Sunday, December 2, 2012

Oficialismo contra reguetón, la batalla perdida

Oficialismo contra reguetón, la batalla perdida
Publicado el Viernes, 30 Noviembre 2012 07:07
Por Daniel Benitez

Los encontronazos entre el oficialismo y los artistas representantes del
reguetón han escalado nuevamente a la palestra en Cuba tras la agresiva
actuación de un grupo de fanáticos, quienes en un hecho insólito
exigieron, violencia de por medio, escuchar a sus cantantes preferidos
al concluir un concierto por el aniversario 40 de la Nueva Trova en
Ciego de Avila.

Este comportamiento deja al descubierto una zona hasta ahora silenciada
en los medios de comunicación de la isla: el problema de una educación
social e individual cada vez más deteriorada, con sensible pérdida de
valores e irrespeto a la diversidad cultural.

Sin mencionar el escándalo ocurrido en el Anfiteatro de Ciego de Avila a
comienzos de este mes, el presidente del Instituto Cubano de la Música,
Orlando Vistel Columbié, habla hoy en el diario Granma de "ciertos
fenómenos que laceran la sensibilidad popular, atentan contra la ética
ciudadana y desvirtúan la verdadera imagen de la creación artística".

Vistel recordó que el gobierno está preparando una "norma jurídica" para
regir los usos públicos de la música, y criticó las "actitudes
marginales visibles en ciertas zonas de nuestra realidad" y los
"intermediarios, falsos promotores y funcionarios administrativos" que
no solo conviven, sino lucran con las manifestaciones musicales que él
llama "banales" y "chapuceras".

Alaridos oficiales

Se trata de un nuevo alarido del oficialismo ante una realidad que se
les va de las manos. Es de esperar que la ofensiva se recrudezca en lo
adelante como parte de la pavimentación del proceso para implantar las
nuevas normas legales que planean determinar qué música puede ponerse en
las cafeterías, restaurantes y otros espacios públicos.

La batalla contra el reguetón desde los medios oficiales comenzó hace
poco más de un año, con críticas dirigidas tanto al contenido de sus
canciones como a la difusión de videos, considerados sexualmente
"atrevidos". El problema no es nada simple, porque se trata de un género
alternativo que hoy es el preferido entre los jóvenes y no tan jóvenes,
y cuyas canciones encabecen los hit parade del gusto popular.

No debería llamar la atención que entre quienes prefieren el contoneo de
las caderas y las repetición de estrofas reguetoneras esté la generación
de cubanos nacidos después de 1980, a quienes les tocó crecer y
desarrollarse en medio de la más profunda crisis económica, social y
ética de las últimas cinco décadas, momento en el cual se agudizaron
fenómenos como la prostitución a gran escala, el aumento de la
corrupción y el deterioro del sistema educacional.

La estética del diente de oro, del bling bling y la gorra de pelotero y
gafas oscuras a toda hora se impuso como modo de vida, mientras se
olvidaban hábitos de educación formal básica, se dejaban de editar los
clásicos, el Ballet Nacional suspendía sus giras por el interior del
país y se agudizaba el desconocimiento de figuras fundacionales de la
literatura y el arte cubanos.

Porque el problema no está en que las letras del Chupi Chupi se impongan
en el gusto de la mayoría -la propia vida ha demostrado que nadie
tararea hoy "mami dame más gasolina", o "chupa pirulí"- sino en cómo
otras manifestaciones están en pleno detrimiento y no cuentan con los
recursos necesarios para su promoción.

Los sabios de la UNEAC

Mientras el muy sabio y envejecido Consejo Nacional de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) dedica jornadas a debatir sobre el
tema no he visto aún ningún pronunciamiento para apoyar otros géneros
con plataformas efectivas y con las iniciativas capaces de hacerlos
calar entre los más jóvenes. Mientras se debate en el burocrático
Instituto Cubano de la Música sobre cómo poner freno al reguetón,
todavía no he escuchado ni leído un planteamiento de cómo van a hacer
para destinar de los millones de pesos que cada año ingresan por
conceptos impositivos a orquestas, grupos y solistas, los billetes
necesarios para que géneros no tan populares encuentren también su espacio.

Nunca voy a olvidar que en Holguín, mi provincia natal, se encuentra la
Orquesta Hermanos Avilés, la más antigua agrupación de música popular
bailable en activo de América Latina. Sin embargo, esta credencial no le
sirve para ganar dinero y aceptación popular, por lo que -bajo
regulación oficial- todos los municipios holguineros la tienen que
contratar en sus fiestas populares, único modo de lograr que aumenten
sus ingresos.

El reguetón y géneros afines tienen ganada la batalla: tienen seguidores
que se cuentan por miles, y sus videos y creaciones son filmados y
repartidos de manera independiente, la mejor manera de hacer fluir las
cosas en un país donde el centralismo, las orientaciones bajadas y la
inercia ahogan cualquier empeño.

Ciertamente los creadores de este género han encontrado la brecha para,
primeramente grabar, editar en estudios hechos de cartones de huevos y
habitaciones particulares, y luego encontrar la difusión apoyándose en
mecanismos alternativos, entiéndase "quemando un CD" y propagándolo a
través de los almendrones, coches y bicitaxis que circulan en el país,
sin contar el dinero que le pagan a los DJs para que coloquen estas
canciones como ambientaciones en fiestas y espacios públicos.

Lógica de tatarabuelos

En lugar de asumir al reguetón dentro de las potenciales riquezas
musicales, el oficialismo y los críticos culturales le han enfilado sus
armas, lo cual lejos de provocar el rechazo popular ha aumentado el
nivel de consumo y expectativas de la gente. Tanto es así que hoy muchas
bandas se sienten obligadas a incluir temas con acentuadas pautas
reguetoneras en su repertorio para lograr difusión masiva o hacer
featuring con artistas de reconocida pegada popular.

Lejos de acabarse la polémica, la misma se incrementa en tanto el
encartonamiento oficial no asuma el hecho de que el reguetón le tiene
ganada la pelea, popular y demográficamente hablando. El temor proviene
también de la lógica gerontocrática que apuntala la cultura oficial, que
no admite el empuje de un grupo de creadores que se han impuesto jugando
las reglas del mercado, desafiando las ataduras establecidas por los
tatarabuelos que siguen gobernando el país.

No lo entienden ni lo quieren entender. Para esa élite de poder y sus
acólitos es sencillamente imperdonable el desafío de una manifestación
que emerge de los fermentos populares y las expectativas sociales de una
generación ajena al discurso de los conductores del país por cinco décadas.

La vulgaridad, la desfachatez y la estridencia no cayó del cielo, ni
puede hallarse solo en las letras de los reguetoneros. Es también el
resultado social de la indigencia política y la herencia totalitaria que
padece el país.

Por eso es mejor criticar al reguetón, sus exponentes y sus seguidores
en lugar de penetrar en las causas que propician que hijos de jefes,
sobrinos de jefes y familia de jefes que antes cantaban al son de Los
Van Van hoy se contonean y enseñan la pelvis -y sabe Dios qué cosa- al
ritmo del Micha y Gente de Zona.

http://cafefuerte.com/culturales/noticias-culturales/musica/2385-oficialismo-contra-el-regueton-la-batalla-perdida

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