Cuba: sucesión y jerarquía
El castrismo no se generó con mentalidad de dinastía ni de cuartel, sino
de pandilla urbana, que Fidel Castro adquirió en la Universidad de La Habana
Arnaldo M. Fernández, Broward | 09/02/2016 9:43 am
El análisis del poder político en Cuba se enrarece con el planteo cada
vez más insistente de la alternativa sucesoria entre el hijo de Raúl
Castro, coronel Alejandro Castro-Espín, y el Vicepresidente Primero de
la República, teniente coronel Miguel Díaz-Canel.
Desde 2013 el castrismo tardío resolvió ya cómo continuar sin jefe de
Estado y Gobierno de apellido Castro, al escoger Fidel y Raúl, confirmar
el Buró Político, validar el Comité Central y elegir la Asamblea
Nacional a Miguel Díaz-Canel, quien ahora mismo sucedería a Raúl Castro
en caso de muerte o enfermedad por imperativo del artículo 94 de la
Constitución. Como nadie sabe cuándo morirá Raúl, ni este ni Fidel se
hubieran arriesgado jamás a pasar a Díaz-Canel por aquel triple filtro
si no fuera el sucesor preconcebido.
La incomprensión del castrismo como sistema estructural-funcional y su
reducción a cosa de familia lleva incluso a que el filósofo Alexis
Jardines urda, incluso en especial para El Nuevo Herald, que restaurar
el Capitolio como sede de la Asamblea Nacional y sacar a Ricardo Alarcón
de su presidencia "explican por sí mismas las intenciones de Raúl Castro
con su hija", Mariela Castro Espín, quien desde 2013 es diputada, pero
sin indicio racional de que su esfera de poder se ensanche más allá de
la dirección del Centro Nacional de Educación Sexual.
Visibilidad del poder
Otro enrarecimiento estriba en rebajar la dictadura castrista a simple
dictadura militar, con jueguitos lingüísticos como "el MINFAR es el que
manda" y "el poder supremo radica en las fuerzas armadas". El castrismo
no se generó con mentalidad de dinastía ni de cuartel, sino de pandilla
urbana, que Fidel Castro adquirió en la Universidad de La Habana y
aplicó tanto a la guerra civil como al ejercicio dictatorial del poder
sobre las bases de partido único, ideología oficial [aquella que viene
en ganas], dirección centralizada de la economía, represión política y
monopolio sobre las armas y los medios de comunicación masiva.
El foco de ese poder dictatorial es el Buró Político y aquí la
diferencia entre generales y burócratas o tecnócratas es puramente
funcional. El generalato no está al margen ni por encima del partido ni
dispone de soldadesca profesional para levantarse como estamento con
poder independiente. Imaginar como "la semilla del poder" venidero a
pentarquías u otras jerarquías con hijos, parientes y protegidos de Raúl
Castro equivale a ignorar que Fidel y su pandilla han tenido tiempo de
sobra para planificar la continuidad del régimen dictatorial de partido
único con la clásica división de funciones entre militares, burócratas y
tecnócratas.
Reforma electoral
Sin enfoque sistémico-estructural, el análisis desemboca incluso en que
la nueva ley electoral —anunciada desde febrero de 2015 por el X Pleno
del Comité Central— entrañaría "un nuevo modelo de funcionamiento en el
que se encuentran separadas las direcciones del partido y los gobiernos
locales [y] este paso podría dinamitar el monopolio de poder que desde
hace más de medio siglo ejerce el Partido Comunista, y facilitaría la
elección de ciudadanos (no partidistas) al rango de diputados", como
vocea el jurista Juan Juan Almeida.
Aparte del grueso error factual —las direcciones del partido y los
gobiernos locales siempre han estado y están bien separadas en el orden
constitucional— es absurdo que el partido único, en y desde el poder,
pergeñe una ley en contra de su monopolio político y facilite la
elección de diputados sin militancia comunista —como ya los hay— en
proporción inusual.
La nueva ley electoral racionalizará mecanismos para sostener la ilusión
del tránsito "de la representación formal a la participación real", como
adelantó desde junio de 2014 el Dr. Daniel Rafuls Pineda —sindicado en
el exilio como el agente "José", fugitivo de la Red Avispa— en el número
78 de la revista Temas, pero su núcleo duro está cantado desde el VI
Congreso del PCC (2011): "limitar a un máximo de dos períodos
consecutivos de cinco años el desempeño de los cargos políticos y
estatales fundamentales".
Así, el castrismo tardío previene que ningún futuro jefe de Estado y
Gobierno se crea otro Fidel Castro. La pauta fue dictada por el propio
Raúl incluso antes de la sirimba intestinal de Fidel. En foro del
Ejército Occidental, el 14 de junio de 2006, soltó que "el Comandante en
Jefe de la Revolución Cubana es uno solo y únicamente el Partido
Comunista, como institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria y
garantía segura de la unidad de los cubanos en todos los tiempos, puede
ser el digno heredero".
GAESA y la economía
Desde luego que el folletín de la dinastía —aunque los hijos de Fidel no
aparezcan por ningún lado— y del complejo-militar industrial resulta
mucho más ameno que analizar el castrismo tardío en perspectiva
lógico-histórica. Solo que así, con folletines, la bandería
anticastrista pierde —no falsea a conveniencia, como hace el rival en el
poder— la conexión a tierra que necesita para enfrentar a la bandería
contraria.
Sin perspectivas de arrostrar invasión yanqui ni de intervenir en otros
países, los militares cubanos se pintan como instrumentos de control
sobre una gestión económica signada por la centralización autoritaria y
la descentralización anárquica, pero nunca como estamento autónomo, sino
fundidos en el partido único. No tiene sentido discernir entre cierto
poder aparente del coronel Marino Murillo, Ministro de Economía y
Planificación (MEP), y otro real del brigadier Luis Alberto Rodríguez
López-Callejas, director ejecutivo del Grupo de Administración
Empresarial (GAESA) del MINFAR, ya que ambos son dos caras de la misma
moneda: la economía de ordeno y mando.
Para evitar desvaríos, el análisis debe ceñirse a la certera definición
del finado Robert Dahl (Universidad de Yale) en The Concept of Power
(1957): "A tiene poder sobre B cuando consigue que B haga algo que de
otra forma no haría", como ilustra ejemplarmente Fidel Castro en su
ejercicio autocrático del poder sobre el resto de la elite gobernante en
Cuba.
Por el contrario, el brigadier Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl
Castro, no tiene poder real sobre el MEP ni otro ministerio porque no
puede conseguir con GAESA que el Consejo de Ministros (Gobierno) ni el
Buró Político hagan algo que de otro modo no harían. Ese yerno brigadier
es solo administrador de confianza. Ni siquiera puede dirigir GAESA a su
antojo, porque el Politburó o el Gobierno (incluso el MINFAR) sí pueden
conseguir que haga algo que de otra forma no haría.
Paralelismos
Alejarse del enfoque sistémico-estructural propicia también que se
adviertan contradicciones donde solo hay mecanismos funcionales. Como el
Presidente del Consejo de Estado encabeza el Consejo de Defensa
Nacional, que dirigiría al país en estado de guerra o de emergencia, así
como en movilización general o la guerra misma, el filósofo Jardines
tacha de "franca contradicción" que ese presidente tenga "en condiciones
excepcionales más poder que los militares y que el propio partido".
Ante todo la constitución atribuye al Presidente del Consejo de Estado
—que a la vez preside el Consejo de Ministros— la Jefatura Suprema de
todas las instituciones armadas (Artículo 93.g). Así que tiene "más
poder que los militares" no solo por excepción, sino por regla. Y el
"propio partido" tomó la decisión cuerda de que, en condiciones
excepcionales, la máxima autoridad corresponde a un órgano de índole
operativa acorde a las circunstancias, el cual no puede tener jefe más
apropiado que el propio jefe de Estado y Gobierno.
Igual déficit analítico arroja considerar que "el paso más visible" de
Raúl para asegurar su tranquilidad y el éxito de sus hijos "ha sido la
creación de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, [que] funciona
como un gobierno paralelo".
Tal comisión no se creó ahora, sino que tiene larga data en el Comité
Central. Tras quedar fuera de servicio en el "período especial",
resurgió hacia 2006 con Fidel aún en forma y sin nada que ver con la
vocación familiar de Raúl, sino con la mentalidad de pandilla que exige
atajar la autodestrucción que Fidel advirtió el 17 de noviembre de 2005
en la Universidad de La Habana: "Esta revolución puede destruirse, los
que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos
destruirla, y sería culpa nuestra".
Semejante advertencia se refuerza con que los hermanos Castros tuvieron
en cuenta desde mucho antes la coyuntura estratégica que el jefe de la
diplomacia estadounidense en La Habana, Jonathan Farrar, vino a
notificar el 15 de abril de 2009 a Washington: "No es probable que el
movimiento disidente tradicional remplace al Gobierno cubano (…)
Necesitaremos buscar en otro lugar, incluso dentro del propio Gobierno".
Nada más lógico que encomendar a un cuadro de absoluta confianza, como
el coronel Castro-Espín, la misión de preservar la integridad funcional
de la pandilla en dos sentidos: impedir que fructifique la búsqueda
recomendada por Farrar y mantener la corrupción y los conflictos
internos de poder dentro de límites soportables. Por ello Castro-Espín,
además de coordinador de los servicios de inteligencia del MINFAR y el
MININT, es asesor de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, que
dista mucho de ser "gobierno paralelo [con] la misma estructura del
antiguo Grupo de Apoyo del Comandante en Jefe".
La anécdota de oídas que narra el jurista Almeida, sobre el coronel
Castro-Espín tomando ya decisiones de política interna y exterior
durante "los almuerzos de los domingos" en casa de y con el visto bueno
de su padre, entraña el sinsentido de que el propio Raúl estaría
plantado la semilla de la desintegración que desea evitar, al fomentar
una dualidad de poderes en la cual el jefe de gobierno real, por detrás
del gobierno formal, valdría tanto como ese otro Fidel que Raúl mismo
descarta.
Un poder a la sombra del gobierno constitucional y del partido único
solo atizaría conflictos en detrimento de la susodicha integridad
pandillera. Suponer que Castro-Espín concentre un poder a la sombra pasa
por alto que ni él ni nadie tiene ni podrá tener en tiempos de paz el
pedigrí dictatorial de Fidel Castro, que simplemente derivó de haber
ganado las guerras. Si el propio Raúl desactivó aquel grupo rimbombante
tras quedar el Comandante en Jefe fuera de servicio, no cabe que venga a
reactivarlo de otro modo al servicio de su hijo coronel.
¿Y el partido qué?
Pues seguirá siendo la clave de continuidad del castrismo, que como todo
régimen de talante totalitario excluye la oposición parlamentaria. No
importa si en abril de este año el VII Congreso del Partido Comunista
sostiene a Raúl como primer secretario y en febrero de 2018 este deja de
ser jefe de Estado y Gobierno. Solo esta doble jefatura es
constitucionalmente indisoluble y el foco de poder seguirá siendo el
Politburó con su amalgama de generales, burócratas y tecnócratas en
división funcional de una y la misma dictadura de partido único.
Ni siquiera importa adivinar quién sería Vicepresidente Primero si
Díaz-Canel ocupa dicha doble jefatura sin tener que ser primer
secretario del partido. Cuba se aboca ya a la profecía que Fidel
profirió el 21 de enero de 1959 con Raúl: ¡detrás de él vendrá otro, y
detrás otro, y detrás otro y detrás otro! Entretanto las aproximaciones
al castrismo como cosa de familia y allegados no ven que ya se transita
de manera sistémico-estructural a régimen dictatorial sin jefe de Estado
y Gobierno con apellido Castro. Esa transición pacífica genera no solo
un país hecho leña, sino también muchos legatarios que buscarán
realizarse en diversos espacios de poder con el mismo entusiasmo que la
vieja guardia castrista.
Y como la alternativa política son votos o balas, pero los opositores no
buscan ir avanzando penosamente por la vía electoral, seguiremos
esperando por que el drama cubano acabe de resolverse con golpe
palaciego, colapso económico, revuelta popular o intervención divina.
Source: Cuba: sucesión y jerarquía - Artículos - Opinión - Cuba
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