Tuesday, May 21, 2013

El buen camino de los cineastas cubanos

ICAIC, Cine cubano

El buen camino de los cineastas cubanos
En general el Estado cubano pierde capacidad de control, y muy en
particular lo hace en el escabroso asunto cultural
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 21/05/2013 11:25 am


Las noticias que llegan desde La Habana en torno al Instituto Cubano de
la Industria Cinematográfica (ICAIC) son una muestra del cambio que
experimenta el sistema político cubano, del debilitamiento del Estado
como controlador total y de la aparición de espacios autónomos que
tienen mucho que decir a la sociedad en su conjunto.

EL ICAIC no ha sido un simple adefesio totalitario. Su creación en los
60 fue una buena idea para crear una industria cinematográfica que nunca
pudo madurar en la república prerrevolucionaria. Tiene a su haber
virtudes y pecados. Desde él se intentó controlar la producción
intelectual en este ámbito. Y se logró en ocasiones, aunque con
deficiencias, como siempre ocurre con el control sobre el pensamiento. Y
en un sistema que después del Caso Padilla prefirió evitar encontronazos
con sus artistas. No por respeto, sino por simple cálculo de costos y
beneficios.

Y aunque sus mejores producciones han ocurrido en los 60 y después de
los 90 —cuando los controles aún no existían o comenzaban a relajarse—
el cine cubano puede mostrar decorosos resultados a lo largo de toda su
historia. Y en esa historia real y concreta —no en otra imaginada, el
ICAIC tuvo un rol.

Lo que sucede ahora es otra cosa, que como diría Cicerón, es propia de
las costumbres en los nuevos tiempos. En general el Estado cubano pierde
capacidad de control, y muy en particular lo hace en el escabroso asunto
cultural. Por tanto si el ICAIC había sido un hermano mayor molesto pero
económicamente afluente, hoy solo es lo primero. Y en consecuencia los
creadores han comenzado a desprenderse del tutelaje institucional y a
producir con recursos diversos, que van desde las nuevas tecnologías que
abaratan y democratizan la producción cultural y cinematográfica hasta
los capitales extranjeros. Y por eso no es nada extraño que los
creadores pidan más autonomía decisional y operativa.

Pero todo ello ocurre en medio de un vacío normativo muy peligroso, pues
el Gobierno cubano no ha producido una ley de cine, como ya ha ocurrido
en unos cuantos países latinoamericanos. Lo cual, ciertamente como en el
caso de los matrimonios de homosexuales, coloca al "gobierno
revolucionario" en la retaguardia del continente.

El Gobierno decidió formar una comisión para rendir un informe
—programado para septiembre— acerca de cómo reformar al ICAIC. Pero como
es todo lo que sale de un gobierno —y no solo del cubano— se trató de
una comisión altamente burocrática y poco transparente donde predominaba
la autoridad sobre las luces. Y en respuesta, el 4 de mayo los cineastas
cubanos se reunieron en una sala denominada Fresa y Chocolate para
reclamar participación en el proceso.

Según Gustavo Arcos en un agudo artículo fue una reacción a:

"Decisiones desafortunadas tomadas por funcionarios sin contar con los
artistas, reiteradas censuras de filmes, caóticos diseños de
programación y estrenos, insuficiente presencia en mercados
internacionales, cierre casi total de los circuitos de exhibición en el
país, ausencias de fondos para el fomento de la industria
cinematográfica, notable debilitamiento tecnológico, pérdida de espacios
legítimos donde promover o comercializar las obras en el territorio
nacional, excesivas demoras en la implementación de leyes que amparen al
creador audiovisual autónomo".

Este conflicto, que sinceramente deseo se resuelva en función de un
mejor cine cubano, es solo la punta del iceberg del problema que
enfrenta toda la producción cultural, e incluso toda la sociedad: un
Estado incapaz de declinar su vocación totalitaria ante una sociedad
autónoma que emerge. Y que por tanto trata de ejercer el control total
cada vez en condiciones más deficitarias.

En el campo específicamente cultural, Ambrosio Fornet, en su discurso de
apertura de la feria del libro, lo describió como "una época de
cambios". Fornet lo dijo con las medias tintas que siempre le han
caracterizado y por ello equivocó el orden: se trata de un cambio de
época en el que Cuba participa de manera vergonzante y perdiendo muchas
oportunidades.

Para los adoradores del maximalismo político de ambas orillas lo que
está sucediendo en La Habana en relación con el ICAIC es intrascendente.
Unos van a decir que va dirigido a "perfeccionar" la "revolución" y que
por eso es más de lo mismo; otros que deja intacta a la "dictadura" y
que por eso es también más de lo mismo.

Dos errores garrafales. Obviamente lo que discuten los cineastas cubanos
no es un cambio hacia un sistema político democrático, pero tampoco
perfeccionar una revolución que murió hace mucho tiempo y que nadie sabe
que cosa es. Solo demandan un espacio propio. Pero sin estos espacios
propios, sin una sociedad civil y una esfera cultural autónomas, no es
posible una sociedad democrática perdurable. Por todo ello creo que los
creadores cinematográficos cubanos están empujando el carro de la vida
en la buena dirección.

Y les deseo éxitos por el bien de la sociedad cubana.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-buen-camino-de-los-cineastas-cubanos-284303

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