La República posible
Decoración por el nacimiento de la República. La Habana, 20 de mayo de 1902.
Dimas Castellanos | La Habana | 20 Mayo 2013 - 8:52 am.
Aunque el castrismo lo niegue, el inicio de la República fue el inicio
de nuestra libertad.
Una vez arriada la bandera de las barras y las estrellas en medio del
júbilo popular, el 20 de mayo de 1902 el generalísimo Máximo Gómez
procedió a izar la enseña nacional en el Palacio de los Capitanes
Generales. "Creo que hemos llegado", fueron sus palabras ese día.
Después de cuatro siglos de colonialismo, tres décadas de guerras
independentistas y más de tres años de ocupación extranjera nacía
oficialmente la República de Cuba. La nueva fecha se unía al 28 de
enero, natalicio del Apóstol; al 10 de octubre, Grito de Yara; al 24 de
febrero, comienzo de la Guerra de Independencia; y al 7 de diciembre,
caída del Titán de Bronce, para conformar una pentarquía de efemérides
ilustres, con una particularidad; en materia política el 20 de mayo
encierra una enseñanza: la negociación.
En el intento de rebajar su alcance y adecuar lo sucedido a la ideología
y a los objetivos del poder, se ha llegado a comparar el 20 de mayo con
el Golpe de Estado de 1952, e incluso a negarlo como momento de
nacimiento de la República. Un ejemplo de esto último fue el criterio
emitido en una oportunidad por el historiador Rolando Rodríguez, cuando
planteó que el 20 de mayo "no podía recordarse como el día de
surgimiento de la República porque ella había comenzado en Guáimaro el
10 de abril de 1869. […] Es ahí donde está el origen de la República
cubana".
Guáimaro, sin dudas, es inseparable de la conformación de la República.
Fue el momento en que se inició el proceso, pero otra cosa es el momento
en que ese proceso devino realidad, cuando Cuba, a pesar de las
limitaciones impuestas, debutó como país independiente reconocido por el
concierto de naciones. En Guáimaro está la estación, pero el
advenimiento, a pesar de nuestros deseos, está en 1902. Rolando
Rodríguez confunde proceso y resultado.
El rechazo a la fecha no carece de lógica. Es cierto que la República no
nació con independencia absoluta ni soberanía completa, pero ese
razonamiento no tiene en cuenta que aquel desenlace no resultó solo,
como era deseado, del esfuerzo y la sangre derramada por los cubanos,
sino también de la entrada en la guerra del ejército norteamericano a
consecuencia de los intereses geopolíticos que se estaban definiendo en
la arena internacional entre las potencias de la época. Nos guste o no,
más allá de nuestros deseos, eso fue lo que ocurrió.
Derrotada España y firmado el acuerdo de París el gobierno de ocupación
emitió la Orden No. 301 de 25 de julio de 1900, convocando al pueblo de
Cuba a elecciones generales para designar los delegados a la Convención
Constituyente que elaboraría la Constitución y formularía cuáles debían
ser las relaciones con Estados Unidos.
Elaborado el texto se creó una Comisión encargada de formular dichas
relaciones, cuyo resultado fue rechazado por las autoridades
norteamericanas. Después de múltiples debates, gestiones y
desencuentros, los Delegados recibieron un golpe definitivo. La Enmienda
aprobada y firmada por el presidente de Estados Unidos se entregó a los
Delegados cubanos para su incorporación a la Constitución, con una nota
firmada por el secretario de la Guerra, donde se decía que el Presidente
"está obligado a ejecutarlo [el ultimatum], y ejecutarlo tal como es […]
no puede cambiarlo ni modificarlo, añadirle o quitarle", como condición
para cesar la ocupación militar.
El camino a la libertad y al Estado de derecho
¿Qué factores condicionaron a aquellos cubanos para aprobar un documento
tan lacerante a la independencia y soberanía nacionales? Sencillamente
que no contaban con más nada que su compromiso, su dignidad,
inteligencia y capacidad para luchar en el plano político. El Ejército
Libertador estaba desmovilizado, el Partido Revolucionario Cubano
disuelto, la Nación sin cristalizar, carente de República, de Estado y
de Gobierno propios, y el pueblo agotado por la prolongada lucha.
Los sucesos ocurridos en marzo de 1901 vienen a demostrarlo. Al
conocerse los objetivos de la Enmienda Platt, una manifestación de unas
15 mil personas recorrió varias calles de la capital, se dirigió al
teatro Martí, donde sesionaba la Asamblea Constituyente, y terminó en la
residencia del gobernador militar en la Plaza de Armas, con una
invocación dirigida al pueblo norteamericano demandando independencia y
soberanía. Sin embargo, unos días después, cuando una delegación de
cubanos se embarcó hacia Estados Unidos a discutir nuestras
inconformidades, a la despedida solo asistieron unas doscientas personas
y al recibimiento, apenas participaron algunas decenas: una clara
manifestación de agotamiento e impotencia del pueblo en general.
En esas condiciones, la intransigencia, aunque pudiera parecer muy
patriótica, carecía de todo fundamento y de ninguna utilidad. Optar por
la beligerancia hubiera sido un acto suicida ante la superioridad del
ocupante.
El todo o nada —expresado en Libertad o Muerte, Independencia o Muerte,
Patria o Muerte, o Socialismo o Muerte— ha demostrado su irrealidad. La
vida continuó después de 1878, cuando no pudimos obtener la Libertad. La
vida continuó después de 1898 cuando no alcanzamos la Patria.
Actualmente, mientras el socialismo totalitario fenece, la vida
continúa, lo que demuestra que las intransigencias, a pesar de tan
solemnes declaraciones, han aportado muy poco.
Sin embargo, y a pesar de que aquella República con independencia
incompleta y soberanía limitada no era precisamente la soñada por José
Martí, Cuba se incorporó a la comunidad internacional de naciones con
personalidad jurídica propia, se le cerró el paso a la anexión, se
retiró el Ejército de ocupación y nuestro destino ya no sería el de
Puerto Rico, Guam o Filipinas. El tiempo demostró el acierto. En 1904 se
firmó el Tratado Hay-Quesada y en 1925 se recobró la soberanía sobre
Isla de Pinos, en menos de 20 años Cuba logró emerger de la postración
económica y el desbarajuste social derivados de la guerra, se fortaleció
la sociedad civil, en 1934 nos desembarazamos de la Enmienda Platt, y en
1939 se convocó la Constituyente de la cual emergió la flamante
Constitución de 1940 que le sirvió al Dr. Fidel Castro para fundamentar
su defensa en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953.
Más provechoso que enjuiciar a los Delegados cubanos sería recordar que
en aquella Constitución se refrendaron los derechos fundamentales en la
Sección Primera del Título IV: la esencia y el espíritu del hábeas
corpus, la libertad de expresión, los derechos de reunión y de
asociación para todos los fines lícitos y la libertad de movimiento.
Fueron derechos-libertades, inherentes a la persona humana, que
constituyen los cimientos del respeto y observancia de las garantías
jurídicas, de la participación y de la realización de la soberanía
popular. Fueron derechos hoy en su mayoría ausentes.
http://www.diariodecuba.com/cuba/1369032736_3324.html
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