Emigración, Ciudadanía, Reforma Migratoria
La doble ciudadanía y la reforma migratoria cubana
El interés de los dirigentes cubanos en la emigración no parte de
ninguna sensibilidad especial por la suerte de sus compatriotas
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 16/07/2012 11:36 am
La clase política cubana siempre ha tomado en serio a la emigración, y
le ha dado tantos usos como le ha convenido.
En unos casos la ha usado para asustar a la población con el cuco
"plattista" y exacerbar los ánimos nacionalistas, para lo cual ha
contado siempre con el apoyo de una fracción minoritaria de extremistas
emigrados. En otros casos la ha usado para pagar sus cuentas atrasadas,
pidiendo remesas y obligando a tarifas consulares astronómicas. E
incluso ha usado un segmento de partisanos —tan extremistas como los
primeros— a los que llama "patriotas", para lavarse la cara ante el
mundo y esconder su posición siempre denunciante y hostil contra los
cubanos emigrados.
Pero no creo que el General/Presidente ni sus colaboradores hayan
entendido un hecho sociológico elemental: Cuba es una sociedad
transnacional, pues un 15-20 % de su población —la más dinámica— vive
afuera. Y por consiguiente no es posible gobernar la Isla sin considerar
los derechos de los emigrados.
Ahora, como parte de su programa de "actualización" el
General/Presidente ha declarado —y sus corifeos han repetido hasta la
afonía— que se propone reformar el sistema migratorio. Pero como es
usual en un sistema autoritario, nadie sabe en qué dirección lo van a
hacer y no se han producido consultas públicas. De manera que todos
estamos a expensas de la magra buena voluntad de la élite política cubana.
Obviamente la anunciada reforma migratoria no es un tema que navegue
sobre el vacío político, ni que repose sobre consideraciones altruistas.
Realmente el interés de los dirigentes cubanos en la emigración no parte
de ninguna sensibilidad especial por la suerte de sus compatriotas. Les
sigue importando poco cuanto sufre una familia dividida o cuan
doblemente luctuoso es la muerte lejana de una madre a la que no se
puede visitar, siempre que ese dolor redoblado sirva para apuntalar la
gobernabilidad. Y aunque una lavada de cara siempre es conveniente,
tampoco creo que esta movida busque principalmente un mejoramiento de
imagen pública.
De lo que ahora se trata es de mover las fichas para intensificar el uso
del dinero de los emigrados para el despegue económico y para lubricar
la propia conversión burguesa de la élite y sus herederos. Pero no hay
consenso en la élite acerca de cuántas fichas hay que mover para
conseguir que la emigración contribuya más activamente a la recuperación
económica insular. Contribución que sería muy provechosa en cualquier
circunstancia —lo ha sido a nivel mundial— pero en particular en una
economía en crisis crónica, acicateada por los subsidios venezolanos que
se acaban y el petróleo que no aparece.
Para los cubanos que viven en la Isla el escenario parece estar más
claro, pues realmente la telaraña represiva es tan enmarañada que es
posible hacer numerosas concesiones parciales sin avanzar, en lo
fundamental, en la consecución del derecho ciudadano al libre tránsito.
Digamos que se pueden rebajar tarifas, eliminar algunos pasos engorrosos
y quitar prohibiciones —todo lo cual es positivo— sin que los cubanos de
la Isla se conviertan en verdaderos titulares de derechos. Lo que de
paso le va a ganar al Gobierno algunos aplausos enardecidos de los
cacofónicos juglares de la "transición ordenada".
Pero todo parece ser más confuso para los emigrados. Aquí también se
pueden dar pasos parciales —siempre positivos pero siempre
insuficientes— como levantar vedas, bajar tarifas y alargar los tiempos
de estancias de los emigrados visitantes. Pero al final el asunto
crucial de los emigrados sigue en pie y es muy visible: sus virtuales
conversiones en apátridas a partir de la expropiación de derechos
ciudadanos, incluyendo el derecho a residir en los lugares donde nacieron.
Un ejemplo de cuan confuso es el escenario y cuan graves pudieran ser
sus resultados, es el tema de la doble nacionalidad/ciudadanía. El
reconocimiento, o al menos la tolerancia a la multinacionalidad es el
signo de la época actual a nivel mundial. De hecho un alto porcentaje de
los cubanos emigrados poseen otra además de la cubana.
La constitución vigente en Cuba no reconoce la doble nacionalidad, pero
el Gobierno nunca se ha empeñado en operar en esa dirección, sea porque
es difícil hacerlo, o porque le conviene económicamente tener a cientos
de miles de cubanos pagando altas tarifas consulares cada dos años. Al
contrario, ocurre que el Gobierno obliga a los emigrados a portar un
pasaporte cubano aun cuando tengan otra nacionalidad y no deseen
mantener la cubana.
Y sin lugar a dudas debe ser un derecho de los cubanos que quieren dejar
de serlo, poder hacerlo e ingresar al país con los pasaportes de sus
nuevas nacionalidades. Pero también debe ser un derecho, de quienes no
quieren renunciar a su nacionalidad, poder mantenerla, y ganar derechos
como ciudadanos de ultramar. Y frente a ellos, si el Gobierno mantuviera
su renuencia a la doble nacionalidad, y si decidiera efectivamente
operar contra esta situación de cientos de miles de emigrados,
estaríamos en presencia de una desconsiderada expropiación de derechos
nacionales.
Y aunque el Gobierno cubano ya nos tiene acostumbrados a casi todo en
temas de desconsideraciones y de expropiaciones, creo que un fenómeno
como este sería muy costoso no solo para los emigrantes, sino para toda
la nación. Al final, como antes decía, somos una sociedad transnacional,
con insulares y emigrados. A pesar de los insularismos.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-doble-ciudadania-y-la-reforma-migratoria-cubana-278521
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