Visita de Benedicto XVI, Iglesia Católica
Sobre los intereses: la Iglesia, el Estado y los disidentes
Sería terriblemente irónico, por supuesto, que el Gobierno cubano
reconociera a la Iglesia Católica como otro poder con objetivos
similares al suyo y que reinara con ella
Jorge Camacho, Columbia | 02/04/2012 11:37 am
Después de la visita del Papa Benedicto XVI a La Habana queda claro que
existen tres actores en la política cubana actual aunque realmente
podrían ser dos. Por un lado, el Estado, todo poderoso. Por otro, la
Iglesia, criticada, vilipendiada y combatida por el Gobierno desde el
triunfo de la revolución, y ahora regenerada. Y por último, los
disidentes que han buscado en la Iglesia un aliado y la protección ante
la furia del Estado. Tal y como van las cosas, el Estado y la Iglesia
han sido los que han salido ganando en esta partida por la sencilla
razón de que el primero ha salido con una mejor imagen, y respecto al
segundo sus fieles tienen ciertos privilegios que no tienen otros.
Ninguno comparable, por supuestos, con los que tiene cualquier ciudadano
promedio de Europa o Norteamérica, pero en un país como Cuba, que pasa
por una crisis Trinitaria (espiritual, ideológica y económica), la
Iglesia ahora tiene una oportunidad inigualable de afianzar su poder en
vista de un nuevo reacomodo de la política. Llama la atención que este
reajuste ocurra cuando esa misma institución se enfrenta a repetidas
acusaciones de abuso sexual en ambos continentes y la feligresía
disminuye frente al avance de las religiones musulmana y protestante en
el resto del mundo.
Es cierto y vale recordar, como dice Rafael Rojas en un artículo
reciente en El País, que en Cuba la religión católica nunca ha tenido la
popularidad de que ha gozado en otros países de Hispanoamérica o del
antiguo bloque soviético. Cuba, por supuesto, no es Argentina, ni México
ni la antigua "hermana socialista de Polonia," donde a pesar del régimen
comunista que se implantó, la fe católica sobrevivió y fue el detonante
para el cambio político.
¿Por qué entonces si la Iglesia Católica nunca ha tenido ese arraigo en
la sociedad cubana, el Estado la ha escogido como interlocutor? Hasta
ahora se han dado dos respuestas. Primero, se dice, por la presión de
los católicos en la Isla y en el extranjero. Segundo, porque el Estado
está tratando de cambiar su imagen, ganar tiempo y ninguna otra religión
puede hacer este lavado de cara como la católica.
Sin dar por descontado ninguna de estas explicaciones, me gustaría
agregar otra. Es justamente por el poco arraigo que tiene el catolicismo
en Cuba, y el largo expediente de 'horrores' que el Gobierno cubano le
ha atribuido, que ahora la escoge como interlocutora. La razón es fácil:
en el momento que se canse puede recurrir a este expediente de infamias
y desacreditarla.
Cuando hablo de horrores e infamias me refiero a la complicidad de la
Iglesia Católica con los gobiernos coloniales, con la Conquista y el
exterminio de millones de indígenas en Hispanoamérica. Hablo de su
connivencia con las dictaduras de Pinochet en Chile y Franco en España,
entre otras, argumentos que han sido esgrimidos todos estos años contra
la Iglesia y los católicos en Cuba para desacreditarla. Tal es así, que
no bien hizo poner un pie el Papa Juan Pablo II en Cuba, y Fidel Castro
le recordó algunos de estas cosas, que según decía aprendió en la
escuela. Entonces ¿qué mejor interlocutor que aquel que no tiene una
fuerza real en la ciudadanía, y cuya imagen ha sido tan despellejada por
la prensa y la televisión?
Sería terriblemente irónico, por supuesto, que el Gobierno cubano
reconociera a la Iglesia Católica como otro poder con objetivos
similares al suyo y que reinara con ella. En verdad, el Estado cubano no
tiene muchas opciones en estos momentos. No puede establecer ninguna
"alianza" con otra institución nacional o extranjera en Cuba, menos aún
con una organización como los Derechos Humanos que ha sido abiertamente
crítica del Gobierno. A través de este pacto con la Iglesia, el Estado
expande su poder a Miami, donde el catolicismo es parte integral de una
vasta comunidad de exiliados, pero por este mismo motivo la Iglesia se
arriesga a enajenar esos católicos exiliados y disidentes que han
sufrido y la han apoyado durante todos estos años. Se arriesga a perder
los feligreses que tiene allí, que ya de por sí viven bajo el asedio
constante de los protestantes. ¿Le vale a la Iglesia tomar tanto riesgo
cuando al régimen le quedan tan pocos coletazos?
Para la disidencia, sin embargo, una alianza entre el Estado y la
Iglesia pudiera ser fatal y esto parecería aún más irónico cuando
sabemos que fue esa disidencia la que le dio la importancia política de
la que ahora goza. En Cuba no existe otra institución con la legitimidad
y el empuje internacional que tienen los católicos y de hecho, las
declaraciones de apoliticismo que han hecho sus prelados últimamente
pudieran considerarse como el paso previo para una ruptura de este tipo.
¿Cómo si no entender que el portavoz del Cardenal Jaime Ortega haya
condenado con palabras tan rudas la ocupación de templos por los
opositores, que haya publicado estas palabras en el periódico Granma, y
que el discurso del obispo de Santiago no haya tenido ni el poder ni la
crítica que tuvo el del Monseñor Pedro Meurice en 1998 cuando decía al
Papa: "Le presento además, a un número creciente de cubanos que han
confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico
que hemos vivido en las últimas década y la cultura con una ideología".
¿Qué será lo próximo? ¿Qué se les niegue a las Damas de Blanco que vayan
en peregrinación hasta la iglesia? ¿Qué se amordace a los pocos prelados
que critican al régimen? ¿A cambio de qué está vendiendo su alma al
Estado? ¿Por un feriado de Viernes Santo?
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