que recuerda, destaco
este: "En los primeros años del siglo XIX, recibe la ciudad una muy
importante visita. Pero no había sido anunciada, y el ilustre viajero,
que se llama Alejandro de Humboldt, entra por una de las callejas de
Trinidad a la grupa de la cabalgadura de un mercader catalán, viniendo
de la Boca del Guaurabo, donde había desembarcado. En el camino, según
parece, no ocultó su asombro ante el paisaje; ante la flora que nunca
viera antes; y ante animalitos e insectos que solo conocía por
referencias.// Su estancia en la ciudad está descrita en varias de las
páginas del Ensayo Político sobre la Isla de Cuba, el famoso libro que
iba a completar la obra de Colón".
Varona se refiere a los "trinitarios de sólida hacienda" que dejaron
edificaciones importantes: José Mariano Borrell y Padrón, propietario de
más de mil caballerías de tierra y de cerca de 700 esclavos, cuya casona
de dos plantas, situada en la Plaza de Martí, se conoce como el Palacio
del Conde Brunet; Pedro Iznaga y Borrell, dueño de cinco ingenios y de
1.300 esclavos, quien construyó una majestuosa mansión de elevadísimo
puntal, que ocupa media manzana; y Juan Guillermo Bécquer y Smith, un
norteamericano traficante en mercaderías —españolizó hasta su
patronímico, Baker—, que tenía un palacio de estilo dórico, "de un lujo
no igualado ni por las mejores casas de La Habana". Acerca del mismo,
Varona apunta que "de esa maravillosa construcción y de sus riquezas,
solo queda un páramo de ruinas, por obra y gracia del vandalismo de
algunos de nuestros compatriotas, ignorantes y sedientos de oro".
Además de las mencionadas, Varona comenta que otras casas de Trinidad
presentan un gran interés. Menciona, entre otras, las de Frías, Ortiz,
Sánchez Iznaga, Fernández de Lara, así como el antiguo Hospital. Se
ocupa luego de las fachadas trinitarias, que "aun en las construcciones
poco importantes, son agradables en su sencillez". Asimismo señala que
la fisonomía de las moradas sorprende a todo aquel que visita la ciudad
por primera vez. Acerca del patio trinitario, expresa que, por lo
general, tiene mucho de claustro pequeño. Y escribe: "El verdor y la
frescura de este recinto —que por acá no ha perdido completamente su
aspecto mudéjar— le hace grato a la vista y necesario al descanso de las
ocupaciones domésticas. En Trinidad, felizmente, los patios no han
sufrido depravaciones".
Enclavada en una de las regiones más bellas de Cuba
Varias páginas del libro están dedicadas a las iglesias de Trinidad. Su
autor hace notar que allí está una de las más amplias de Cuba: la de la
Santísima Trinidad, de estilo dórico y con cinco naves. En su interior
posee un magnífico altar de mármol, consagrado al culto de la Virgen de
la Misericordia —único en su género en la Isla—, además de varios
lienzos anónimos de valor y del famoso Cristo de la Vera-Cruz. Sobre
esta pieza, que en realidad estaba destinada para México, apunta que
"es, sin duda ni exageración, el Cristo de más bella talla y perfectas
proporciones que se conoce en Cuba, y con toda probabilidad, uno de los
más dignos de mención de toda la América".
Trinidad está situada en las faldas de la loma de La Vigía, que la
separa del Valle de San Luis o Valle de los Ingenios. Al respecto,
Varona afirma que a su interés histórico y al atractivo de su valioso
conjunto arquitectónico, la ciudad une otro privilegio: el de estar
enclavada en una de las regiones más bellas de Cuba. "El Adelantado no
podía encontrar sitio más hermoso para asiento de la población que,
siglos más tarde, habría de ser la reserva del pasado, un museo viviente
de los años pretéritos".
Hasta 1910, fecha en que se inauguró el servicio de trenes, Trinidad
vivió aislada. De acuerdo a Varona, eso la salvó del envilecimiento "al
que no han escapado, desgraciadamente, muchas de nuestras ciudades
—llevadas a una extrema banalidad, por el incesante afán de convertir
lugares y rincones de delicioso sabor hispanoamericano en torpes remedos
de lo extraño". El viaje en ferrocarril, durante el cual se pueden
admirar paisajes magníficos, terminaba entonces en lo que era el antiguo
cuartel español. Eso lleva a Varona a expresar: "Penetrar en una ciudad
por el patio de un cuartel no es cosa corriente. Pero, en Trinidad, todo
va a asombraros".
De la ciudad, resalta su atmósfera serena e íntima. En sus calles, más
bien estrechas —"algunas son tortuosas y desviadas"—, empedradas con
chinas pelonas, comenta que las horas más agitadas son las de la mañana.
"Son esos los momentos en que Trinidad parece una estampa antigua en
movimiento. Escenas que no se imagina el habitante de los grandes
centros modernos, se repiten allí cada día (…) Es el lechero, que
distribuye, en su medida de hoja de lata, toda su mercancía de casa en
casa, sin abandonar su cabalgadura. O el carbonero, siempre demasiado
limpio a pesar de su oficio, que descarga una, dos, tres sacas, aquí y
allá".
Trinidad, concluye Varona, ha conservado su aspecto y su espíritu. "En
su quietud hogareña —que la hace parecer deshabitada a ciertas horas—
las mejores piedras, patinadas por el sol, los vientos y las lluvias del
Caribe, son más evocadoras que en otras partes. Quizás, porque, además
de recuerdos, son símbolos aquí: símbolos del carácter de una ciudad de
gloriosa historia, que no puede desaparecer". Y a punto de finalizar su
libro, Varona escribe: "El bullicio inútil, la prisa absurda, el ajetreo
infundado —propios de esta época, tan despiadada para el hombre— no han
penetrado aún en Trinidad que, por eso, guarda intacto todo su inefable
encanto".
Las dos ediciones que tuvo el libro de Varona fueron financiadas por el
Ministerio de Educación y los ejemplares se distribuyeron gratuitamente.
En su momento tuvo una favorable recepción y recibió elogiosos
comentarios en la prensa. Jorge Mañach le dedicó un artículo en el
Diario de la Marina (4 de diciembre 1946). En el mismo señala que "es un
gozo visual y, si se quiere, patriótico solo hojear —aun antes de llegar
a leerlo— el libro Trinidad de Cuba, que publicó hace poco el doctor
Esteban A. de Varona". Y continúa: "Visual es por lo pronto el deleite,
porque las fotografías de Trinidad que principalmente componen el libro
(…) son bellas fotografías, en que la villa incomparable resulta captada
en imágenes a la vez típicas e insólitas, sublimándole en ángulos de
sorpresa sus lugares comunes. Y patriótico, porque es como si a través
de esa documentación gráfica tocáramos la sustancia de lo criollo, de
aquel estilo de cosa y costumbre en que concluyó la tradición española
con la existencia tropical".
También se hizo eco del libro Mirta Aguirre, quien lo reseñó desde las
páginas del periódico Noticias de Hoy (5 de noviembre 1946). Comienza su
trabajo con una confesión: "Yo, Esteban A. de Varona, yo que amo tanto a
Taxco de México, no conozco a Trinidad de Cuba. Es decir, no la conocía.
Ahora sí; ahora, gracias a su libro, he visto y he creído. Y sé que el
Taxco mío, el Taxco querido de las callejitas y el silencio y la vida
dormida en sueños de siglos, está también aquí, al alcance de unas
horas, guardando hasta, como el otro, las huellas de aquel Alejandro de
Humboldt que supo ser viajero de todos los hermosos caminos".
Aguirre alaba el bello trabajo de edición —"lindo papel, buenos
grabados, tipo de letra hermoso"—, lo cual que hace que "el libro
complace, así, en todos los órdenes". Y comenta: "Libro patriótico,
Trinidad de Cuba. Y no se asuste de la calificación, olorosa, en lo
artístico, a mano de obra barata. Libro patriótico por ver de puro arte
y de acendrada ternura nacional. Ojalá pudiéramos irnos todos los
cubanos a buscarle a la Isla, la materia y el espíritu, como se fue
usted, con su amor y su cámara, a redescubrir Trinidad para alegría y
rubor míos y para honra y provecho del rincón que hace más de
cuatrocientos años viera llegar la estampa brava de Hernán Cortés".

Source: La isla de papel - Artículos - Cultura - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/la-isla-de-papel-323603

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