El final del castrismo
By NICOLAS PEREZ
En cuanto a nuestros dictadores el primero por aclamación popular es
Fidel Castro. Por millas es el tirano más redondo, serio y deshabitado
de humanidad de América Latina.
Le sigue sus pasos no una foto del Líder Máximo sino su caricatura, Hugo
Chávez, payaso con un maquillaje ideológico indescifrable y la punta de
su nariz roja, como explicando el clímax de sus antojos y secretas
perversiones. Pero Huguito en política va en caída libre, pierde terreno
diariamente y para las próximas elecciones está en candela. En ese
instante, tendrá que escoger entre darle la libertad a su pueblo o
provocar una guerra civil.
La tercera pata de esta mesa es Daniel Ortega. El gobernante
latinoamericano más abyecto. Repulsivo de a viaje, a quien su hija
política, Zoilamérica Narváez, la hija de su esposa Rosario Murillo,
acusó de haberla violado desde que tenía once años. Algo que en Managua,
a causa del equilibrio de influencias y ese entresijo de poder omnímodo
del ejecutivo sobre el judicial, quedó impune.
Los miro a los tres mientras sigo comparando el caso de Cuba con otras
situaciones históricas tratando de adivinar el final del castrismo.
¿Alguien supone que Cuba pueda terminar como el Chile de Augusto
Pinochet? ¿Fidel y Raúl Castro aceptarían realizar un plebiscito
convocando a una elección democrática, y si perdiesen, entregarían el
poder mansamente a la oposición como lo hizo Pinochet? Tampoco nadie se
esperaba el resultado de aquel Plebiscito Nacional en Chile del 5 de
octubre de 1988. Un general que dio un golpe militar rompiendo el ritmo
constitucional. Alguien cuyos soldados asesinaron al presidente en
ejercicio, Salvador Allende. Dictador que se manchó las manos con la
sangre de miles de opositores. Y gobernó el país a palo y pedrada
durante más de 17 años. Terminando como un ladrón de siete suelas cuando
se quebraron ciertos secretos bancarios. Sin embargo, en aquella
elección --estoy aún con la boca abierta-- recibió el sorprendente apoyo
del 44.01% del pueblo chileno y la desaprobación del 55.99%. Perdió por
un pelo. Y me pregunto: ¿cuál es el extraño sortilegio que sienten
algunos por estos animales de la raza humana? Y este mal no es
desventura de analfabetos e imbéciles, ¿alguien podría explicarme la
extraña fascinación que Gabriel García Márquez siente por Fidel Castro?
A veces me digo con optimismo que el final del drama cubano podría ser
como el del franquismo. Aunque es vergonzoso que le hayamos permitido a
Fidel y a Raúl morirse en una cama como los que no deben ni temen. Igual
que Franco, que murió rodeado de su familia, reposando sobre sábanas de
hilo irlandés y almohadas de encaje Richelieu, y dejando en manos de sus
sucesores, un poder, atado y bien atado. Ideas vanas de la mente
inquieta de un moribundo, aquel poder se desató en segundos. La
posibilidad española de un cambio de poder en Cuba es mi favorita, pero
es incierta y no es la principal.
Tampoco está dentro de las posibilidades que Cuba termine como el Panamá
de Manuel Antonio Noriega. Ni presidentes republicanos ni demócratas
invadirían la isla porque habría demasiadas cosas en juego. Además de
que si el castrismo es una fruta madura, que solo necesita un poco más
de viento y sol para caer, entonces, si le queda poco a la fruta
aferrada al árbol, ¿cuál es la gracia de tumbarla a pedradas?
Otro país cuyo fin puede ser similar al cubano es la Libia de Moamar
Kadafi. Se establece este análisis con un 5% de razonamiento y un 95% de
nigromancia. Aquí quien adivine se vuelve loco porque allá hay libios y
aquí cubanos. Aunque hay cosas en común, la principal es que ambos
países están gobernados por locos. Hoy en esta Libia indescifrable está
la opción de una guerra civil, que no quiero para Cuba porque en Cuba ya
ha corrido demasiada sangre de la cuenta. Pero como posibilidad
histórica no es descartable.
ahora les tengo una mala noticia, en mi criterio, el final que
posiblemente esté más cerca de nosotros es el menos deseable: se trata
de Nicaragua. Algo así, como que muertos Fidel y Raúl, hay un conato de
elección y los reemplaza Ramiro Valdés.
Actualmente, la oposición en Nicaragua está formada por cuatro partidos
políticos antisandinistas, muy superiores en número a Daniel Ortega, que
podrían sacarlo del poder a patadas. Pero no lo hacen, siempre pierden.
Porque hay un pacto firmado entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, en el
que ambos se hieren pero no se matan, hacen el amor, se entienden,
cohabitan, odiándose.
Y la pregunta de rigor: si en la Cuba futura van a una elección la
disidencia interna, la Fundación Nacional Cubano Americana, el Consejo
por la Libertad de Cuba, la Unidad Patriótica y el Movimiento Democracia
de Ramón Saúl Sánchez, enfrentándose a Ramiro Valdés, ¿se pondrían de
acuerdo las facciones democráticas para expulsar al comunismo del poder
o el odio irrefrenable, las diferencias enconadas y las conveniencias
políticas propiciarían un nuevo pacto Ortega-Alemán, esta vez, entre
anticastristas cubanos y el repulsivo ex ministro del Interior? ¿Podrían
existir dentro del anticastrismo traidores al estilo de Arnoldo Alemán?
No lo creo, pero la política no es matemática sino mala sangre a pulso.
El diablo son las cosas. ¿Y los apóstoles no fueron solamente doce y
hubo un Judas?
http://www.elnuevoherald.com/2011/03/09/v-fullstory/899680/nicolas-perez-el-final-del-castrismo.html
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