Sunday, August 19, 2012

Los riesgos del optimismo

Los riesgos del optimismo
agosto 17, 2012
Verónica Vega

HAVANA TIMES — Un amigo y colega de HT me comentaba que la mayoría de
los que escribimos para esta revista somos unos "quejosos" (él se
incluía) y que esta actitud no es del todo sincera pues si la vida en
Cuba no nos diese excusas para la alegría también ¿quién la soportaría?

Reconociendo que tiene razón, tuve que hacer una larga pausa en mis
artículos pues no encuentro un tema que no involucre una queja y empiezo
ya a sentirme deshonesta.

Pensé escribir sobre una visita al municipio Cotorro, adonde recién se
mudó mi familia. Durante el viaje en camión el chofer recreó a los
pasajeros con tres canciones de reggaetón a todo volumen que se sucedían
una tras otra en infernal (y eterno) círculo.

Tal vez yo era la única que no conseguía disfrutar de la oferta. Así que
intenté encontrar alivio en el paisaje y sólo hallé un heterogéneo
panorama de casas cuya triste mayoría me recordó una caricatura que vi
hace unas semanas. Aquí se las pongo.

Traté de hacer fotos pero era imposible entre el hacinamiento, el vaivén
del vehículo y los saltos que provocaban los baches.

El resto del trayecto me entretuve pensando en cómo la gente construye
sin apenas recursos, cómo muchos ven corroerse su hogar sin poder poner
freno a la destrucción y en el conjunto que hace esta arquitectura
irregular, donde todo parece hecho a trozos, sin previo diseño.

Tan diferente a otras zonas de la Habana como Miramar, Vedado, la
rescatada Habana Vieja… (todo lo que aparece en catálogos turísticos o
en spots televisivos como muestra de urbanismo capitalino).

Pero veo que sigo con mi vicio de quejarme. Avanzaré hasta llegar a la
casa de mi familia donde encontré a mi madre muy débil. Una prueba que
le hizo mi hermana gracias a un aparato traído de Miami arrojó que tenía
la azúcar baja.

El policlínico más cercano está a una parada de distancia y como no
puede caminar producto de una neuropatía que ha devastado sus piernas (y
su voluntad), fui al policlínico a preguntar si algún médico podía
llegarse hasta la casa.

La doctora que estaba de guardia me dijo que tenía dos opciones:
llevarla hasta allí en un carro o localizar al médico de la familia.

Por una vecina supe que la posta médica sólo atiende en las mañanas pues
la doctora no vive en la zona. Ya era pasado mediodía así que estábamos
en el punto de partida.

El sillón de ruedas conseguido casi por arte de magia recientemente,
soltó una rueda en la primera salida. Me preguntaba si con el poco
dinero que tenía podría tentar a algún taxista a desviarse de la avenida
central y llegar hasta la casa, recoger a mi madre, llevarla al
policlínico y traerla de vuelta.

Mientras me debatía en tal enigma, empezó la parte positiva de esta
historia. Después de comer un dulce comprado a una vendedora particular,
mi madre fue reanimándose. Su rostro recuperó el color y al rato ella
misma nos dijo que podía prescindir de ir al médico.

Me fui no muy convencida y pasé una semana terrible imaginándola al
borde de un coma diabético. Decidida a traerla a mi casa, me preguntaba
cómo, en caso de emergencia, resolver el problema de hacerla bajar y
subir los cinco pisos que tengo que recorrer a diario.

Los que diseñaron Alamar sí que fueron optimistas: previeron habitantes
(¡incluso de la tercera edad!) saludables cien por ciento… Sólo los
edificios de doce pisos o más, tienen ascensor.

Pero en mi última visita al Cotorro mi madre, con muy buen semblante, me
aseguró que está bien allí y que puedo dejar de preocuparme.

Así que, para ser optimista (y sincera), puedo cerrar este post
concluyendo, como Shakespeare: ¡Qué admirable creación es el hombre!
¡Qué infinitas sus facultades! En acción, ¡qué semejante a un ángel, en
su espíritu, qué semejante a un dios…!

http://www.havanatimes.org/sp/?p=69661

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