Friday, October 23, 2015

A 50 años de las Umap

A 50 años de las Umap
Entrevista con Luis Becerra Prego, el "25"
Félix Luis Viera, México DF | 22/10/2015 1:29 pm

Luis Benito Becerra Prego no era escritor, poeta, homosexual, testigo de
Jehová cuando fue destinado a las Umap. Tampoco había cometido delito
alguno ni se había señalado especialmente por sus creencias religiosas.
Simplemente un cubano más, Nacido el 3 de Abril de 1949 en Santa Clara,
posteriormente estudió en la Universidad Central Marta Abreu de esa
ciudad y logró graduarse de Ingeniero Civil en el curso 1979-1985 (curso
para trabajadores). Actualmente reside en el Paraguay. CUBAENCUENTRO lo
entrevistó para dar a conocer sus vivencias de esa experiencia terrible.
¿Cómo fue la despedida de tu familia?
Claro que esta debe ser la primera pregunta si de un recuento se trata,
pero no puedo menos que decir que estamos empezando por uno de los
momentos más desgarradores de mi vida. Solo me acompañaban en este
momento mi madre y mi esposa (recién estrenada), era el 18 de junio de
1966 y el pasado día 13 me había casado. Amén de que tuvimos que
interrumpir la "Luna de Miel", fue una sorpresa que me hubiesen
convocado para partir, de verdad no imaginaba que fuera tan inminente.
Luego de llegar al sitio indicado para la partida, una antigua emisora
de radio, entonces convertida en una oficina del Comité Militar, nos
dimos cuenta, por lo heterogéneo del grupo que había sido convocado, que
las sospechas que teníamos eran ciertas, aquello no era un llamado al
Servicio Militar Obligatorio (SMO), nuestro destino sería otro, del cual
apenas sabíamos a ciencia cierta de que se trataba, las Umap (Unidades
Militares de Ayuda a la Producción).
Luego que franqueé la entrada ya no pudimos tener más contacto mi
familia y yo, apenas nos comunicábamos con un silbido, patrimonio
familiar, para saber que ellas estaba allá afuera acompañándome, y yo
dentro, angustiado, asustado… pero estos silbidos nos hacían saber que
estábamos conectados, claro que a veces costaba trabajo emitirlo (el
silbido), ya que la angustia que embargaba a esas dos mujeres, mi madre
y mi esposa, me lo impedía.
Dije al comienzo lo que representaba para mí este capítulo de mi vida,
desde el punto de vista sentimental y es por eso que no quisiera
pormenorizar algún otro detalle, demasiado me desgarra recordar esto.
¿Sospechabas que te llevarían hacia las Umap?
Ya lo decía en la anterior respuesta, teníamos sospechas de que pudiera
ser ese el destino, pero dada mi edad, que perfectamente se correspondía
con la de los que eran citados para el 3er. llamado del SMO, que era el
que correspondía por esa fecha, pensé que podía ser. Claro, cuando uno
es joven nunca piensa en lo peor.
¿Sabías, tenías conciencia de lo que eran las Umap?
A ciencia cierta, no. Pienso que casi nadie tenía verdadera conciencia
de lo que eran las Umap, que según se rumoraba se habían "estrenado" en
el mes de noviembre del año anterior; es decir, en el 1965.
Algunos detalles se comentaban, de hecho algunas personas, pocas por
cierto, que conocía habían sido enviadas hacia allá, pero no sabía la
verdadera magnitud del asunto, eso sí, sabíamos que era un lugar de
reclusión donde habían sido llevados personas básicamente por su
compromiso religioso, (sobre todo testigos de Jehová contra los que el
Estado sentía un particular rechazo, por su actitud ante los símbolos
patrios y su negación a integrase a instituciones armadas) otros por
implicaciones de homosexualidad o de disentimiento político.
¿Qué edad tenías en ese momento?
Yo apenas tenía apenas 17 años. Nací en abril de 1949, pienso que era
uno de los más jóvenes de los reclutados. (¿Reclutados?)
¿A qué te dedicabas?
Desde el curso escolar anterior, me había trasladado a la enseñanza
nocturna, por entonces estudiaba el tercer año en lo que fue la Escuela
de Comercio, luego cambió su nombre, que ahora no recuerdo. El cambio a
la sesión nocturna fue producto de que la economía familiar se había
deteriorado, yo vivía con mi tía y su esposo desde niño (esta tía es la
madre que estaba fuera de las oficinas del Comité Militar aquella noche
del 18 de Junio); por una suerte de embargo que nunca supimos entender,
al esposo de mi tía le fueron confiscadas todas sus propiedades, y el
decidió partir hacia EEUU, por lo que fue a parar a las "Brigadas
Johnson" (un remedo de las UMAP para las personas que pedían la salida
para EEUU; solo que al final podías emigrar) y ya había tomado la
decisión de casarme, de modo que comencé a trabajar en una carpintería
con el esposo de una tía, y de esta forma ayudar al sostenimiento de la
familia.
¿Por qué crees que te llevaron? ¿Tenías antecedentes penales? ¿Habías
cometido algún delito?
Estoy seguro que mi caso no es un caso particular, ¿motivos? Claro que
no había motivos para esa reclusión, no tenía, ni tengo antecedentes
penales, nunca cometí delitos, pero claro, por cualquier motivo,
cualquier persona podía ser situado en "la acera de enfrente", bastaba
ser presumido, es decir, vestir con dignidad, profesar algún credo
religioso, tener una preferencia musical "subversiva", léase The
Beatles, José Feliciano, etcétera. Esta actitud discriminante, a mi
entender (claro, posteriormente lo vi así) tenía su base en la falacia
"del hombre nuevo".
El socialismo parecía que se definía por una asepsia social prístina,
inmarcesible, no podía haber prostitutas, homosexuales, incluso era la
imagen que se extrapolaba del extinguido "Campo Socialista", de donde
jamás se escucharon comentarios de elementos sociales de este tipo.
Huelga comentar si el método (las Umap o cualquier otro) asumido para
llegar a esta utopía, dio resultados.
¿Cómo fue el viaje desde Santa Clara hasta el destino final? ¿Cuáles te
resultaron los momentos más difíciles de ese viaje?
Si aún hoy me resultó traumático rememorar lo que me preguntabas al
principio sobre la despedida familiar, esto que ahora me preguntas no lo
es menos. Han pasado los años, el próximo junio se cumple medio siglo y
aún conservo con nitidez aquel tormentoso viaje. No tengo el don ni el
dominio expresivo para pormenorizar todo este trayecto, que pudo haber
sido de aproximadamente 20 o 22 horas, pero que a todos nos pareció algo
interminable, sucintamente lo puedo describir como algo muy cruel:
íbamos hacinados, quizás más de 40 o 50 personas en un vagón ferroviario
de carga que estaba completamente cerrado desde el exterior, sin agua y
ni siquiera un lugar para las necesidades fisiológicas, creo que cercano
al techo del vagón había una pequeña abertura, esto lo digo porque es
una de las dos cosas más significativas para mí de este viaje. Cuando
había transcurrido ya algún tiempo y el tren se detuvo en un lugar que
no podíamos saber dónde, pero por la velocidad y el tiempo transcurrido
debió suceder en Placetas o algún lugar cercano a este pueblo, un amigo
muy entrañable que por suerte para mí (no para él, claro, no creo que él
hubiera deseado, aun con toda y la amistad que nos unía, haber sido mi
compañero de infortunio) me acompañaba, decidimos tirar un pedazo de
papel, donde dábamos datos a nuestras familias para que supieran al
menos en qué dirección íbamos, con cierta cantidad, mínima, de dinero
adjunto, y este mensaje al mucho tiempo nos dijeron que, felizmente,
llegó a su destino, y digo felizmente no solo por la importancia del
mensaje, sino por la muestra de solidaridad humana de este acto. Hasta
siempre estaré agradecido de este o estos personajes anónimos, que en
lugar de desechar un mensaje que no sabían de quién era, y cuyo
remitente no los vería jamás, y que asimismo pudieron embolsarse el
dinero y tirar el papel, cumplieron con el pedido de un desconocido.
La segunda cosa que me atrevo a compartir es la llegada, la no sé si
ansiada llegada, al menos era el fin de un primer sufrimiento de los
tantos que nos esperaban. Se detuvo el tren (que entonces vimos, aun en
la oscuridad, estaba rodeado por militares con bayoneta calada) y hacia
la izquierda se veían los faros de camiones (sus luces resultaban aún
más molestas por la oscuridad reinante), estacionados en una carretera
estrecha. Eran camiones soviéticos, —aquellos llamados Zil V-8— que,
posteriormente, nos llevarían hasta una especie de rústico terreno de
béisbol. Todavía era de madrugada cuando se habían abierto las puertas
de los vagones.
Los camiones habían sonado el claxon sin parar mientras unas voces
ásperas, autoritarias, nos ordenaban con palabras ofensivas a saltar y
correr hasta los vehículos mencionados. ¡Dígame usted: correr!, después
de tantas horas de encierro, algunos no podíamos ni caminar, nos
caíamos, tropezábamos, ahora no puedo estar seguro si por el problema
del entumecimiento muscular o por lo terrorífico de los gritos y el
estridente sonido de los claxon en la noche. Hoy todavía me estremezco
si escucho varios vehículos dando claxon a la vez.
Después, ya en los camiones, emprendimos un viaje cuyo tiempo no pude
precisar, por unos lugares oscuros, oscuridad cerrada, y una compacta
vegetación que bordeaba el camino, la que no fue difícil reconocer: al
primer roce, el marabú se nos presentó con su punzante "caricia". El fin
de este último recorrido, nuestro lugar de destino, ya tú, "22" [Viera],
lo has descrito con el oficio que te caracteriza y a mí me falta, en tu
novela Un ciervo herido.
¿Cuáles fueron algunos de los momentos en que más temor sentiste, si es
que los hubo?
¡¡Claro que hubo momentos de miedo, de terror diría!! El que diga que
alguna vez no ha sentido miedo no es honesto ni consigo mismo, el tema
es cómo reaccionar ante el miedo, eso te puede definir históricamente,
pero particularmente los que estuvimos en ese lugar (me pesa escribir
las siglas, porque ni eran unidades ni ayudábamos a ninguna producción
ni nada, pero nunca podremos obviar el gran sentido del uso de la
semántica para edulcorar ciertos términos que se han usado en Cuba, y
disculpen la digresión), los que vivimos esa experiencia, que no quiero
cualificar, claro que sentimos miedo, ahora mismo cuando comentaba sobre
la llegada del tren a Camagüey, ahí, ¿quién de los que estábamos no
sintió miedo? Pero el miedo, también en ese heterogéneo grupo humano en
que nos habían compactado, era un elemento común, cada uno de nosotros
teníamos un enorme miedo, o al menos, para no juzgar a todos por igual,
nos sentíamos muy inseguros, de lo contrario otra hubiera sido la
historia que se contara en la novela mencionada, se hablaría de los
hombres que se rebelaron por no permitir que se les condenara a trabajos
forzados sin que hubieran cometido ningún delito. Quizás es lo mejor que
nos pudo suceder, me refiero a que no hubiese una rebelión.
¿Qué propósito, en verdad, piensas que tenía el gobierno al crear las Umap?
Creo que básicamente te había respondido esta pregunta; la pretensión de
que la sociedad socialista debía ser como una sala de terapia intensiva
o un quirófano en términos humanos, es decir, el utópico "hombre nuevo",
que no hubiera ninguna manifestación de conducta social que se saliera
de ciertos estándares, hizo que el Estado optara por esta "depuración".
Vaya, como un método de arrancar cierta "mala yerba", pero para
erradicar las yerbas, la vegetal me refiero, las no deseadas o malignas,
existen plaguicidas, fungicidas, etcétera., pero la "yerba social"
transita por otros caminos, por otros criterios y me parece el más
acertado el camino del Evangelio: "Cristo vino a condenar el pecado no a
los pecadores". Analizar las causas que producen la transgresión social,
no al transgresor. En una sociedad solo se puede pretender que las
personas sean iguales en derechos y deberes y hasta en esto es difícil
que se logre, mas no se puede pretender la homogeneidad de una sociedad
en términos de actitudes personales, gustos artísticos, credos
religiosos, filiaciones políticas, orientación sexual, etcétera. Esta es
mi opinión.
Cuéntame un día de trabajo, desde la salida del campamento hasta el regreso.
Siempre que el trabajo que realizas no esté signado por la vocación,
este resulta difícil, a veces odioso, enfrentarlo, y claro que yo no
tenía vocación para el trabajo agrícola, no me era absolutamente
desconocido pero no era mi vocación y muchos menos tenerlo que enfrentar
con obligatoriedad y en las peores condiciones.
Un día de trabajo en este lugar era igual al siguiente y al anterior,
solo cambiaban las condiciones climáticas, siempre era lunes, aunque el
resto del mundo vivía la semana como siempre y nunca llovía aunque
lloviese, al menos para nosotros, y recuerdo unos muchos días que
comenzaron con un ¡¡DE PIEEEEEE!!: traumático, un poco antes de las 4
a.m. porque el traslado hasta el lugar de labores era muy lejos, (en
otros momentos, esta tortura se producía a las 5:30 a.m.), recuerdo que
era hacia el norte de la provincia [de Camagüey], cercano a la costa, en
ocasiones en unas extensas áreas de cultivo de plátano.
Nos trasladábamos en una carreta toda metálica que hacía el viaje más
insoportable debido a la ausencia de amortiguación por cuanto estaba
diseñada para cargas no humanas. Nada, que al llegar ya tenías deseos de
descansar y no de enfrentar una extenuante jornada de más de 11 horas de
trabajo. La disponibilidad de agua era la que pudiéramos llevar en una
cantimplora o algún embase al efecto, que nunca iba a ser suficiente
para tu necesidad, por lo que muchas veces tuve o tuvimos muchos que
recurrir al agua depositada por la lluvia en las huellas de los
vehículos que transitaban por las guardarrayas, apartar los renacuajos y
beber, no había otra opción.
Y qué decir del raquítico almuerzo, unos 120 hombres y apenas unas pocas
bandejas sin una elemental limpieza por el uso reiterado y el mayor de
los peligros: sucedía que algunos de los productos que componían el menú
se agotaran y entonces los últimos no eran precisamente los primeros,
sino los que se quedaban, además de con el cansancio acumulado, con un
hambre que intentaría saciar al anochecer cuando regresara al
campamento, lo cual era muy poco probable.
Mi edad y mi complexión física hicieron que con el correr de los meses
mi cuerpo reaccionara a estas nuevas exigencias, pero no quiero recordar
esos primeros días, las manos todas ampolladas, sangrantes, por la
fricción con la guataca y el machete, la sed, el dolor muscular ante un
ejercicio desconocido hasta entonces, alguna vez pensé en el suicidio,
en esos momentos en que sentí que no podría superar esa prueba.
Y bueno, el regreso del trabajo: hasta llegué a encontrar acogedora
aquella barraca, con sus malos olores penetrantes, la nunca aceptada
hamaca (aún hoy las veo y solo puedo sentarme en ellas) y otras muchas
incomodidades.
¿En algún momento recibieron instrucción, adoctrinamiento alguno que
indicara que estaban allí para "reeducarlos", o quedaba claro que no era
más que un castigo por equis razón?
Además del desagradable grito con que nos conminaban a levantarnos en la
madrugada, y cuando la salida hacia los campos no era tan temprana como
la descrita anteriormente, teníamos que participar en la escucha de un
programa, que eufemísticamente, era dirigido para: "los combatientes de
las fuerzas armadas y el ministerio del interior", me refiero a
Información Política. Evidentemente, el destinatario estaba equivocado,
como equivocado el resultado, si es que se pretendía, amén de la
somnolencia por la hora, la falta de motivación hacia esto resultaba
otra tortura, máxime cuando al final del programa realizaban preguntas
referidas a lo supuestamente escuchado. Si algo era particularmente
notorio es que el nivel de instrucción de quienes organizaban esta
actividad (los sargentos ¿políticos?) era sumamente elemental, por no
decir que eran unos absolutos ignorantes, no puedo asegurar que fuera la
generalidad, pero al menos el que conocí, mi sargento político, apenas
sabía hablar, tenía un vocabulario muy reducido compatible con su
instrucción, por lo que cualquier respuesta que se le diera él no era
capaz de evaluarla.
Por estas razones, no creo que con esto se buscaba algún tipo de
adoctrinamiento. Por lo demás, no hubo nunca ninguna alusión a que se
pretendiera algún tipo de "reeducación".
¿A quiénes de tus copadecientes recuerdas con cariño, o solamente recuerdas?
Lamentablemente, aunque en mi permanencia en ese lugar establecí fuertes
vínculos afectivos con muchos, con muy pocos con posterioridad me
vinculé, éramos de disímiles lugares. De Santa Clara solo recuerdo a uno
que le decían el "Maestro" —que frisaba los 40 años de edad—, porque
esta era su profesión antes de que lo llevaran a las Umap, y lo vi
muchas veces luego en Santa Clara. Pero lógicamente, él ya no ejercía:
el estigma de la Umap lo marcó para siempre. Pero al menos, con los que
eran de la zona de Calabazar de Sagua y Encrucijada, que por razones de
trabajo, posteriormente, visité, sí me encontré con algunos con los que
en las Umap había hecho amistad: Pedrito Llano, el negro Bambán,
"Pinchajugo", Vidal Vergara y otros.
Fuera de los antes mencionados, fue muy emotivo mi encuentro con el ya
fallecido Armando Suarez del Villar Fernández-Cabada, fundador del
Teatro Estudio junto con Raquel Revuelta. Este fue un hombre con una
personalidad que me impactó mucho, era de los de más edad en el grupo y
con posterioridad fue trasladado al campamento de los homosexuales, que
según se decía, era peor que el nuestro. Después, ya en los años 80, nos
mantuvimos comunicados, (él vivía en La Habana). Por suerte, al terminar
su encierro (que pudo no haber sido o haber sido más corto, esto está
contado muy bien en una nota periodística de Félix Luis Viera a
propósito de su muerte) cuando lo vi, estaba integrado al Instituto
Superior de Arte y en actividades artísticas. Innegablemente, fue un
referente en la historia del Teatro Cubano.
Pero dejo para el final, por ser una de las personas que más recuerdo y
con mayor afecto, a Jorge Blondín Iparraguirre, él quizás ni me
recuerde, yo a 50 años no lo olvido. Él era el "soldado" Umap 24 y yo el
25 (por cierto, en el campamento muchos me decían "Piedra Fina", por lo
de la charada) y por ser números contiguos nos tocaban surcos también
contiguos, era solo unos años mayor que yo y de mi complexión, pero
tenía experiencia en el trabajo agrícola —vivía en el central azucarero
Washington— y además mucha destreza y yo en los primeros tiempos me
sentía desfallecido en estas tareas, las manos ampolladas, dolores en
los brazos, vaya, en el límite de mis posibilidades físicas, y Blondín
me ayudaba trabajando la mitad de mi surco (era obligatorio el
cumplimiento de la norma de trabajo). Esto, por supuesto, me aliviaba
mucho, pero quizás lo que más le agradecía era que, para alentarme y
hacer un poquito menos terrible el ambiente de aquellos surcos
interminables y la sed arrebatadora, todo el tiempo me iba cantando unas
décimas campesinas, una novela versada, que si mal no recuerdo se llama
"Camilo y Estrella". Cuando a él se le olvidaba este detalle yo le
decía: —¡Coño Jorge!, continúame la novela, por favor"; y el amablemente
continuaba.
¿A quiénes de los jefes recuerdas con afecto o con repulsión?
Los jefes yo los veía a distancia, solo un sargento, sargento mayor, que
creo recordar se llamaba Héctor Hernández Hernández, era sin dudas
diferente, el resto eran oficiales que tenían en común lo que ya comenté
del "político", personas de muy poco nivel y que estaban ahí por
problemas de haber transgredido cuestiones militares, eran en no pocos
casos crueles, pero su ignorancia no les daba para más, no se le pueden
pedir peras al olmo, no es que el olmo sea un árbol desechable, puede
que su madera sirva, que dé sombra, pero no da peras, ellos no daban
bondad, al final estaban ahí, no como nosotros, pero igual estaban
cumpliendo un castigo, ¿inmerecido? No sé, al menos el nuestro sí.
Pero este sargento mayor que mencionaba, que era el segundo jefe del
campamento, y habanero, sí se acercaba a algunos, en particular a mí y a
mi amigo Félix Luis Viera —a quien, por cierto, una vez salvó de un
inminente castigo— y conversábamos, era afable.
Pero lo peores, casi sin excepción, eran los centinelas o soldados de
guarnición y los cabos Umap. Estos cabos Umap, digamos que "capos",
aunque eran igual "soldados" Umap de los llegados el año anterior, pero
como ahora tenían ciertas ventajas, resultaban particularmente crueles.
Me atrevo a mencionar en particular al cabo Umap Valdivieso, solo así
por ese nombre lo recuerdo (y porque tengo memoria, de lo contrario lo
hubiera querido borrar de mi mente). Por cierto, a este, el cabo Umap
Valdivieso, le salvé la vida en una oportunidad. Él increpó al "soldado"
Umap 33 (un personaje, un joven de Ranchuelo, con unos traumas terribles
desde la infancia, muy violento si se le molestaba pero de buen corazón,
la última vez que lo vi ya acusaba una esquizofrenia muy avanzada que ni
me reconoció), Guillermo Abreu, de apodo "Laborete" y este lo tiró al
suelo, alzó la guataca para matarlo —te voy a matar, le decía— y yo pude
a tiempo bloquearlo, y supongo que por el afecto que me tenía
"Laborete", permitió que yo lo neutralizara y todo no pasó de ahí. El
cabo Umap Valdivieso ni siquiera se atrevió a denunciar lo ocurrido.
Hoy, tantos años después, ¿guardas rencor?, ¿has perdonado a tus verdugos?
¡¡Que pregunta!! Una vez, en un acto de confesión sacramental, yo estaba
particularmente muy atribulado, y un sacerdote (que por cierto yo le
doblaba la edad en ese momento) me dijo: "Dios nos dio un regalo muy
preciado: el tiempo, para Dios no hay tiempo Él es eterno, pero nosotros
tenemos ese regalo que hace que lo que hoy se nos presenta como lo más
inaccesible, lo más tormentoso, lo más doloroso, el tiempo en su decurso
lo vaya diluyendo, lo disminuya y clarifique".
Además, y ya respondiendo, me disminuiría en mi dimensión humana el
sentir rencor por todo lo que sucedió. A estas alturas de la vida solo
es un recuerdo horrible, que quizás tenga como lado positivo ser una
muestra de la ineficacia del igualitarismo. Por otro lado, no es tan
simple identificar a mis "verdugos", yo pienso que es un producto de una
equivocada, absurda y cruel forma de lograr una transformación social y
mucho menos alcanzar el enriquecimiento humano de una sociedad.
No, decididamente no es rencor lo que siento, es peor, decepción,
alguien dijo una vez, creo que Napoleón a José Fouché: "has cometido
algo más que un crimen, has cometido una equivocación". Llamémosle así,
una cruel equivocación. Por favor, no vayas a pensar que peco de
ingenuo, o de místico por estos criterios del rencor y el perdón, solo
que me cuesta aceptar la maldad a ultranza. No sé si mi criterio sea lo
más representativo en cuanto a rencor y perdón, es cierto que esto de
las Umap ha dejado huellas y pérdidas no recuperables en muchos de los
que allí estuvimos. Algunos murieron, y puedo comprender lo que esto
significó para sus familiares. Otros han lastrado ese dolor por siempre
con diferentes repercusiones. Creo que la suma de muchos de estos
testimonios dará la imagen más cercana de lo que significó y que puedan
conocerlo aquellos que no lo sabían o de los que ahora se manifiestan
con el propósito de minimizarlo o ignorarlo.
¿Deseas agregar algo más para CUBAENCUENTRO?
Solo agradecer a este medio la oportunidad para poder brindar elementos
testimoniales sobre este desagradable capítulo de la historia de nuestro
país y de mi vida. Muchas cosas más pudiera haber comentado, pero no ha
sido fácil para mí esta catarsis, si bien creo que parte de lo medular
está dicho. De paso, quiero identificarme: mi nombre es Luis Becerra
Prego, de Santa Clara, ingresé a las Umap el 18 de Junio de 1966.
Actualmente vivo en el Paraguay. Muchas gracias.
Gracias a ti.

Source: A 50 años de las Umap - Artículos - Entrevistas - Cuba Encuentro
-
http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/a-50-anos-de-las-umap-323891

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