Tuesday, June 25, 2013

La infinita crisis de la cultura

Escritores Cubanos, Literatura, Crisis

La infinita crisis de la cultura
Un escritor tiene que correr riesgos, tiene que lanzarse y escribir lo
que cree que debe escribir
Pedro Juan Gutiérrez, La Habana | 25/06/2013 1:13 pm

Quiero comenzar con una cita de Umberto Eco, tomada de una entrevista
que le hizo el diario español El País el pasado 23 de mayo. Dice Eco:
"La cultura es una crisis continua. La cultura no está en crisis, es una
crisis continua. La crisis es condición necesaria para su desarrollo".
Si acogemos esta idea de la cultura como crisis permanente, cualquier
análisis que hagamos se transforma en explorar dentro de un proceso
dinámico de cambios y altibajos sucesivos e inevitables, lo cual ayuda a
despejar esquizofrenia y paranoia, miedo y terror, en estos inventarios
retrospectivos.
Por ejemplo, nos podríamos remitir a la Biblia y a La Odisea o a otros
miles de títulos donde el desarrollo dramatúrgico se origina en una
generación incesante de vórtices caóticos en movimiento y no en una
estructura cerrada y estática.
Esos vórtices caóticos son los que ayudan a crear el maravilloso efecto,
en las lecturas de la Biblia, de que siempre estamos con un pie en el
Infierno y el otro intentando plantarse en el Paraíso y la Salvación
Eterna. Lo cual es completamente cierto. La eterna lucha entre el Diablo
y el Iluminado que habita dentro de nosotros. Pero además, expresado con
habilidad de escritor con buen oficio. Por el mismo motivo Odiseo nos
mantiene en vilo luchando siempre con sucesivos y extraordinarios
obstáculos, aunque sabemos que tiene que salvarse por su condición de
héroe. Es decir, ha nacido con las características del héroe: astucia,
talento, valor, perseverancia, disciplina, y sobre todo, tiene un
atractivo toque de estoicismo y frugalidad. También tiene el gran
defecto de los héroes: está hecho de una sola pieza. No tiene un lado
oscuro y oculto, que siempre es tan atractivo.
Después de Odiseo vienen todos los otros héroes que ya conocemos de
sobra, hasta que en algún momento se nos agota el ideal, como siempre
sucede con todos los ideales utópicos en esta vida.
Entonces surge el antihéroe para hacer cierta la idea de la crisis
permanente como condición ad infinitum de la cultura.
Quizás los primeros antihéroes de la literatura surgen en España. El
Quijote y la novela picaresca son un primer toque de modernidad.
Irreverencia, marginalidad, ir a la contra. El Lazarillo de Tormes.
Después esto se extiende y ya casi todos los grandes escritores
franceses del siglo XVII en adelante dan el primer grito de rebeldía y
escriben obras abiertamente pornográficas, en pequeñas tiradas, para
consumo reducido y selecto. En España la Inquisición logró meter tanto
miedo a los escritores que no hay erotismo en la literatura española
hasta la segunda mitad del siglo XX. Yo achaco a esta situación
inquisitorial española el arrastre antisexual y moralista pacato que
lastra a una buena parte de la literatura latinoamericana todavía hoy en
día. Un empaque burgués, pretencioso, aburrido, provinciano, y
desconectado de nuestras realidades más profundas. Al que le interese el
tema puede leer algunos ensayos de Jean Claude Carrière.
Y finalmente, en el siglo XX se produce una verdadera explosión de
muerte y destrucción. La Segunda Guerra Mundial costó más de 60 millones
de muertes según los más recientes cálculos. En sólo seis años. A razón
de diez millones por año. Más todos los muertos y la destrucción de la
Primera Guerra Mundial, Corea, Vietnam, y un largo etcétera.
Así que, es inevitable, la cultura se impregna después de 1945 de este
espíritu de caos, violencia, confusión, pérdida, evolución, trastorno de
los valores morales tradicionales. Lo cual afianza más, en el terreno de
la creación, lo que ya habían iniciado en la primera mitad del siglo las
llamadas vanguardias artísticas europeas. Así que se desborda, ya sin
marcha atrás, un ansia insaciable de experimentación, de originalidad y
de rompimiento de cánones, búsqueda de lenguajes diferentes que
permitieran expresar con más eficacia la maraña y el caos imprevisible
en que se había convertido la vida.
Para enfocar con más precisión nuestro objetivo esencial esta tarde, es
decir, la literatura cubana, debemos recordar que este espíritu caótico
y sanguinario de la época ingresa en nuestra literatura de un modo
brutal, sorpresivo, estremecedor, exactamente en 1938, con la
publicación de la novela Hombres Sin Mujer, de Carlos Montenegro.
Creo que esa novela es la estación inicial de una línea underground en
la literatura cubana. Fue tan rechazada —aunque ganó un concurso
presidido por José Zacarías Tallet— que la primera edición es mexicana y
creo que la primera edición cubana data de veinte años después.
Esa línea de literatura antiheroica, sucia, oscura, marginal, de los
bajos fondos, y por supuesto, nada ejemplar, continúa con unos pocos
libros más: Tres Tristes Tigres, de Cabrera Infante. Boarding Home, de
Guillermo Rosales. Antes Que Anochezca, de Reinaldo Arenas, Los Hijos
Que Nadie Quiso, de Angel Santiesteban, Todos Se Van, de Wendy Guerra. Y
perdonen que me incluya pero la modestia siempre es inconveniente, así
que menciono también Trilogía Sucia de La Habana y El Rey de La Habana,
aunque creo que casi todos mis libros forman parte de esta línea
underground de la literatura cubana.
Es decir, el cuerpo literario cubano, uno de los cuatro grandes en
América Latina, junto a Argentina, México y Brasil, se enriquece de este
modo, digamos inusual. Es un fenómeno que no se registra en aquellos
países con pequeños cuerpos literarios.
Así que tenemos por encima toda la gran literatura cubana, luminosa,
bien estudiada, bien publicada y premiada: Carpentier, Lezama, Padura,
Retamar, Eliseo Diego, etc. Nuestros maravillosos escritores.
Y por debajo, en oscuros túneles de los bajos fondos, una literatura
"conflictiva". Son libros difíciles o imposibles de encontrar. Poco
atendidos por los estudiosos y los editores, apenas conocidos por unos
pocos lectores, conseguidos de trasmano, y convenientemente colocados en
anaqueles misteriosos e inaccesibles en alguna biblioteca pública.
Cuando existen, porque, claro, con tanto misterio a su alrededor se
convierten en codiciados objetivos de los ladrones de libros y de los
revendedores inescrupulosos.
Incluso sucede algo paradójico: Boarding Home, de Guillermo Rosales, se
escribió en Miami y obtuvo un premio en un concurso presidido por
Octavio Paz. Se publicó en una pequeña tirada y poco después fue
ignorado. Rosales se suicidó ocho años después y ya ha caído en el
olvido. ¿Qué sucedió? Lo de siempre: es una novela autobiográfica que
empaña demasiado el lustre y el brillo de un grupo social. En este caso
el "American Dream" en Miami. Así que el olvido es una forma de censura
sobre algo inconveniente para la dorada aureola de la buena vida en Miami.
Los boarding homes son asilos donde en condiciones infrahumanas
sobreviven a duras penas locos, viejos pobres, alcohólicos, drogadictos,
gente con sida, en fin, gente desesperada que desea acabar de morir para
terminar sus angustias. Rosales lo cuenta con una crudeza y una
efectividad tan perfectas que leer su libro se convierte en una
experiencia trascendente. Y, como sucede con toda obra de arte, rebasa
por completo, el pequeño mundo de Miami para convertirse en literatura
universal que trasciende el lugar y el momento en que se escribe.
Pero este fenómeno de censurar la literatura caótica y oscura, la
literatura inconveniente, sucede en todas partes y en todas las épocas.
Hay toda una historia secreta de la literatura que se refiere a este
tema. Vladimir Nabokov, por ejemplo, tuvo que ir a un tribunal en
Estados Unidos en los años 50 para que un juez autorizara a su editor a
vender la novela Lolita, que ya había triunfado definitivamente en
Europa, sobre todo en Francia.
El juez, con una actitud infantil e imbécil, obligó a Nabokov a jurar,
con su mano sobre una Biblia, que él jamás había tenido relaciones
sexuales con una adolescente y que todo era producto de su imaginación.
Un caso terrible de censura, en este caso colectiva, se produjo en
Alemania cuando dos años después de la Segunda Guerra Mundial se publicó
un libro muy crudo —en forma de diario real y nada ficticio— de una
mujer que sufrió las violaciones masivas y continuas y las vejaciones y
humillaciones de todo tipo de los soldados soviéticos del Ejército Rojo,
al invadir Berlín en abril y mayo de 1945. El libro se titula Una Mujer
en Berlín. Es una memoria implacable y detallada sobre lo que ella tuvo
que soportar.
Pues bien, al publicarse el libro el escándalo fue mayúsculo. Los
alemanes querían olvidar. Les convenía olvidar. Y esta mujer les
restregaba en las narices hasta donde llegó la humillación de la
derrota. La calificaron inmediatamente de prostituta, inmoral y
mentirosa. Por suerte, ella se había mantenido en el anonimato. El gran
ensayista y escritor Hans Magnus Enzerberger lo acaba de publicar hace
poco, con un prólogo esclarecedor. Tuvo que esperar a que la autora
falleciera. Y aún así se mantiene en el anonimato. Aterrada ante el
acoso de sus compatriotas. Una Mujer en Berlín es el testimonio más
verídico, realista y efectivo sobre y contra la guerra jamás escrito en
Europa. Y ya vemos el pago que obtuvo su autora.
Y así pudiéramos seguir durante horas y horas hablando de sonados casos
de censura sobre los libros que confirman la idea de que la cultura
necesita de la crisis para su propio desarrollo. Si no hay crisis la
cultura se estanca. Son los obstáculos, el antagonismo y los conflictos
los que disparan el pensamiento de choque.
Europa en este momento está inmersa en un período excesivamente
prolongado de estancamiento y parálisis en su literatura. Es como un
motor diesel funcionando en baja. Ronronea pero se mantiene al ralentí.
No hay estremecimientos, no hay locura, no hay rompimientos, no hay
originalidad, no hay nada que merezca la pena. Casi la totalidad de los
escritores europeos de hoy en día padecen de parálisis total y
aburrimiento. No tienen nada que decir. El Estado de Bienestar les ha
acomodado. Escriben sobre vidas grises, aburridas y monótonas. Se han
salvado sólo unos pocos escritores que siguen escribiendo duro y con la
profundidad y rigor necesarios para hacer algo fuerte.
Ahora, con la crisis social, económica y política, que se agudiza en
algunos países es de esperar que se registre una repercusión en el arte
y en la cultura en general. Creo que así será porque la ley de
causa/efecto se cumple siempre de un modo inexorable en el Universo.
Precisamente esa ley de causa/efecto se cumplió en mi escritura cuando
en septiembre de 1994 comencé a escribir la Trilogía Sucia de La Habana.
Estuve tres años escribiendo sistemáticamente lo que sucedía en mi vida
cotidiana. Hay muy poca ficción en ese libro. Lo escribí entre 1994 y
1997, años de hambre, miseria atroz y desmoralización general que
prefiero no recordar, para cuidar mi salud mental y mi buen humor.
Yo sé que es un libro brutal y sin concesiones. Lo sé y lo asumo. No soy
inocente. Ningún escritor es inocente.
Ese libro estuvo meses sobre la mesa de trabajo de los editores en una
conocida editorial de Santiago de Cuba. Al parecer se disgustaron tanto
que prefirieron no contestarme jamás ni tener el más mínimo saludo hacia
mí. Así que el libro solito se encaminó hacia España. Se publicó en
octubre de 1998 en Anagrama y tuvo un gran éxito. Registró once
ediciones sucesivas en tapa dura, tres ediciones de bolsillo con
numerosas tiradas. Hoy en día está publicado en 23 países, traducido a
22 lenguas, es lectura de programas de estudio en más de 50
universidades de todo el mundo, y además está clasificado entre los Mil
libros que usted debe leer antes de morir, junto a títulos de otros tres
autores cubanos: Carpentier, Lezama y Cabrera Infante.
Sin embargo, en casa del herrero cuchillo de palo. En enero de 1999 la
revista Bohemia prescindió de mis servicios como periodista después de
26 años de trabajo. Me echaron a la calle sin hablar conmigo, sin
preguntar, sin discutir. Para que fuera más patético: quienes tomaron
esa absurda y desesperada decisión no habían leído el libro. Se guiaban
sólo por los comentarios de los periódicos españoles. Lo cual ya es el
colmo del ridículo y la ignorancia.
Por suerte en la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba)
conté con el apoyo de compañeros honrados, cultos y responsables, que me
apoyaron con decisión y honestidad ante aquel atropello. Y hasta me
aconsejaron: "Alégrate. Ahora estás libre para seguir escribiendo mucho
más".
Y eso hice. Fueron años difíciles hasta que finalmente pasó el tiempo y
la editorial de la UNEAC publicó Melancolía de los Leones. Y así, poco a
poco, se han ido publicando mis libros en mi país. En este momento
preparamos la edición cubana de El Nido de la Serpiente. De un total de
17 títulos que integran mi obra —diez de prosa y siete de poesía— aquí
se han publicado siete, es decir cinco de prosa y dos de poesía.
Ahora que han pasado algunos años comprendo que escribí Trilogía Sucia
de la Habana como un acto de exorcismo ante el periodismo superficial,
insulso, aburrido y autocensurado que tenía que escribir cada día.
Pero si vives en Centro Habana en una situación de miseria extrema, y no
quiero entrar en detalles desagradables, no puedes escribir
"decentemente". Son las circunstancias y el momento que vives los que
determinan tu escritura. Sobre todo si entiendes que la literatura es
ante todo una herramienta de pensamiento y reflexión sobre tu
experiencia personal y nunca un medio para difundir y propagar ideas
religiosas, políticas o de otro tipo. La literatura es exploración, no
pedagogía. La literatura está construida con preguntas, incertidumbre,
fragilidad y dudas. No con respuestas y certidumbre sólida. Lo que late
en mi corazón es un poeta vulnerable y no un matemático arrogante.
Así que hay que arriesgarse y ser consecuente con la época y las
circunstancias que le tocan a uno. Creo que cuando pasen los años los
historiadores que intenten conocer qué sucedió en Cuba en la década de
los 90, es decir, en los últimos diez años del siglo y del milenio, no
encontrarán información en la prensa de la época. O encontrarán muy poca
y muy tamizada. Demasiado filtrada. Encontrarán quizás información más
valiosa en los libros que se publicaron sobre aquellos años.
Lo decía Marx. Aprendía más sobre el capitalismo en las novelas de
Balzac que en los libros de historia.
Así que a la larga un artista, un escritor, tiene que correr riesgos,
tiene que lanzarse y escribir lo que cree que debe escribir. Y hacerlo
en el momento. No esperar a que lleguen "tiempos mejores". Porque los
"tiempos mejores" ya tendrán su propia literatura.
Creo que una de las funciones del arte y la literatura es ayudarnos a
pensar. Si además nos entretiene, pues muy bien. Un libro entretenido se
agradece. Pero esa no es la función esencial de la literatura. La
función esencial es contribuir al proceso civilizatorio ayudando en los
mecanismos de reflexión y pensamiento del momento en que se vive.
Es muy fácil y muy conveniente escribir libros entretenidos. Lo difícil
es escribir libros efectivos y que funcionen como una carga de
profundidad detonando la cáscara de las apariencias y de las
conveniencias sociales y políticas.
Hay que arriesgar. Ahí están nuestros grandes escritores del siglo XIX:
Martí, Heredia, Cirilo Villaverde, y unos cuantos más que tuvieron que
irse al exilio por escribir textos incómodos. No por alzarse en armas
contra la colonia española. No. Sólo por tener el coraje de exponer sus
ideas en blanco y negro.
Así que sufrimos una larga historia de intolerancia que arranca desde
los tiempos de la colonia española.
Intolerancia que es consustancial a la naturaleza humana. El que censura
generalmente no es un monstruo. Es una persona normal que se defiende.
Es una persona con poder de decisión, aterrada ante un libro o una obra
de arte que puede dañar su statu quo y reacciona con violencia sobre el
escritor.
Así que siempre tendremos censura y censuradores. Mientras existan seres
humanos tendremos intolerancia. El censurador asume el papel de verdugo
de la Inquisición y atemoriza, con el látigo en la mano. El censurado no
puede asumir su papel de víctima. No puede correr ni dar la espalda.
Tiene que luchar y protestar. Luchar y denunciar y nunca aceptar
pasivamente el castigo del verdugo.
Por suerte las aguas tarde o temprano toman su nivel. Así que hay que
ser fuerte y resistir la inundación. Agarrarse a algo que flote y
mantener la cabeza fuera del agua. No dejar que la inundación nos
arrastre y nos ahogue. La cabeza fuera del agua. Respirando. Siempre.

Source: "La infinita crisis de la cultura - Artículos - Cultura - Cuba
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