el gobierno de los Castro?
Es hora de conciliar los puntos que unen a quienes disienten y obviar
las discrepancias entre las distintas facciones políticas
Iván García / Especial para martinoticias.com 21 de febrero de 2012
En política real no todo es lo que parece. Cuando se considera que no
hay salida, siempre asoma una solución. Los autócratas desean ante todo
y más que nada el poder, pero cuando esto no es posible negocian el futuro.
No tanto por amor a su país o su gente. Sencillamente para preservar sus
vidas o sus prebendas. Augusto Pinochet asesinó a miles de opositores en
Chile, pero al final tuvo que abrir las puertas al cambio.
El despreciable Gobierno racista de Pretoria durante 27 años mantuvo en
una minúscula celda en la isla de Robben, a Nelson Mandela, líder
indiscutible del ANC (African National Congress). Pero ante el clamor
mayoritario del pueblo sudafricano y de la opinión pública mundial, al
entonces presidente Frederik De Klerk no le quedó otra opción que
negociar una salida política con el mítico Mandela.
Los que se empecinan en el poder con el cuchillo entre los dientes saben
lo que se juegan. Las masas son impredecibles. Son capaces de aplaudir
un discurso de 6 horas bajo un sol de fuego, y también desatar su ira y
apalear hasta la muerte a los políticos que consideran sus opresores y
culpables de sus males.
Recuerden a Mussolini. O al rumano Ceaucescu. Si alguna lección clara
nos dejan las revueltas en el norte de África y el Medio Oriente, es que
los autócratas ya no están de moda. Adiós a Ben Alí, Mubarak, Gadafi y
Saleh. Otro tipo duro, como el sirio Bashar al-Assad tiene los días
contados.
Mientras con más violencia actúan, peor es la furia de sus gobernados.
Fidel Castro, no lo duden, ha tomado nota. Él ha leído la historia
moderna. Y a cada rato le gusta recordárnoslo en sus sombrías
reflexiones. En su gaveta debe tener un plan de contingencia. Los Castro
saben que la situación en Cuba es muy preocupante.
El sistema ha demostrado ser letalmente inútil para garantizar la
alimentación de todos los cubanos -y no sólo de los más favorecidos- y
producir bienes de consumo de de calidad. Los trabajadores se han
acostumbrado a 'resolver' robando en sus centros laborales. La
eficiencia y el rendimiento, al igual que los salarios, están por los
suelos.
El futuro de muchos cubanos es marcharse del país. La gente sin futuro
suele ser impredecible. Una bomba de tiempo. El panorama actual se ha
convertido en la lija de una caja de fósforos, que al menor roce puede
incendiarse.
Los hermanos Castro maniobran en un terreno pantanoso.
Por tanto, si la situación interna los apura puede que se sienten a
dialogar con la disidencia. No con una representación de toda la
disidencia, sino con una parte. La que consideren menos radical y más
manipulable a sus intereses. Según algunos veteranos opositores, todo
parece indicar que la inteligencia ya ha diseñado una 'disidencia
paralela', la cual en el momento adecuado sirva de comodín y actor
político en un futuro sin los Castro.
Puede que sea una valoración subjetiva. En los regímenes anormales como
el cubano, la sospecha y el absurdo se vuelven un hábito. Pero no es
descabellado pensar que, si la circunstancia los obliga, darle espacio a
una disidencia de diseño, pudiera entrar en los cálculos de los
mandarines de la isla.
Por supuesto, no van a regalar nada. Habrá que seguir denunciando la
represión, realizar marchas y protestas callejeras y, sobre todo, un
mayor contacto con la gente de a pie. Si la disidencia se dedica a
trabajar por su comunidad y hacer labor proselitista en su vecindario, y
no solo ofrecer un discurso para el exterior, tiene parte de la pelea
ganada.
Es importante elevar las denuncias del maltrato y las faltas de
libertades a la Unión Europea, Estados Unidos y otras naciones, y a las
instituciones que velan por los derechos humanos. Pero ya es hora de
redactar menos documentos, que como perros calientes promueve la
disidencia y que pocos o nadie lee dentro de la isla, debido al carácter
represivo del régimen y el mínimo acceso de la población a internet.
También es hora de conciliar los puntos que unen a quienes disienten y
obviar las discrepancias entre las distintas facciones políticas. Para
empujar a negociar a un Gobierno que los ha despreciado y maltratado
durante 53 años, hay que dar un vuelco de 180 grados a las viejas
tácticas y estrategias.
La suerte de Cuba nos preocupa a todo. Y el destino de la patria se
decide en los próximos diez años. O menos. Por tanto, la oposición puede
convertirse en un referente válido.
Si se lo propone, lo logra. Tiene muchas cosas a su favor. Una economía
que se hunde, gobernantes ineficaces y el descontento de una mayoría de
ciudadanos.
A corto plazo, si hace la faena, el régimen se sentará a negociar con la
disidencia. A los hermanos Castro les quedan pocas cartas por jugar,
aunque quieran aparentar lo contrario. Y el diálogo es la mejor opción
para ellos. Quizás la única.
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