'Contra los yanquis estábamos mejor'
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 25 Dic 2014 - 9:22 pm.
¿Por qué tantas muestras de adhesión incondicional a una vieja y
desacreditada dictadura, próxima a iniciar su 57º aniversario?
La frase fue famosa en España: "Contra Franco vivíamos mejor". La
escuché y leí mil veces durante la transición española hacia la
democracia. Me imagino que Raúl Castro debe haberla adaptado a la
circunstancia cubana en medio de una mezcla de enojo y melancolía.
Son las consecuencias inesperadas de las victorias. El presidente Obama,
en efecto, capituló, como deseaba La Habana. Se acogió, sin exigir
contrapartidas, a la política del abrazo (engagement) y renunció a las
medidas de "contención" (containment) hacia Cuba, típicas de la Guerra Fría.
Se comprometió, además, a restaurar totalmente las relaciones, pese a
que el Senado posiblemente no apruebe la designación de ningún
embajador. Lo aseguró, amenazante, el senador Lindsey Graham. También
tramitará el fin del embargo ante un Congreso republicano que
probablemente ni siquiera acepte discutir la medida, como ya anunció el
speaker John Boehner. Será una cadena de frustraciones.
El equívoco está fundado en lo que en inglés llaman wishful thinking o
juicio basado en ilusiones. El sorpresivo anuncio de Obama y Raúl Castro
era el inicio de un largo, complejo y deseado proceso de deshielo, y
casi todos los factores afectados dieron por hecho que la reconciliación
ya se había producido y, en consecuencia, la transición hacia la
democracia había comenzado. La percepción ha sido de final de partida,
no de comienzo.
Pura confusión. Los curas en La Habana, literalmente, echaron a volar
las campanas de los templos anunciando la buena nueva, como hacían en
tiempos de la Colonia cuando se retiraban los piratas.
Miles de cubanos desempolvaron las banderitas y algunos se abrazaban en
las calles llenos de felicidad. Para ellos, mágicamente, la miseria
llegaba a su fin. La prosperidad estaba a la vuelta de la esquina.
Las cabezas más representativas de la oposición democrática,
esperanzadas, se reunieron en la casa de Yoani Sánchez y, muy
civilizadamente, fueron capaces de ponerse de acuerdo y demandar
espacios para esa magullada sociedad civil que el país va pariendo
trabajosamente al margen del corset totalitario impuesto por el Partido
Comunista.
Las Damas de Blanco, flores en mano, como suelen hacer, recorrieron
algunas calles cercanas a la parroquia donde se congregan pidiendo
libertad. Esta vez no las aporrearon. Hubiera sido una flagrante
contradicción con el espíritu de apertura subrepticiamente instalado en
el país.
Los representantes ante la OEA de los países latinoamericanos, reunidos
en Washington, le dieron la bienvenida a la nueva etapa, pese a las
objeciones de Bolivia, Venezuela y Nicaragua, secretamente impulsados
por Cuba, que deseaban incluir una mención del embargo, moción rechazada
por el resto de los países. Canadá, a cambio, se abstuvo de mencionar el
tema de los derechos humanos, que hubiera sido como mentar la soga en la
casa del ahorcado.
Raúl Castro, muy preocupado, despachó a su hija Mariela al extranjero,
embajadora oficiosa del régimen, a explicar que el comunismo era el
destino permanente de los cubanos, algo así como una enfermedad
incurable y crónica. Nadie debía confundir el cambio de Washington con
la postura inconmovible de La Habana. En la Cuba de Mariela Castro se
podía cambiar de sexo, pero no de sistema. Ese —el sistema— ya había
sido elegido por los cubanos hasta el fin de los tiempos.
El mismo Raúl Castro, como si fuera un mantra, lo repitió en la Asamblea
Nacional del Poder Popular, un coro afinado de sicofantes que hace las
veces de Parlamento. Reiteró que no había más dios que el colectivismo
ni más profeta que Fidel Castro, y así sería para siempre. Al final,
fieramente, gritó "Patria o muerte". Todos lo aplaudieron
disciplinadamente, incluidos los cinco espías liberados.
¿Por qué tantas muestras de adhesión incondicional a una vieja y
desacreditada dictadura, próxima a iniciar su 57º aniversario?
Precisamente, porque Raúl no ignora el peso de las autoprofecías que, a
fuerza de repetición, acaban por cumplirse. Misterios del caprichoso
mundillo de las percepciones.
Especialmente en un país en el que casi nadie cree en los presupuestos
teóricos del sistema. Todos saben que el marxismo-leninismo fracasó
rotundamente y la nación se está cayendo a pedazos. Nadie desconoce que
las reformas de Raúl, los cacareados Lineamientos, ni han dado ni darán
resultados.
A estas alturas, la mayor parte de los cubanos, como los soviéticos en
la etapa final de Mijail Gorbachov, están convencidos de que el sistema
no es reformable y hay que reemplazarlo.
En ese desesperado punto de la historia, Obama, por las razones
equivocadas, toca la trompeta y todos piensan que es una señal de los
cielos y que ha llegado la hora. Menos Raúl, Mariela y el resto de la
sagrada familia, que, desesperados, salen a desmentirlo, pero nadie los
cree. La percepción es más poderosa.
Source: 'Contra los yanquis estábamos mejor' | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1419538586_12012.html
No comments:
Post a Comment