Monday, June 16, 2014

Pelear a la contra

Pelear a la contra
IVÁN GARCÍA | La Habana | 16 Jun 2014 - 11:25 am.

Al habla con Armando, dueño de una cafetería en La Habana.

En la Avenida de Acosta, casi esquina Goicuría, en el populoso barrio de
La Víbora, a 25 minutos del corazón de La Habana, funcionan dos
cafeterías de comida rápida. Una frente a la otra.

Más que competencia, existe una guerra sucia entre los dueños. Armando
plantó bandera primero. "Año y medio antes de comenzar el tipo de
enfrente, yo saqué licencia. Abrí el negocio para ver si con las
ganancias podía terminar de construir mi casa. No tengo parientes en
Miami. Comencé con 400 cuc que tenía guardados debajo del colchón".

Fue como la fiebre del oro. Corría el otoño de 2010 y Raúl Castro había
dado el pistoletazo de arrancada para ampliar los negocios privados. Ya
se sabe que entre el Estado y los trabajadores particulares en Cuba hay
una relación de amor y odio.

En 1968, un iracundo Fidel Castro, por decreto, en solo una noche, mandó
a cerrar puestos de fritas y bodegas y prohibió cualquier inversión
familiar. Luego, la crisis económica estacionaria que padece la Isla
desde 1989 y unas finanzas públicas raquíticas, provocaron que el inútil
Estado cediera espacio a la iniciativa privada. Pero con impuestos por
las nubes y exceso de controles, para impedir la formación de grandes
capitales.

Antes de 2010, el trabajo privado estaba en mínimos. Era acosado por el
fisco y una tropa de corruptos inspectores estatales lo desangraba con
normas jurídicas estrafalarias o comisiones por debajo de la mesa.

Raúl Castro quiso poner orden al desaguisado. Amplió hasta 181 los
negocios privados y autorizó a contratar trabajadores fuera del ámbito
familiar. Suponía el régimen que las nuevas aperturas privadas
absorberían gran parte del millón y medio de cubanos enviados al paro
tras una reestructuración a fondo del empleo estatal.

Pero el diablo está en los detalles. A los compadres que gobiernan en
Cuba no les preocupaban las labores informales de subsistencia, como
aguador, cuidador de baños públicos, pelador de frutas o recogedor de
latas vacías.

Los gravámenes y el alto costo de la vida devorarían sus mínimas
utilidades. El dolor de cabeza eran otros negocios, como transportistas,
gastronómicos o de hospedaje, que podían enriquecerse.

Por tanto, se crearon complicados contrapesos e impuestos, en un intento
por frenar el crecimiento de las pequeñas empresas familiares. La
autocracia verde olivo sigue viendo a cada persona que acumula capital
como a un delincuente.

Armando sabía de esas limitantes. Pero manejando su propio negocio,
ganaría cinco veces más dinero que el pagado por el Estado. Armó a la
carrera un timbiriche con tubos y planchas de zinc y lo pintó de ocre y
amarillo.

"A los pocos meses, inspectores de Planificación Física me mandaron a
cerrar la cafetería, por estorbar el tránsito en la acera. Gasté 3.000
pesos (130 dólares), casi todas mis ganancias, en desarmar el tenderete
y correrlo hacia atrás. Entonces ganaba 700 pesos diarios. Después que
abrió la cafetería de enfrente, no paso de 300 pesos al día. Además,
debo pagar más de 1.200 pesos mensuales al fisco", señala Armando.

El competidor de Armando, en la acera de enfrente —no quiso ser
entrevistado— abrió una cafetería espaciosa llamada El Lateral.
"Parientes en el extranjero le enviaron 5.000 dólares para abrirla.
Consigue alimentos e insumos a precios más bajos, gracias a sus
contactos en almacenes estatales. Yo tengo que comprar la carne, el
pollo y el arroz a precios minoristas, como todos. No tengo nada contra
la competencia, pero ésta es desleal", asegura Armando.

El vecino se ha llevado a sus clientes. Su local tiene un diseño
moderno, meseras jóvenes y bonitas y con los mismos precios ofrecidos en
el destartalado puesto de comida y sándwiches de Armando. Cuando usted
le pregunta si se considera un pequeño empresario, sonríe.

"Qué tontería. Si acaso soy un 'metedor de cuerpo'. He leído que el
capitalismo moderno se fundó gracias a pequeñas empresas familiares.
Pero te aseguro que no tenían el impedimento de elevados impuestos,
trabas que obligan a cometer ilegalidades y un gobierno que te caza como
el gato al ratón", señala.

Por el noticiero de televisión se enteró de la visita de una delegación
de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. Poco más. Ignora que los
empresarios gringos y el cabildeo de cubanoamericanos radicados en el
Norte, piden flexibilizar el embargo y abrir una cartera de inversiones
para alentar a las pequeñas empresas locales.

"No es mala idea, si Cuba fuera otro país —dice Armando—. En la nueva
Ley de Inversiones ni siquiera permiten a los cubanos invertir en su
propia nación. En caso de autorizarse créditos, que lo dudo, se
otorgarían de acuerdo al linaje y fidelidad a la revolución. Por ahora,
al menos nos dejan 'luchar' y podemos comprar artículos de primera
necesidad en la shopping y hasta tomarnos una botella de ron por
divisas. Lo otro es muela y cháchara".

Source: Pelear a la contra | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1402910254_9069.html

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