Martes, Abril 24, 2012 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Cada mañana desanda el barrio
con sus botas desgastadas, pantalones anchos y camisas marcadas por las
arrugas y el sudor. En su manos, el producto que le proporciona el sustento.
No pregona, no hace ademanes para atraer clientes, solo camina por las
calles y, de vez cuando, se atrinchera tras las columnas que sostienen
innumerables edificaciones, con un racimo de periódicos colgados en uno
de sus antebrazos y otro grupo atrapado con un agarre a prueba de fracasos.
No sé si puede vender toda la mercancía, pero por el tiempo que lleva
realizando la actividad, es factible imaginar que al menos puede
procurarse lo imprescindible para mantenerse vivo.
Recuerdo la primera vez que lo vi con decenas de ejemplares recorriendo
el barrio, como siempre envuelto en su mutismo y con el reflejo de la
angustia en su rostro. Es fácil comprender que vender periódicos es para
él una emergencia, quizás su único medio para soslayar los zarpazos del
destino.
Día a día, se expone al decomiso y las multas. Ejercer esa labor por
cuenta propia no está contemplado en la lista de actividades aprobadas
por el gobierno. La prensa, además de ser toda propiedad del Estado,
solo se puede vender en los estanquillos del Estado. Fuera de ahí, es un
acto que se tolera a discreción por policías e inspectors y, para contar
con esos beneplácitos, es preciso tener a mano el dinero que transforma
la intransigencia en sonrisas de aprobación. Imagino que el sujeto a que
me refiero en esta crónica, también haya tenido que participar, alguna
vez, o de manera recurrente, en estos arreglos tras bambalinas.
Estos vendedores a los que no se les puede llamar furtivos, ya que
proliferan en diversos rincones de la ciudad durante el día, por cada
ejemplar vendido, perciben no menos de 100% de ganancia. Inicialmente
adquirido a un precio de 40 o 50 centavos en moneda nacional, es vendido
por ellos a un peso. Es decir que la venta de 100 ejemplares podría
representar un beneficio de 50 pesos (2 dólares), suma que sobrepasa el
salario promedio, fijado entre los 30 y 35 dólares mensuales.
Por supuesto que al hacer este tipo de análisis habría que tener en
cuenta, como "gastos del negocio", las eventuales "mordidas" de policías
e inspectores.
Si no fuera por estos bolsones de anarquía, muchas personas no podrían
llevar a su mesa algo que comer cada día.
Es difícil explicar la existencia de este engranaje que se basa en la
ilegalidad y que se ha desarrollado a causa de las absurdas leyes
socio-laborales, y por un irracional sistema económico. Lo que
verdaderamente asombra es el número de implicados. También la amplia
gama de subterfugios para infringir las leyes vigentes y sobrevivir a
los ocasionales escarmientos.
El vendedor que inspira este texto residía solo en un cuartucho de La
Habana Vieja, a punto de convertirse en escombros. Desconozco cuál es su
paradero en la actualidad. Fuimos compañeros de aula en la enseñanza
primaria, hace 40 años.
Se llama Luis, y con solo cincuenta años parece un anciano. Quisiera
conocer los pormenores de su desastre existencial, pero cuando me
acerco, me huye.
Cada semana lo observo caminar con sus largas zancadas por los
alrededores del barrio. Siempre en silencio, con su carga de periódicos,
y dispuesto a esquivarme avergonzado, con la rapidez de un lince.
http://www.cubanet.org/articulos/periodicos-que-salvan-vidas/
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