[15-03-2012]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Dicen que el poder genera cierta
atracción, y la verdad es que ciertos hechos los confirman. Se puede
entender que determinado tipo de personas tengan cierta afinidad con
aquellos que detentan el poder a diario. Quedan encandilados por lo que
el poderoso de turno puede hacer y por cómo maneja su discrecionalidad y
decide por otros, sobre sus riquezas o futuro.
Es comprensible que aquellos que jamás estuvieron cerca del poder, de
pronto, se vean impresionados por la ampulosidad, el despliegue pomposo
y cierto glamour que el gobernante tiene al rodearse de personajes
públicos, famosos que provienen de diversas disciplinas, o simplemente
funcionarios de otras latitudes que intercambian acciones protocolares
con el protagonista ocasional. Es demasiado frecuente que el roce social
que el gobernante ostenta, resulte seductor para ciertos círculos que
rara vez accede al mismo.
Lo que llama especialmente la atención es como gente preparada, con
abundante formación académica, que puede exhibir títulos y
especializaciones puede admirar a tanto político mediocre.
Se ve también idéntico fenómeno en personas que pueden enorgullecerse de
éxitos importantes en su disciplina elegida, el arte, el deporte, el
mundo de las empresas, inclusive habiendo accedido a significativas
fortunas económicas y teniendo poco que envidiar al poderoso de su tiempo.
Se puede comprender que esto suceda cuando del otro lado estamos frente
a una mente brillante, a un estadista, a un habilidoso de la política,
un orador destacado, un profundo lector, o un intelectual de la
partidocracia.
Lo difícil de entender es como personas exitosas en lo suyo pueden
someterse, ofreciendo adulación, pleitesía y claudicación permanente a
sus ideas frente a tanto personaje gris, a los que han hecho de la
picardía una profesión reemplazando su ausencia de inteligencia, solo
con ciertas inescrupulosas acciones que le permitieron manotear la caja
de otro, apropiarse de los recursos de la sociedad, y alcanzar al poder,
gracias a sus escasos principios morales.
Inclusive se puede comprender cierta admiración por la inteligencia, la
cultura, y hasta la habilidad para comprender a una sociedad, pero es
difícil de entender como gente con valores, puede prestarse a este
patético juego.
No llama la atención que los prebendarios de siempre lo hagan, esos que
les fascina que los llamen empresarios, cuando en realidad saben que
solo son buenos para intercambiar favores por dinero y buscar
privilegios secuencialmente. Ellos no apelarán a sus talentos para
competir con otros.
Tampoco resulta extraño que ciertos personajes, que dicen disponer de
una amplia formación cultural, aprecio por las artes y refinado gusto,
terminen adulando al poderoso, solo porque de tanto en tanto este último
los invita a banquetes oficiales, a transitar las alfombras rojas del
protocolo oficial, o inclusive lo contrata abonándole fortunas por su
sola presencia farandulera
Algunas de esas celebridades, solo se arrastran, se trata de gente que
repta por los pasillos estatales sin dignidad, que suelen ver al poder
como un vehículo para reunir dinero y disponer de una acumulación
económica que detestan en público pero que disfrutan a sus anchas en
privado.
Ese sector de la sociedad, no tiene principios. Muchos de ellos están
siempre cerca del poder, y cuando el que está ahora caiga en desgracia,
verán como acomodarse con el siguiente.
Lo que es inadmisible, es que gente inteligente, con formación, que
puede mostrar éxitos genuinos en su campo de acción, haya caído en la
misma trampa, y termine mezclado con los de siempre, compartiendo
escenario y vereda con gente sin estatura moral.
Hay que intentar levantar la cabeza, no se puede ser sumiso ni servil.
El poder, a veces, merece cierto respeto, pero no siempre, y algunas
otras, solo desprecio, o al menos hacer el intento de no terminar
claudicando como otros, solo por el temor al amedrentamiento oficial.
Cuando queremos enseñar valores a nuestros hijos y pensamos que ellos
deben tener un mundo mejor, no alcanza solo con recitarlo, es preciso
demostrarlo con hechos, actitudes concretas y no con abstracciones.
Ciertos renunciamientos a veces tienen sabor amargo, pero es la única
forma efectiva conocida de no brindar ambiguos discursos, por aquello de
que algunos gestos valen más que mil palabras.
La próxima vez que estemos en contacto con los que mandan, animémonos a
preguntarnos a nosotros mismos, si estamos haciendo lo adecuado, si
estamos siendo consecuentes entre nuestro discurso y nuestra acción. Tal
vez algunos estén transitando el camino de la adulación a la persona
incorrecta. Los grandes, los estadistas, los que gobiernan para el
futuro no necesitan de alcahuetes, solo precisan algo de respeto, de ese
que se gana y no se pide, tal vez un critica genuina en el momento
exacto, y una dosis de confianza y paciencia para que logren concretar
sus ideas.
Los otros, los que necesitan del halago y de gente que les aplauda todos
los días, son solo mediocres, gente repleta de complejos de
inferioridad, que no merece demasiada consideración y que sus propias
inseguridades le hacen precisar de una obsecuencia lineal, que solo
ofrecen los que también son parecidos y terminan formando parte de los
deslumbrados con la mediocridad.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35439
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