Las etapas de un cuentapropista
Lunes, Junio 25, 2012 | Por Augusto Cesar San Martin
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Cuando Manuel se entero de que
el gobierno autorizaría a los cubanos a incursionar en el sector privado
pensó convertirse en empresario. Hasta entonces vendía tamales de forma
clandestina en las playas del este habanero, lugar donde reside.
Manolo el pescador, como lo conocen por su antiguo oficio en el poblado
costero de Guanabo, se dispuso a emprender el negocio. Instaló un
mostrador en la sala de su casa y comenzó a vender pan con minutas de
pescado, tamales y jugos de frutas.
Los primeros meses se sintió bendecido por el éxito. Pero con el tiempo
descubrió que los vecinos no sumaban la suficiente clientela para
mantener el negocio. Manolo había concebido la cafetería para los
bañistas que arriban a la playa desde todos municipios de la capital y
Mayabeque.
No tuvo en cuenta que en los trescientos metros que separan su casa del
mar, mucho mejor posicionados, el gobierno tiene kioscos y cafeterías.
Cuando se percató de la competencia, trazo un nuevo plan. Entregó la
licencia para operar la cafetería y solicitó permiso como vendedor
ambulante de alimentos.
Pintó su bicicleta y compro un termo para mantener calientes los
tamales. Desde el comienzo de lo que él llama, su segunda etapa como
cuentapropista, logró vender sesenta tamales diarios. El precio
competitivo de 0.35 centavos dólar y la exquisita elaboración,
garantizaron el éxito en esta segunda etapa.
A Manuel no le molesta arrastrar su bicicleta por la arena bajo el
asfixiante sol, desde las diez de la mañana hasta el final de la tarde.
Mientras la prosperidad premie el esfuerzo, él y su esposa están
dispuestos a hacer tamales hasta la madrugada.
Durante meses mantuvo los pagos tributarios en tiempo, elevó las
inversiones y contó las ganancias. Cuando estaba listo para emplear un
ayudante, la realidad lo convirtió en proscrito.
"Las primeras multas pude quitármelas regalando, unas veces tamales,
otras cinco dólares", me confiesa. Pero el asedio continuo de los
inspectores lo obligó a emprender la retirada de la arena. Según la
definición de los funcionarios gubernamentales, el vendedor ambulante no
puede operar en la playa.
"Yo vivo en la playa, la licencia me autoriza a vender en cualquier
lugar del municipio donde resido", explica irritado. "Mi intención es
llevarle el tamal calientico hasta donde está el cliente, disfrutando en
la arena".
La primera multa fue de diez dólares, la tercera de treinta. A medida
que la voluntad de Manuel pugna por incorporarse al mundo empresarial,
el gobierno se lo hace cada vez más difícil, el monto de las penalidades
se eleva.
La persistencia del pescador lo ha vuelto popular entre los inspectores,
que ya no necesitan ni siquiera atraparlo in fraganti, les basta con
verlo venir de la playa para amonestarlo. Me cuenta que en el último
encuentro con los inspectores andaba por una de las calles del reparto
Brisas del Mar, colindante con Guanabo.
"Me dijeron que sabían que estaba vendiendo en la playa porque la
bicicleta estaba embarrada de arena", cuenta entre risas.
Asegura Manolo el pescador que nunca había tenido la intención de irse
de Cuba. Pensaba que no podría vivir lejos de la playa donde nació, a la
que considera como su propia piel. Pero, como van las cosas, "la tercera
etapa de cuentapropista la planifico en el Yuma", me grita mientras se
aleja en su bicicleta con el termo lleno de tamales.
acesar2004@gmail.com
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