El agrio embrujo del castrismo
PEDRO CORZO
La memoria nos lleva voluntariamente a recordar los acontecimientos
gratos, el deber a tener presente los malos, y nunca olvidarlos, por ese
motivo evocar a Fidel Castro, es importante.
Por supuesto que Fidel no es el único culpable. Tuvo de su lado a
excelentes ingenieros, arquitectos y artesanos en su plan de destruir a
Cuba, una labor en la que alcanzó el éxito.
Es incomprensible el aura de mentiras y fantasías que envuelve la figura
del dictador cubano. A pesar de su anacronismo y sus innumerables
fracasos, sigue siendo un referente para gobernantes como Evo Morales,
Daniel Ortega, Rafael Correa y muy en particular para Nicolás Maduro,
pero también, paradójicamente, para personas que han demostrado su
compromiso con la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Castro ha sido cruel, despiadado e ineficiente en todo lo que no sea
conservar el mando, pero también ha sido, junto a la condición de ser el
gobernante que por más años ha controlado el poder, el individuo que
estableció en pleno siglo XXI, una dictadura dinástica en el hemisferio
occidental.
Es preciso tener presente que los victimarios del castrismo siguen al
acecho. Recordar que el régimen se dio leyes para justificar sus
crímenes y que siguen contando con la capacidad legal para encerrar o
ejecutar cuando lo estimen conveniente.
Existen tribunales que interpretan fielmente los pensamientos extremos
de sus mandamases. Muchos profesores como consecuencia de las enseñanzas
del gran Maestro no dudaron en acosar a los hijos de los presos
políticos, discriminarlos y expulsarlos de las escuelas, porque no eran
un buen ejemplo para sus compañeros.
Las bases culturales y morales de la nación fueron quebradas como parte
de un Plan Nacional que pretendía recrear la conciencia ciudadana
instrumentado una ingeniería social que solo cosechó fracasos, al
extremo que las últimas generaciones, salvo contadas excepciones,
repudian el modelo que Fidel y Raúl Castro, junto a Ernesto Guevara,
impusieron a sus padres.
Castro ya no usa uniforme, pero aun enfundado en una costosa sudadera,
no deja de ser el anciano, para aquellos que quieren ver, que refleja en
su físico la maldad y los crímenes que cometió contra el pueblo.
Su condición de depredador no ha desaparecido, se le aprecia todavía su
convicción de que a los adversarios hay que tratarlos como enemigo y en
consecuencia merecen ser aplastados.
Increíblemente, a pesar de los muchos estudios publicados, el castrismo
sigue viviendo del cuento del "heroico mito" de la expedición-naufragio
del Granma y de la insurrección guerrillera en la Sierra Maestra, una
acción militar intrascendente, hábilmente manipulada y mejor divulgada.
También le asistió en la conservación de la fábula su rivalidad con
Estados Unidos, tanto, que muchos han preferido olvidar que Cuba fue una
plataforma nuclear soviética. Castro respaldó a Moscú cuando invadió a
Checoslovaquia, lo que repitió cuando la ocupación soviética de
Afganistán, una acción bélica contra un país miembro del Movimiento de
los No alineados, agrupación que dirigía en esos momento el dictador cubano.
El régimen castrista ha sobrevivido por su capacidad represiva pero
igualmente por la debilidad moral de quienes le han respaldado en Cuba y
en el extranjero.
Particularmente en Latinoamérica muy pocos gobiernos y dirigentes
políticos cuestionaron los crímenes de su gobierno o rechazaron
directamente la subversión que auspició en todo el hemisferio.
Provoca vergüenza ajena que Luis Inacio Lula da Silva, líder obrero, se
enorgullezca de ser amigo del individuo que destruyó uno de los
movimientos sindicales más poderosos del continente, o que Cristina
Fernández y Dilma Rousseff, busquen compartir con la persona que
auspició el terrorismo en los países que gobiernan.
Es lamentable que figuras públicas internacionales muestren satisfacción
cuando se acercan al veterano tirano, lo que lleva a preguntarse cuán
orgullosos estarían si pudieran compartir con Adolfo Hitler o José Stalin.
El arrobamiento, el hechizo que padecen estos personajes en el gobierno
o en la ruta de acceder al mismo no tiene explicación racional, salvo
que aspiran a regir de la misma forma que por décadas lo hizo Fidel Castro.
Por supuesto que no es justo ni racional atribuirle a la ceguera o
complicidad extranjera la longevidad de la dictadura. Los primeros
garantes han sido los cubanos.
Los que hicieron dejación de sus derechos y se sometieron
voluntariamente a la voluntad del régimen y los que después de casi seis
décadas de fracasos acumulados siguen apoyando la dictadura.
Responsables son los que se envilecieron para ser parte del poder, los
que nunca confrontaron la dictadura, huyeron en estampida o se plegaron
en rebaño, pero también los que en el presente, escondiéndose tras
cualquier pretexto, reniegan de sus compromisos de luchar por un cambio
a la democracia en el país en que nacieron.
Periodista de Radio Martí.
Source: PEDRO CORZO: El agrio embrujo del castrismo | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article34666872.html
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