Opinión
Otros horrores del mundo moral
José Prats Sariol
Arizona 15-10-2012 - 10:56 am.
'No es lo mismo azuzar el odio desde el Palacio de la Revolución que
desde una computadora en París o en Miami. La intolerancia tiene el
mismo nombre, pero muy diferentes apellidos.'
Los cubanos estamos familiarizados —trágicamente familiarizados— con el
"Himno del desterrado", del pionero en nuestra aún inacabada relación de
exiliados: José María Heredia.
La estrofa final dice:
¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
En su grado más alto y profundo,
La belleza del físico mundo,
Los horrores del mundo moral.
El último verso del desgarrador poema se relaciona con la también muy
repetida frase de José de la Luz y Caballero: "Ese sol del mundo moral",
que sirviera a Cintio Vitier para titular su idílico, tal vez ingenuo
paseo por el pensamiento cubano.
La larga oración de Luz y Caballero, completa, dice: "Antes quisiera yo
ver desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las
estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el
sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral".
Aquí cae la relación: la pérdida del sentimiento de justicia es un
preciso horror del llamado mundo moral. Hasta aquí habría consenso. El
poeta y el pensador de nuestro siglo XIX —sucesivamente— claman contra
las injusticias. La polémica comienza cuando tratamos de identificar
esos horrores en la Cuba de ahora mismo.
El reconocido novelista cubano Leonardo Padura suspira en un artículo
—"Los horrores del mundo moral"— por las injustas heridas que la canalla
le ha infligido. Y tiene razón. Aunque la mezquindad y la envidia, el
oportunismo y la calumnia, no bastan para compendiar los "horrores"
criollos.
El virus político —extremismo, intolerancia…— es la principal causa en
la Cuba actual de que engorden esos monstruos sudorosos y pestilentes.
Sobre este Horror con mayúscula, generado por la "revolución" —la
"utopía" fracasada—, hay que hacer las inferencias, cada una de ellas.
Porque como se sabe hasta en los rincones —Padura pone el ejemplo de
Salieri y su desbocada envidia a Mozart—, en cualquier noche o ciudad
siempre se han padecido mordiscos, ponzoñas, venenos... Aunque muchas
veces no se ha tratado de envidias del mediocre o denuncias del
militante, sino de simple odio, como entre Quevedo y Góngora, cuyas
mutuas diatribas —"escupitajos", los llamó Octavio Paz— leemos en los
ingeniosos poemas que se cruzaron.
Por ello no creo que Cuba haya batido ningún récord en miserias humanas,
aunque lo cierto es que el obsoleto caudillismo-leninismo —más obsoleto,
por anterior, que el embargo—, favorece la leña al caldero de pus y
amoniaco, de heces y excrementos morales.
Porque no es lo mismo azuzar el odio desde el Palacio de la Revolución
que desde una computadora en París o en Miami. Como tampoco es
comparable el Poder que aún detenta la "guerrilla histórica", dueña de
todos los medios, que aun la ejercida durante las dictaduras militares
de derecha, donde zonas de la sociedad civil, de la prensa y de la
propiedad privada —como en la España de Franco— permitían ciertas vías
de escape.
"Los horrores del mundo moral" crecen cuando se habla de terrorismo de
Estado… Imposible comparar un grupo de karatecas vestidos de civil,
dándole una golpiza callejera a siete disidentes en Placetas, con un
grupo pacíficamente manifestándose contra Pablo Milanés, en la acera de
enfrente, como vi al asistir a su recital en la Miami tildada de
"cavernícola".
No es lo mismo asediar cruelmente a las Damas de Blanco frente a la
iglesia de Santa Rita, que declarar sandeces en la TV, machacar discos o
lanzar "escupitajos" anónimos en periódicos digitales…
Quizás ambos obtusos acumulan la misma dosis de malignidad, puedan ser
tan perversos, mentirosos, denigradores… Lo que uno —el castrista— causa
hasta la muerte del disidente; y el otro apenas irrita la
susceptibilidad, hiere el amor propio, obliga a la suspensión de un acto
o enturbia la reputación.
Las intolerancias del exilio me causan una risa burlona. Las
intolerancias del Partido, el Ministerio de Cultura y la UNEAC, me
causaron miedo. Lo supe vencer allá dentro, pero era tan horripilante
como las citaciones y seguimientos de la Seguridad del Estado.
Los dos extremismos son deleznables, son actos de injusticia porque no
se respeta lo diferente, lo "otro". Pero reitero: no hay comparación
posible, salvo cuando —sin querer o sin poder— se está con Dios y se
calla ante el Diablo.
En un Estado de Derecho —Estados Unidos, España…—- se lleva a los
tribunales a cualquiera, bajo los delitos de difamación y perjurio. En
Cuba puedes enfrentarte como lo hiciera Laura Pollán, escribir como
Yoani Sánchez, callarte la boca temblorosa como la mayoría, soñar la
salida del país como los jóvenes…
El Mal para Leibniz —cuenta Jorge Luis Borges en Siete noches— "es
necesario para la variedad del mundo". Borges añade que se trata de un
"argumento muy elegante pero muy falso". Coincido. Y no lo creo
inmutable, aunque la historia de la humanidad rechace el optimismo.
Es posible atenuar el Mal. "Los horrores del mundo moral" pueden
cercarse a nivel social, aunque sobrevivan "seres de pantanos y
lodazales" —según la caracterización de Martí.
El fin del totalitarismo en Mantilla y Santos Suárez, en Baracoa y
Guane, la instauración de una democracia —por supuesto que defectuosa y
debatible—parece el único camino hacia la justicia. Exacto homenaje a
José María Heredia. Para que ningún cubano tenga que escribir otro
"Himno del desterrado".
http://www.diariodecuba.com/opinion/13482-otros-horrores-del-mundo-moral
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