Cuba, en las mismas
Treinta y cinco años después persisten las palizas y apremios físicos y
psicológicos contra las damas de blanco, los periodistas independientes
y todo el que alce la voz contra las iniquidades.
José Antonio Zarraluqui | 26 abr 2015 - 00:36h
Mucho cuento en la isla de los horrores por el restablecimiento de
relaciones con la potencia del norte, pero en la práctica nada cambia.
Se cumplen 35 años de la flotilla que, partiendo del puerto de Mariel,
llevó a Estados Unidos a 125 mil cubanos.
De las muchas malas memorias que conservo del episodio, la más
persistente es de un cartelón colgado en la ventana de un tercer piso
donde vivía alguien que había querido largarse tras la revolución que se
organizó en la Embajada del Perú en La Habana. Rezaba así: "¡Y quería
ser periodista!". El compañero mentiroso en jefe recién había dicho que
la revolución era una empresa voluntaria y que quien no estuviera de
acuerdo con ella se encontraba en libertad de abandonar el territorio
nacional. Un cambio oficial dramático tras más de 15 años de cortina de
caña de hierro –tendida por él mismo– y que, sin embargo, no era cierto.
O al menos no era enteramente cierto. Porque si bien decenas de miles de
infelices pudieron cambiar el infierno cubano por lo más parecido al
paraíso en aquellos años, "Yanquilandia", a muchas decenas de miles más
los forzaron a embarcar hacia donde no querían venir, sacándolos a
empujones de cárceles, hospitales y manicomios.
A contrario sensu, otras muchas decenas de miles quisimos emigrar y las
autoridades lo impidieron, dejándonos en situación precaria. Como
colofón, Castro aprovechó para colar en la lanzadera a decenas de
agentones. Y en adición, algunos desafectos resultaron muertos a patadas
por la ira popular al supuestamente desafiar la revolución y unas pocas
embarcaciones zozobraron; pero dado lo aparatoso de la operación, ¿cómo
reparar en semejantes minucias?
Yo fui de los que se vieron en candela, sin poder irme pero expulsado de
manera fulminante de mi empleo y sufriendo periódicos actos de repudio.
La realidad es que quien sufrió las afrentas fue la fachada de mi
vivienda, a la que pusieron que daba grima a pedradas, fango, huevazos y
carteles infamantes, porque como todavía entonces quedaban personas
decentes, siempre algún excompañero de trabajo me daba un telefonazo:
"Oye, que van para allá a sonarte un mitin conjunto del ICR y los
comités". No demoraba en abandonar la casa, ir a la esquina y esperar un
ómnibus de la ruta 79 para darme un paseo hasta Santos Suárez. Al día
siguiente regresaba y me contaban los vecinos cuántos habían venido a
repudiarme, si habían traído micrófonos y altavoces, los discursos que
habían echado y las lindezas que me habían dedicado.
Nunca supe si la persona que quería ser periodista pudo abandonar la
isla y lograr su sueño o si permaneció allí a merced de ese gobierno
repugnante y abusador. Pero es triste que 35 años después sean todavía
moneda diaria las palizas y apremios físicos y psicológicos de toda
índole contra las damas de blanco, los periodistas independientes,
cualquiera que alce la voz contra las iniquidades cotidianas.
Parece una maldición gitana que le hayan echado a la Perla de las
Antillas. Lo mismo que el destierro para los hijos que más la aman.
¿Cuánto hace de aquel lamento desgarrado de José María Heredia: "¡Dulce
Cuba! en tu seno se miran, / en su grado más alto y profundo, / la
belleza del físico mundo, / los horrores del mundo moral".
Pues eso. Va para dos siglos y seguimos en las mismas.
Source: Cuba, en las mismas -
http://www.prensa.com/opinion/Cuba-mismas_0_4195080543.html
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