February 20, 2012
Por: Jeovany Jimenez Vega.
"Primum non nocere". Por esos caprichos de la memoria amanecí
recordando, como dicha hoy, esta frase escuchada en septiembre de 1988
de mi primer profesor, en la primera conferencia de mi carrera de
Medicina, en aquel espacioso teatro del Instituto de Ciencias Básicas y
Preclínicas "Victoria de Girón". "Lo primero es no hacer daño", rezan
aquellas palabras en latín. Sentado junto a desconocidos que terminarían
siendo entrañables amigos, me fue develado este primogénito principio
que compulsa al médico, llegado el caso de no poder remediar algún
sufrimiento humano, al menos a no agravarlo.
Le agradezco a la Medicina los profundos cambios que ha obrado en mí.
Porque algo cambia definitivamente dentro del hombre que pasa de
conocerse a sí mismo de forma abstracta al conocimiento concreto de su
cuerpo y de su psiquis; entonces este hombre toma conciencia al fin de
su pequeñez y comienza a valorar en su verdadera dimensión ese milagro
inexplicable que es la vida. De ahí que esta ciencia deba practicarse
con toda la humildad posible, porque un médico no es más que eso: un
hombre que camina algunas veces entre luces, otras entre sombras, a
través de esa línea caprichosa y sutil que separa la vida de la muerte,
cargando con sus humanas dudas y temores ante un paciente esperanzado
que no debe percatarse de ello.
La Medicina termina humanizando profundamente a quien con devoción la
ejerce, y cuando esto sucede ya nunca más se vuelve a ser el mismo. Una
vez formado, un médico no será capaz de ver algún ingenio humano sin
desear saber cómo funciona; en todo lo que observe buscará su mecanismo
íntimo, la semilla de su germen y destino, sus causas y futuras
consecuencias. Adicto al conocimiento, le incomodará no comprender algún
fenómeno y le consumirá la curiosidad mientras no llegue, si le está
dado, a descifrarlo. Terminará siendo este razonar un hábito que no
logra evadir aquel que pone más fe en su razón que en sus sentidos pues,
acostumbrado a descubrir un tumor por sus señales sin llegar a verlo,
termina por intuir en todo hecho el fenómeno esencial detrás de la
apariencia.
A ese estado de gracia se llega luego de mucho bregar a través de
enormes sacrificios. Por eso vivo con orgullo de ser médico y no logro
aceptar que en mi país se irrespete a quienes nos dedicamos a tan
venerable profesión. Capaces de destinar, por ejemplo, $ 1500.00 pesos
al salario de un policía patrullero – sector presupuestado, que genera
sólo gastos – nuestros gobernantes, paradójicamente, no encuentran
recursos para atender con respeto a un sector que ha generado un
promedio de 8000 millones de dólares anuales durante la última década y
así, en el momento de ser inhabilitado, me pagaban $ 573.00 pesos (unos
$ 23.00 USD) por todo un mes de trabajo. Se infiere entonces que nuestro
gobierno estima tres veces más importante el trabajo de quien reprime al
hombre que el trabajo de quien lo sana y lo salva y ya esto lo dice
todo. Pero si un día la vida me colocara frente al oficial de la
patrulla, y en una trifulca resultáramos heridos los dos, exigiría a mis
colegas que le atendieran antes que a mí, o lo curaría yo mismo, porque
si su naturaleza le ordena reprimir y golpear, la mía, opuesta por
esencia, me ordena aliviar tanto dolor humano como sea posible y de este
modo ambos terminaríamos siendo consecuentes con nuestro destino sobre
la tierra.
Si ya es bastante grave que a pesar de nuestra consagración se nos
someta a la pobreza, más grave aún es que intentemos hablar sobre ella y
el poder se ofenda hasta el punto de castigarnos, lo cual es más oneroso
que el hecho en sí. En Cuba también deberían seguir los poderosos
aquella máxima, primum non nocere, pero embebidos de soberbia como
están, siempre eligen en lugar del remedio oportuno, la brutalidad.
Cada cual a su destino; sólo se denigran ellos mismos cuando intentan
sojuzgarnos, pero yo sólo siento orgullo por la profesión que amo; mi
bella profesión, que para definirla deberían bastar estas palabras del
Dr. Lorenzo, médico aún recordado con respeto en Guanajay, pueblo del
que me siento hijo, cuando decía en sus apuntes: "Sólo nos anima
sentirnos inspirados en el noble afán de que se conserven íntegras
aquellas preciadas doctrinas e íntegros los respetos que siempre nos
fueron dispensados, sin dudas, porque el médico es el que más se acerca
al sentimiento y al dolor del que siente su salud quebrantada, y al
amparo de su ciencia y su presencia las energías del enfermo se
acrecientan y fortalecen hasta el momento mismo en que la vida se apaga,
cuando toda su devoción se concentra en la musitación de una plegaria,
sus esperanzas parecen desvanecerse y en la concepción de sus imágenes,
confusas por la presencia de la muerte, le parece descubrir entre las
sombras que ya le rodean, la figura de su ángel salvador encarnada en la
presencia de un semejante, la del médico, que allí está para reanimarle
y para ayudarle a calmar su angustia y desesperación mientras anime su
organismo un átomo de vida…"
http://ciudadanocerocuba.wordpress.com/2012/02/19/primum-non-nocere/
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