El credo predilecto de los políticos
[26-08-2014 15:45:12]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- La política como actividad profesional ha
instalado una serie de creencias hasta convertirlas en verdades
irrefutables. La mayoría de ellas apuntan a que la sociedad incorpore la
idea de que los políticos son imprescindibles protagonistas, necesarios
participes y vitales intérpretes en su función de intermediarios entre
las dificultades y las soluciones.
El paradigma central de ese dogma preferido por los políticos, es aquel
que sostiene que son los gobiernos los que deben "solucionar los
problemas de la gente". Esta perspectiva, además de perversa y falaz,
apuesta a la pereza ciudadana promoviendo la comodidad de ciudadanos que
creen, genuinamente, que todos sus padecimientos son responsabilidad de
terceros, de otros, de personajes que se empeñan en hacerlos desdichados.
En el marco de esa engañosa teoría, la política como sacerdocio y
vocación, asume el heroico rol de ofrecer "alivios y remedios" para que
la comunidad los apoye electoralmente y de ese modo deleguen esa
agotadora gestión dejando todo en manos de políticos supuestamente
eficientes que toman la posta para resolver cada inconveniente que los
ciudadanos identifican.
La felicidad es un concepto subjetivo, individual, absolutamente
personal, por el que cada ciudadano fija sus prioridades, gustos,
preferencias y una escala de valores bajo la cual intenta alcanzar ese
estándar sublime.
No existen garantías para ello. Esa búsqueda es permanente y siempre
imperfecta. Lo que cada individuo intenta es lograrlo, pero no lo
consigue con la frecuencia deseada, siendo invitado entonces a ajustar
reiteradamente sus estrategias y tácticas para obtener la meta soñada.
Por momentos lo consigue, pero sabe que ese bienestar es efímero y que
pronto algo volverá a romper el equilibrio, obligándolo a un nuevo intento.
Imaginar que esas vivencias individuales pueden resumirse en una
consigna única, común y universal, es un gran embuste. La política lo
plantea porque si no implanta la visión del bien común, esa matriz
genérica que sirva para todos, no puede operar y su existencia no
tendría sentido. Y es así que desemboca en la mágica fórmula de
"resolver los problemas de la gente".
Resulta demagógico, pero al mismo tiempo muy simpático, sostener ese
discurso que dice que la sociedad no es culpable de nada, que todo lo
que le sucede es responsabilidad ajena y que la política se encargará de
poner las cosas en su lugar para que de ese modo todos sean afortunados.
En realidad, los individuos deberían comprender que lograr ese progreso
y felicidad depende de ellos mismos, que la tarea no es esperar que las
cosas ocurran sino, justamente, hacer que sucedan.
Las personas prosperan, avanzan y consiguen ser felices, cuando
gobiernan sus vidas y triunfan por sus propios méritos. Claro que están
los que tienen suerte y que el contexto influye, pero eso no debe
invitar a cruzarse de brazos y esperar que "otros" resuelvan los
inconvenientes particulares.
La tarea es hacerse cargo, ser responsables del propio destino, ocuparse
de uno mismo y también de sus respectivos entornos. Son los individuos
los que deben accionar y organizarse cuando la voluntad individual no
alcanza para cooperar y ejecutar cuando un tema les interesa.
Existen varias generaciones de ciudadanos que creen que los gobiernos
deben proveerles trabajo, vivienda, alimentos, educación y salud, entre
tantas otras necesidades. Están convencidos que se trata de una
obligación de los gobiernos consagrarse a esos temas. Entienden que
alguien debe pagar ese costo, y no son ellos, sino el resto. Por eso
promueven la exigencia, y no apelan al esfuerzo personal como
herramienta de cambio.
Ni los políticos, ni los gobiernos, están para quitar los obstáculos del
camino. Nacieron con el objetivo de garantizar derechos a cada
individuo, y asegurar a los ciudadanos la posibilidad de convivir en
armonía, evitando que se quiten la vida, la libertad y la propiedad unos
a otros a través de mecanismos inmorales y del tradicional abuso de poder.
Los políticos tendrían que poner sus energías en generar las condiciones
para que sean los individuos los que puedan crear su propia felicidad a
través de sus decisiones personales, asumiendo los riesgos derivados de
cada determinación. La responsabilidad de la política es cerciorarse de
que nadie inicie el uso de la fuerza contra otra persona y que si lo
hace, esa actitud tenga consecuencias negativas que desestimulen un
nuevo intento.
La política debe dedicarse a que los individuos tengan reglas de juego
claras, transparentes, estables, con incentivos bien definidos, para
poder en ese marco buscar su propia felicidad, y no pretender reemplazar
a los ciudadanos en esa labor. La sociedad, por su parte, debe
esforzarse, esmerarse, para que el resultado de tanto trabajo sea su
mayor estímulo y para no caer en la trampa de asignar culpas para
justificar errores propios.
La dirigencia se ha esmerado en instalar esta idea en la mente de todos.
Cada ciudadano que cree en esa frase que dice que los políticos están
para resolver sus dificultades, en algún punto, es porque prefiere
descansar en esa mirada que tomar riesgos asumiendo sus éxitos y fracasos.
Es prioritario cuestionar el discurso de los políticos, el verdadero rol
de los gobiernos, y la función del Estado en todas sus formas y
jurisdicciones. Definitivamente, son los individuos los que deben
encontrar atajos frente a cada conflicto, en forma personal cuando ese
sea el ámbito, o también organizándose socialmente cuando el objetivo
amerite un trabajo coordinado en equipo. Pero es bueno empezar a
destruir aquel confortable slogan que afirma que son ellos los que deben
solucionar los problemas de la gente. Lamentablemente esa visión es
parte del discurso cotidiano y se ha constituido en el credo predilecto
de los políticos.
Source: El credo predilecto de los políticos - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/53fc8f683a682e0ba8c731f8#.U_y_LfmSwx4
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